Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Tengo dos recuerdos particularmente vívidos de mi infancia como cristiano, que se han quedado conmigo incluso después de que decidiera convertirme en bahá’í.
El primero es un recuerdo de las sesiones de oración vespertinas conducidas por mi abuelo cuando lo visitamos a él y a nuestros primos en Arkansas. La segunda fue una ocasión en que mi madre me sorprendió y asombró cuando habló en lenguas durante un servicio dominical en nuestra iglesia, Asamblea de Dios de Southside en Odessa, Texas.
Tanto estos dos eventos como otros que experimenté tuvieron significado para mí, inspiraron mi vida espiritual como adulto, y crearon un amor y aprecio por mi herencia cristiana – todo lo cual me ayudó a convertirme en bahá’í:
Cuando los cristianos actúan de acuerdo a las enseñanzas de Cristo, se los llama bahá’ís. Pues los fundamentos de la cristiandad y de la religión de Bahá’u’lláh son uno. Los fundamentos de todos los Profetas divinos y los Libros Sangrados son uno.
La diferencia entre ellos es sólo terminológica. Cada primavera es idéntica a la anterior. La distinción entre ellas es sólo parte del calendario: 1911, 1912 y así sucesivamente. La diferencia entre un cristiano y un bahá’í, por consiguiente, es ésta: hubo una primavera anterior y hay una primavera ahora. No existe ninguna otra diferencia porque los fundamentos son los mismos. Todo el que actúe completamente de acuerdo con las enseñanzas de Cristo es bahá’í. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 259.
Mi abuelo, Henry Steele, era un predicador laico en las montañas de Ozark en el noroeste de Arkansas, cerca de Huntsville. Como predicador laico, era autodidacta sobre la Biblia y el cristianismo, y además de ganarse la vida como granjero, daba sermones y realizaba otros servicios ministeriales a través de lo que percibía como la voluntad de Dios.
Cuando era un niño de seis o siete años, las oraciones vespertinas dirigidas por mi abuelo me causaron una gran impresión. Él oraba y oraba y luego oraba un poco más. Los pisos de la casa eran duros y de madera, y nos arrodillamos sobre ellos en nuestros shorts de verano, con las rodillas desnudas y la cabeza inclinada. Sus oraciones probablemente no duraban tanto como parecía, pero parecía una eternidad.
El abuelo rezaba algunas oraciones generales de agradecimiento y adoración a Dios y a Jesús, y luego iba persona por persona entre su familia y amigos, pidiendo la bendición y el apoyo de Dios en su camino por la vida. Mi abuelo era cariñoso y amable con todos sus nietos durante nuestras visitas a la casa que él compartía con mi tía, mi tío y mis primos. En una ocasión, el abuelo nos salvó a todos los niños un castigo seguro cuando nos escondió en el sótano después de que nos revolcáramos en el barro de una gran lluvia de verano. El abuelo cogió la manguera y nos lavó, aliviando la peor parte del lodo con el que habíamos ensuciado nuestra mejor ropa, y trató de conversar con los adultos cuando ellos volvieron a casa y se enteraron de nuestra travesura.
El abuelo Steele tenía una visión muy estricta y algunos dirían que conservadora de su relación con el Señor. Por ejemplo, él no iba al doctor ni buscaba atención médica de ningún tipo cuando estaba enfermo. Su punto de vista era que Dios cuidaría de él como Dios quisiera, así que dejaba su salud en las manos de Él. Lamentablemente, desarrolló un tumor en la mano que luego se volvería canceroso, lo llevó a su muerte prematura. Trágico, sí, pero él era un creyente y se mantuvo firme en sus creencias.
Mi familia asistía a la Iglesia de la Asamblea de Dios de Southside en Odessa, Texas cuando yo era niño. Todo el mundo en la iglesia era «Hermano» tal o «Hermana» tal, como en una familia, y me sentí que existía amor y compasión genuinos entre la congregación. Recuerdo que nuestro predicador, el Hermano Bozeman, vino a visitarme cuando estaba en el hospital con neumonía a la edad de siete años. Me gustó mucho el hecho que él viniera y mostrara preocupación por mí y por mi recuperación – me hizo sentir importante y valioso.
