Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Cuándo comenzó nuestra llamada “edad moderna”? Todos nos consideramos modernos, pero ¿no lo pensaban también las personas en toda época?
Muchos ahora definen la Edad Moderna como un período que comienza en el último cuarto del siglo XX, alrededor de 1975, cuando comenzó la manipulación de la información a través de las computadoras y las redes de computadoras.
Por ahora, todos entendemos que las computadoras han revolucionado la adquisición de conocimiento, su uso y su aplicación. Ese poder marcó el comienzo de esta era moderna.
Aunque hemos creado una revolución tecnológica, las relaciones humanas se han mantenido más o menos igual. Todavía no hemos aceptado a todos, de todas las razas y naciones, a una misma familia humana. Nuestra ética social básica de interacción: «si tú no me molestas, yo tampoco lo haré», ha sido el status quo durante mucho tiempo. Recientemente, esta se transformó en: «puedes hacer lo que quieras, siempre y cuando no te haga daño a ti mismo o a alguien más».
¿Todas las tecnologías modernas desarrolladas desde 1975 nos han ayudado a unificarnos como raza humana? Definitivamente sí, el mundo se ha vuelto mucho más pequeño y más accesible. Sin embargo, las enseñanzas bahá’ís dicen que mientras esa actitud egoísta de «solo debo preocuparme por mí mismo» prevalezca, nos veremos obstaculizados a alcanzar nuestro verdadero potencial humano:
De continuo deberíamos establecer bases nuevas para la felicidad humana y promover instrumentos renovados con vistas a este fin. Cuán excelente, cuán honorable se vuelve el hombre si se alza a desempeñar sus responsabilidades; cuán desdichado y despreciable si cierra sus ojos al bienestar de la sociedad y malgasta esta preciosa vida yendo en procura de sus propios intereses egoístas y ventajas personales. Corresponde al hombre la felicidad suprema, y ha de contemplar él los signos de Dios en el mundo y en el alma humana, si arremete con el corcel del mayor esfuerzo en la lid de la civilización y de la justicia. – Abdu’l-Bahá, El secreto de la civilización divina, pág. 7.
Como lo señalan los escritos bahá’ís, necesitamos una lealtad más amplia e inclusiva, un compromiso con el ideal de establecer una civilización justa y pacífica, que nos ayude a resolver nuestros problemas locales, regionales y globales, y vivir en armonía y cooperación. Claro que debemos cuidarnos a nosotros mismos, a nuestras familias, consolidar nuestros trabajos y nuestro lugar en la sociedad, por supuesto, pero no podemos hacer esto a expensas de los demás, no únicamente por obtener ventajas personales, y no enterrando nuestras cabezas en la arena y cerrando los ojos a los gritos de ayuda de otros.
El Guardián de la Fe Bahá’í, Shoghi Effendi, escribió sobre el establecimiento de esta nueva ética de la unidad de la familia humana, diciendo:
Exige una lealtad más amplia, que no debiera estar, y de hecho no está, en conflicto con lealtades menores. Infunde un amor que en vista de su alcance debe incluir, y no excluir, el amor al propio país. Mediante esa lealtad que inspira y ese amor que inculca, echa los únicos cimientos sobre los cuales puede prosperar el concepto de ciudadanía mundial y puede descansar la estructura de la unificación del mundo. Sin embargo, insiste en que se subordinen las consideraciones nacionales e intereses particulares a los imperativas y supremas exigencias de la humanidad como un todo, por cuanto en un mundo de pueblos y naciones interdependientes se favorece mejor a la parte, favoreciendo al todo. – El día prometido ha llegado, pág. 113 – 114.
«Se favorece mejor a la parte favoreciendo al todo»: reflexiona sobre ese concepto por un momento. ¿Podemos decir que este concepto también se aplica a la relación de uno mismo con los demás seres humanos? ¿Decidimos no amar a otra persona debido a su tono de piel, nivel de educación, origen étnico, nacionalidad o religión?¿O podemos amar a otra persona simplemente por su humanidad?
Al mirar más allá de estos rasgos externos, estas características físicas combinadas con historia, el amor puede salir a la superficie, el mismo amor que Cristo tuvo por sus apóstoles y el pueblo judío; el mismo amor por el que sacrificó su vida en la cruz; el mismo amor demostrado por todos los profetas a sus seguidores y para la gente de la época en que aparecieron. Ese amor es real y existe. Solo debemos llamarlo desde nuestros corazones para que aparezca:
Es mi esperanza que mediante el celo y el ardor de los puros de corazón sea erradicada la oscuridad del odio y de los disensos, y que brille la luz del amor y de la unidad. Este mundo ha de convertirse en un nuevo mundo. Las cosas materiales se trocarán en espejos de lo divino; los corazones humanos confluirán en un mutuo abrazo; el mundo entero acabará convirtiéndose en una sola tierra natal y las diferentes razas se contarán como una sola. – Abdu’l-Bahá, Abdu’l-Bahá en Londres, pág. 38.
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