Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Pasando el rato en el centro comercial mientras esperaba a mi amiga, entré en una tienda de tarjetas de felicitaciones. Mi tarjeta favorita tenía una frase de una niña de 4 años: «Si hicieras lo que te digo, no tendría que ser tan mandona».
Esto captura deliciosamente la esencia de la perspectiva de una niña, un intento de controlar su propio mundo y las personas en él, y la juvenil, francamente ingenua, suposición de que su camino es el correcto.
No todo el mundo tiene hijos, pero dos cosas que todos tenemos en común son (1) que alguna vez fuimos niños y (2) que tuvimos padres.
Algunas personas recuerdan detalles de su infancia, otras no. Algunos consideran que su infancia fue feliz, otros no tanto. Algunos tuvieron dos padres, otros no; o quizás esto haya cambiado algunas veces. A pesar de las variaciones en este tema, cada ser humano tiene algún tipo de conexión con la relación padre-hijo.
Más allá de ese hecho biológico básico, hacer declaraciones generales sobre nuestras propias experiencias y recuerdos a menudo resulta difícil y tal vez innecesario. En cambio, centrémonos ahora en un escenario diferente: el potencial de la relación padre-hijo.
En el nivel más básico, los padres tienen la responsabilidad de proporcionar bienestar tanto físico como psicológico dentro de un ambiente hogareño amoroso y seguro. También deben asegurarse de que el niño reciba una educación. Esto va más allá de los estudios académicos, por muy esenciales que estos sean. Los padres también tienen el deber de dar a sus hijos una base moral que los conecte con su naturaleza espiritual, su potencial creativo y su papel en el mejoramiento del mundo a medida que este progresa hacia la paz y la unidad.
La visión bahá’í de esta relación humana fundamental es tanto elevada como inspiradora y va más allá de esta vida física. El vínculo padre-hijo forma la base de una relación eterna, y dentro de ella se encuentran las verdades espirituales y las lecciones demostradas a través de acciones en esta vida. Escribiendo sobre los niños desde su infancia, Abdu’l-Bahá aconsejó:
Haced que obtengan provecho de toda clase de conocimiento útil. Dejadles participar en todo oficio o arte nuevo, extraordinario y maravilloso. Educadlos en el trabajo y el esfuerzo, y acostumbradlos a las privaciones. Enseñadles a dedicar la vida a cosas de gran importancia, e inspiradles a emprender estudios que han de beneficiar a la humanidad. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 176.
El bienestar de todos los niños debe ser interés de todos, el beneficio de las futuras generaciones es lo que debe guiar nuestras decisiones. Aplicando esto a un nivel comunitario, La Casa Universal de Justicia llamó a los niños “el tesoro más precioso” y luego desarrolló el tema de la siguiente manera:
Un amor omnímodo hacia los niños, la forma de tratarlos, la calidad de la atención que se les dispense, el espíritu de la conducta adulta hacia ellos… El amor exige disciplina… a no dar rienda suelta a sus caprichos, a no dejarlos enteramente a su albur. Debe mantenerse una atmósfera en la que los niños sientan que pertenecen a una comunidad y comparten su propósito. – A los bahá’ís del mundo, 21 de abril de 2000.
En la relación padre-hijo existe un elemento de reciprocidad, lo que significa que los hijos también tienen una responsabilidad con sus padres. La ley de los Diez Mandamientos de «Honrar a tu padre y a tu madre» sigue vigente hasta el hoy en día. Esto nos llama, sin importar nuestra edad, a estar agradecidos por nuestros padres, respetarlos y asistirlos mientras están vivos, y recordarlos cuando fallezcan.
Aprecio ver a padres e hijos que disfrutan estando juntos. Ya sea que estén jugando o en otros encuentros informales, una familia que experimenta amor, alegría y respeto mutuo anima a todo observador. Si recordamos que nosotros mismos fuimos niños, entonces es más probable que podamos sacar lo mejor de los niños que nos rodean, y esperemos que nadie se sienta tentado a ser mandón.
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