La iglesia se inclinaba hacia un estilo pentecostal en sus enseñanzas cristianas, creyendo en la sanación, el bautismo y el hablar en lenguas. También parecían sentir una conexión espiritual especial con Dios. Una manera en que esa conexión se manifestaba era cuando los miembros de la congregación, y a veces el pastor, hablaban en lenguas. Esto me parecía extraño pero fascinante cuando era niño, y honestamente me dio un respiro de la cotidianidad de la experiencia de la iglesia.
La Sra. Mayo, miembro de la iglesia desde hace mucho tiempo, parecía ser la que más hablaba en lenguas. Ella transmitía mensajes del Espíritu Santo que eran traducidos o interpretados por otros también en sintonía con su experiencia espiritual en ese momento. Los mensajes eran generalmente edificantes, a veces cautelosos y urgentes, estos eran una característica especial de los servicios de la iglesia cuando ocurrían.
Recuerdo claramente la vez que mi madre se puso de pie y comenzó a hablar en lenguas. Me sorprendió y emocionó que mi mamá estuviera tomando un papel tan importante en el servicio aquella vez. No recuerdo el contenido de lo que dijo, pero recuerdo estar orgulloso de ella y cautivado de que sintiera que el Espíritu Santo la impulsaba de aquella manera.
Me encantó crecer como cristiano – amaba la canción de niños que dice «Jesús ama a los niños pequeños, a todos los niños del mundo». Ya sean amarillos, negros o blancos, son preciosos ante Sus ojos.» Ese sentimiento aún resuena en mí hoy en día al abrazar la unidad de la humanidad como una de las principales enseñanzas de la Fe Bahá’í. Me encantaba que me dijeran repetidamente que no escondiera mi luz bajo un arbusto. No estaba seguro de su significado, y todavía no lo estoy, pero tenía la sensación de que significaba que debía comportarme como un orgulloso creyente en Dios y dejar que mi creencia o luz resplandeciera a través de mi camino por el mundo.
También amaba el énfasis del cristianismo en el amor y el perdón, en el énfasis en el cuidado de los pobres y los oprimidos, con «los mansos heredando la tierra», y a Jesús como guerrero social y reformador religioso. Por ejemplo, Cristo echó a los mercaderes del templo, alterando el viejo orden corrupto que representaban y preparando el escenario para un sistema de creencias renovado.
Como profesor de una escuela secundaria por muchos años en Odessa, Texas, enseñé a muchos estudiantes educados como cristianos, y ellos eran excelentes chicos – honestos, sinceros, trabajadores y maravillosos en sus interacciones en el ambiente escolar. Muchos de los jóvenes cristianos parecían diferentes en una forma positiva, ya que no se veían involucrados en las cosas negativas y los comportamientos autodestructivos que plagaban a muchos de sus compañeros. Siempre aprecié a esos muchachos y los esfuerzos que sus padres y familias habían hecho para enseñarles a distinguir lo bueno de lo malo y a tener una brújula moral y un fundamento en sus jóvenes vidas:
…a menos que se eduque el carácter moral de una nación, así como su cerebro y su talento, la civilización no tiene bases seguras.
Al inculcar moralidad, la religión es por tanto la verdadera filosofía, y sobre ella se edifica la única civilización duradera. […] La enseñanza cristiana fue iluminada por el Divino Sol de la Verdad, por lo que sus discípulos aprendieron a amar a todos los seres humanos como a sus hermanos, a no temer a nada, ¡ni siquiera a la muerte! A amar al prójimo como a sí mismos, y a olvidar sus propios intereses egoístas por el bien de la humanidad. El gran propósito de la religión de Cristo fue el de atraer los corazones humanos más cerca de la resplandeciente Verdad de Dios.
Si los discípulos de Cristo hubiesen continuado cumpliendo estos principios con inquebrantable fidelidad, no hubiese sido necesario renovar el Mensaje Cristiano, ni hubiese habido necesidad de volver a despertar a Su pueblo, por cuanto una civilización grande y gloriosa regiría actualmente en el mundo, y el Reino del Cielo habría descendido sobre la tierra. – Abdu’l-Bahá, La sabiduría de Abdu’l-Bahá, pág. 41-42.
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