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¿Dios odia a alguien?

Maya Bohnhoff | Ago 25, 2019

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Maya Bohnhoff | Ago 25, 2019

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Hace poco leí en un blog que Dios odia a ciertos grupos de personas y que, por lo tanto, los creyentes en Dios, específicamente los cristianos, también deberían odiarlos.

El blog, de un grupo que se hace llamar cristiano, proporcionó citas bíblicas para apoyar esa noción. Me sorprendió que solo una cita provenía de los Evangelios y ninguna de ellas era de Cristo. Incluso las referencias del Antiguo Testamento coexistían incómodamente con esta idea:

No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor. – Levítico 19: 17-18.

¿Quién es nuestro prójimo?

Un experto en derecho judío le hizo a Jesús esta misma pregunta. Cristo respondió:

Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Así mismo un levita…Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas… y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él… Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo. – Lucas 10: 30-37.

El contexto para esto es crucial, porque lo que llevó al experto en derecho judío a preguntar sobre la identidad de su prójimo fue la respuesta de Cristo a otra pregunta: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?»

En un lenguaje claro e inequívoco, Cristo explicó que la vida eterna está condicionada a cómo tratamos a aquellos que sentimos que debemos despreciar.

La elección de Cristo de un samaritano para dar un ejemplo del comportamiento piadoso elimina cualquier duda sobre su significado. Durante el tiempo de Cristo, los samaritanos y los judíos se veían pecaminosos y heréticos, cada uno practicando su propia versión del judaísmo. Por ley religiosa, estaban prohibidos de incluso asociarse con ellos, razón por la cual las interacciones de Cristo con los samaritanos causaron tanta indignación.

Cristo ignoró los pecados del samaritano, así como el samaritano ignoró las herejías o pecados que le enseñaron a creer eran inherentemente de los judíos. En cambio, el samaritano ayudó a la víctima judía y lo cuidó.

La conclusión es inevitable: un creyente debe ser amoroso y afectuoso incluso con aquellos a quienes se les enseña a despreciar. Cristo llamó a su audiencia a mostrar bondad amorosa a su prójimo sin preocuparse de cuán pecaminosos puedan o no ser. Además, Cristo advirtió fuertemente en contra de tratar de juzgar los pecados de otros:

Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian…Dale a todo el que te pida…Traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes… Sean compasivos, así como su Padre es compasivo.

No juzguen, y no serán juzgados. No condenen, y no serán condenados. Perdonen, y serán perdonados. … Porque con la medida que usen, serán medidos. – Lucas 6: 27-38.

¿Puede alguno de nosotros estar cómodo con esa última oración?

Considere las últimas palabras de Cristo a sus discípulos antes de ser crucificado. Él no predicó doctrinas ni enumeró los pecados por los que debemos odiar a alguien. Él les dijo a sus discípulos lo único que deben hacer para permanecer conectados con él y con Dios: obedecer su mandamiento. Luego da ese mandamiento: «que se amen los unos a los otros«. – Juan 15: 12, 17.

Esto es tan importante para Cristo, que entre la comida de la Pascua y su arresto por los soldados romanos, lo repite varias veces.

¿Con qué frecuencia y de cuántas maneras debe Dios decirnos que el amor es lo único que debemos hacer bien si queremos «permanecer en Él»?

Cristo vinculó irrevocablemente este estado bendito al mandamiento primordial de amar a nuestro prójimo. Reveló que el camino hacia la vida eterna es amar a aquellos que sentimos más tendencia a despreciar, y usó los últimos momentos de su vida humana para decirles a los maestros de su fe que deben seguir un mandamiento sobre todos los demás: deben amarse unos a otros.

Los discípulos de Cristo entendieron este mandato. El apóstol Pablo, que aprendió la fe de Santiago después de su epifanía, declaró la importancia del amor en los términos más enérgicos:

Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe…y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes y no tengo amor, nada soy…

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor…

El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. … Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. -1 Corintios 13: 1-13.

Una epístola de Juan dice aún más directamente: «Si alguien dice: ’Amo a Dios’ y odia a su hermano, es un mentiroso». – 1 Juan 4: 20.

Finalmente, Dios es el único que puede conocer y juzgar el corazón, el alma y la mente de una persona, algo por lo que todos deberíamos estar agradecidos. Nuestro primer deber para con los demás, según las enseñanzas bahá’ís, es amarlas:

Has de saber con certeza que el Amor es el secreto de la santa Dispensación de Dios… El Amor es la bondadosa luz del cielo, el eterno hálito del Espíritu Santo que vivifica el alma humana. El Amor es la causa de la revelación de Dios para el hombre, el vínculo vital que, de acuerdo con la creación divina, es inherente a las realidades de las cosas. …El Amor es… el eslabón viviente que enlaza a Dios con el hombre. El Amor es la más grande ley… el espíritu de vida para el ornado cuerpo de la humanidad, el fundador de la verdadera civilización en este mundo mortal…

¡Oh amados del Señor! Esforzaos por llegar a ser las manifestaciones del amor de Dios, las lámparas de la guía divina que brillen en medio de los linajes de la tierra con la luz del amor y la concordia. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 23.

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