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Los pequeños agricultores y el principio orgánico de interdependencia

Hugh Locke | Ago 10, 2019

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Hugh Locke | Ago 10, 2019

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Al darme cuenta de que un tercio de la humanidad depende de la agricultura a pequeña escala y está involucrada con ella, se formó una pregunta en mi mente: si somos una familia humana que cohabita un mismo planeta, ¿cómo puede un tercio de esa familia parecer tan invisible?

No sé usted, pero al pasar la mayor parte de mi carrera profesional en cuestiones humanitarias y ambientales, los pequeños agricultores nunca fueron más que un pie de nota de mi visión del mundo hasta hace algunos años atrás.

Creo que la razón se remonta a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. La gente tenía una creencia generalizada en ese momento de que la producción mundial de alimentos no se estaba expandiendo lo suficientemente rápido como para mantener el ritmo del crecimiento de la población y que para la década de 1990 enfrentaríamos una hambruna mundial. Ahora ya olvidamos que esto se convirtió en una gran preocupación durante ese tiempo.

Para evitar la hambruna generalizada, el mundo respondió promoviendo la industrialización de la agricultura.

Aplicamos recursos masivos a la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías para el desarrollo de monocultivos híbridos en grandes extensiones de tierra que requerían mecanización junto con fertilizantes químicos, herbicidas y pesticidas para producir rendimientos cada vez mayores.

Esto tuvo lugar a gran escala en los países desarrollados e industrializados del norte, mientras que en los países en vías desarrollo aquel mismo proceso se le conoció como la Revolución Verde. Efectivamente, a fines de la década de 1960, se produjo un gran aumento en la producción agrícola en todo el mundo y no hay duda al respecto, logramos evitar lo que podría haber sido un gran desastre mundial.

Sin embargo, el costo ambiental resultó enorme. Hoy en día, la agricultura a escala industrial sigue siendo un factor importante que contribuye al cambio climático y reduce la biodiversidad, entre otras cosas. En nuestra necesidad de alimentar a la humanidad, olvidamos la verdad orgánica esencial de la interdependencia, expresada aquí en las enseñanzas bahá’ís:

…la armonía e interdependencia caracterizan a los reinos de vida inferiores… Los elementos y organismos inferiores están sincronizados en el gran plan de la vida. ¿Será el hombre, que en grado se halla infinitamente por encima de ellos, un oponente y destructor de esa perfección? ¡Dios no permita tal condición!

De la asociación y mezcla de los átomos elementales surge la vida. En su armonía y fusión existe siempre una renovación de la existencia. …Todos los elementos están en armonía y equilibrio. Un choque físico o una pequeña riña entre los elementos… daría como resultado un violento cataclismo natural. Esto sucede en el reino mineral. …Cuán grande es la catástrofe presente, especialmente si tenemos en cuenta que el hombre está dotado por Dios de mente e intelecto. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 348.

Esta industrialización masiva de la agricultura reforzó el surgimiento, más o menos al mismo tiempo, de la versión de asistencia para el desarrollo posterior al Plan Marshall: los países ricos del norte ayudando a los países más pobres del sur a mejorar sus economías. Países como Canadá, Estados Unidos, el Reino Unido y otros comenzaron a proporcionar fondos sustanciales para construir puentes, escuelas y carreteras en países pobres de África, Asia y América del Sur.

No estoy sugiriendo que esta asistencia fuera pura filantropía sin adulterar, porque no fue así, pero una condición clave de este apoyo fue que los países en desarrollo receptores tuvieron que dejar de apoyar la agricultura doméstica: las pequeñas granjas. La excepción: granjas industrializadas orientadas a exportar alimentos a países más ricos. Como parte de ese proceso, se alentó a los países en vías de desarrollo a convertirse en importadores netos de alimentos, en particular, a importar los granos de cereales que ahora se cultivan en granjas a escala industrial más allá de sus fronteras.

Pensemos en un país como Haití. Hasta mediados de los años 80, eran casi completamente autosuficientes en el cultivo de sus propios alimentos. Ahora Haití importa más de la mitad de todos sus alimentos.

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Cada país tiene un escenario ligeramente diferente, pero el resultado neto de 60 años de políticas forzadas de no apoyar la agricultura doméstica de los pequeños productores ha resultado en que muchas naciones en desarrollo dependan de las importaciones de alimentos y, como resultado, se endeuden enormemente. Sin mencionar que la agricultura industrializada ha llevado a que el 75% de lo que el mundo está comiendo actualmente se base en solo 12 plantas y cinco especies animales.

Por consenso general, los pequeños productores han sido vistos como obstáculos directos del progreso. Han recibido poca capacitación agrícola y se han visto prácticamente excluidos de la investigación para mejorar la agricultura a pequeña escala. Dado el acceso muy limitado a los servicios de crédito y excluidos de la mayoría de las formas de apoyo que el estado, las instituciones financieras y los centros de investigación brindan a la agricultura industrial, apartados de los acuerdos comerciales, nunca presentes en la mesa para discusiones sobre aranceles o embargos, ellos han sufrido enormemente.

En ese proceso, la capa de invisibilidad descendió gradualmente sobre un tercio de la población mundial.

Pero no desaparecieron. China tiene 189 millones de pequeñas granjas; India 98 millones; Rusia 18 millones; 33 millones en África subsahariana; y 3 millones en Brasil. Haití tiene medio millón, con una población total de solo 11 millones de personas. Con tanta presión para ellos desaparezcan, ¿por qué estos pequeños propietarios todavía siguen aquí?

Esto es porque la agricultura familiar a pequeña escala es fundamental para la condición humana. Esta conexión directa con la Tierra y el cultivo de alimentos es inseparable de quienes somos como especie. Esos agricultores se han alimentado a sí mismos, y a nosotros, a lo largo de toda la existencia humana. Han aprendido de la Tierra misma, asimilaron su sabiduría generación tras generación y fueron mantenidos por su generosidad. Ellos, más que cualquier otra persona, conocen el principio espiritual de la interdependencia, y que nuestra supervivencia como especie depende de comprenderlo e implementarlo de manera sostenible.

En el próximo ensayo de esta serie, veremos formas de abordar la inseguridad alimentaria, el cambio climático y la igualdad de género, todo a la vez.

Este ensayo está adaptado de una charla de Hugh Locke al Parlamento de las Religiones del Mundo que tuvo lugar en Toronto en noviembre de 2018.

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