Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Los jóvenes, especialmente los que están entre los 12 y 15 años, están expuestos a muchas fuerzas negativas, pero la más subestimada todas es la apatía.
La comunidad bahá’í global ayuda a estos jóvenes, a los que los bahá’ís a veces se refieren como “prejóvenes”, con programas comunitarios que los ayudan a superar las limitaciones que la sociedad les impone, como la falta de educación, los prejuicios, la adicción y el aislamiento.
Por lo general, muchas personas piensan que este tipo de problemas tienden a afectar mayormente solo a los jóvenes “desfavorecidos”, pero es fácil olvidar que no solo los jóvenes poco privilegiados necesitan orientación. En este período crítico de transición entre la niñez y la edad adulta, todas las personas se ven afectadas por las fuerzas de la sociedad, incluso en los jóvenes que normalmente pensamos que no tienen mucho de qué preocuparse.
El hecho de que un niño reciba amor en su hogar, una buena educación en la escuela y tenga suficientes recursos materiales disponibles no significa que ya tenga todo lo que necesita. Una fuerza peligrosa que actúa actualmente en la sociedad y que afecta especialmente a aquellos con una situación privilegiada y cómoda: la apatía.
Una vez tuve una charla con un grupo de jóvenes de 14 a 16 años en una escuela secundaria, con el propósito de alentarlos a participar en una serie de reuniones de jóvenes en las que discutiríamos cómo podríamos mejorar nuestra sociedad y llevar a cabo acciones sistemáticas que puedan ayudar a nuestras comunidades. Con la esperanza de comenzar una conversación con ellos sobre este tema, les pregunté: «¿Cómo pueden los jóvenes cambiar la sociedad que los rodea?»
Hubo un silencio absoluto. Finalmente, cuando alguien habló, fue para decir «No podemos hacer nada ahora. Solo estamos en la escuela secundaria. Todavía tenemos un largo camino por recorrer con nuestra educación. Debemos encontrar trabajo, y establecer una familia. Una vez que tengamos un lugar en la sociedad en el que podamos expresarnos, podemos cambiar las cosas «.
Fue un momento impactante. Si los jóvenes no se ven a sí mismos como capaces de crear un cambio ahora, en una época que se supone que deben ser los años más ambiciosos, los más enérgicos, nuestros más idealistas, ¿cuándo lo harán?
De repente, la razón detrás de las largas filas de hombres de negocios, políticos y adultos en posiciones de poder que no hacen nada para ayudar a los que los rodean se volvió dolorosamente clara: aquella apatía de los jóvenes se ha convertido en la complacencia, la resignación y la autosatisfacción de los no tan jóvenes. Entonces, me pregunté: ¿cómo podemos evitar este ciclo?
“Para cualquier persona, sea o no bahá’í, los años de juventud son aquellos en los cuales tomará muchas decisiones que fijarán el rumbo de su vida. En esos años es muy probable que escoja el trabajo de su vida, termine su educación, comience a ganarse la vida, contraiga matrimonio y empiece a formar su propia familia. Pero lo más importante de todo es que durante ese período la mente es en sumo grado buscadora y se adoptan los valores espirituales que han de guiar la conducta futura de la persona”. – Luces de guía (De una carta escrita en nombre de la Casa Universal de Justicia a la juventud bahá’í de todos los países, 10/6/1966), p. 290.
Muchos de los jóvenes a los que había estado expuesto hasta ese momento eran de familias de bajos ingresos o desfavorecidas. Jóvenes que lucharon por obtener una educación, trabajaron a una edad muy temprana para llevar los alimentos a la mesa y, a menudo, eran responsables de los hermanos menores. Esos jóvenes sabían su papel en la sociedad: tenían grandes responsabilidades y habían desarrollado una mentalidad que les permitía ser flexibles, ambiciosos y aún así ser realistas.
Si bien es evidente que es trágicamente injusto que aquellos prejóvenes tengan que luchar para sobrevivir, también es claro que brindarles a los prejóvenes facilidades y más medios materiales, no necesariamente les ayuda a desarrollar su independencia o su madurez espiritual.
Cuando los prejóvenes obtienen todo de los adultos que los rodean, puede ser difícil ayudarles a sentir que tienen control o un sentido de direccionamiento en sus propias vidas. Nuestra sociedad tiende a pensar en estos adolescentes como copas vacías listas para llenarse de educación, no como las definen las enseñanzas bahá’ís: «minas ricas en gemas de valor inestimable». Sabemos que la educación, tanto espiritual como intelectual, puede extraer las gemas inherentes de cada joven:
“Con todo, definir los años fructíferos de la juventud únicamente como una etapa de preparación equivaldría a pasar por alto las energías creativas de las que dispone la juventud en tanta abundancia”. – La Casa Universal de Justicia, febrero 1995.
Las raíces de esta apatía y complacencia en tantos jóvenes no son producto de una elección consciente por parte de los adultos que los rodean. De hecho, a menudo surge del amor y el deseo de brindar a la generación más joven las comodidades que ellos mismos no tuvieron. Ciertamente, ese amor y esas oportunidades no se han desperdiciado; hemos equipado a los jóvenes con más habilidades y conocimientos que cualquier generación anterior a ellos, lo que les brinda oportunidades para crecer y servir al mundo que los rodea de una manera que nunca podríamos imaginar.
Pero es muy importante que también hagamos un esfuerzo concertado para darles la oportunidad de crecimiento espiritual que se centra en desarrollar su identidad como agentes de cambio.
En muchos países, hay oportunidades increíbles para los jóvenes en la escuela intermedia y secundaria donde les dan la oportunidad de desarrollar habilidades como hablar en público, liderazgo, capacidad empresarial y habilidades de escritura. ¿Pero les estamos animando a ir más allá y llevar esas habilidades a la sociedad?
Con tantos paquetes preparados en los cuales ejercer sus habilidades, los jóvenes no siempre pueden ver cómo sus habilidades como artistas, intérpretes o líderes de equipo pueden ayudar a avanzar cada vez más a sus propios vecindarios, educar a los niños más pequeños, liderar discusiones significativas con sus amigos, o inspirar movimientos para el cambio social.
Si bien es maravilloso que a nuestros jóvenes se les pueda proporcionar una infraestructura que los aliente a desarrollar habilidades, también es importante que aprendan a aplicar esas habilidades a la realidad que les rodea. La escuela secundaria, la universidad y las actividades extraescolares no siempre reflejan el mundo real, y es fácil para los jóvenes vivir en una burbuja de confort socioeconómico.
Si queremos criar hijos que cambien el mundo, ayuden a los oprimidos, luchen contra la injusticia y unifiquen a la humanidad, debemos hacer un esfuerzo concertado para ayudarlos a desarrollar la flexibilidad y apertura necesarias para estas tareas, para que a medida que crezcan , la decisión de mejorar su comunidad provenga orgánica y espontáneamente de ellos, no de sus familias o sus familiares, no por la necesidad de cumplir las horas de servicio comunitario en la escuela, o de tener un espacio cómodo para socializar, sino de su deseo sincero de ser un medio a través del cual sus comunidades se unifiquen y el planeta pueda volverse más espiritual:
“Cuán excelente, cuán honorable se vuelve el hombre si se alza a desempeñar sus responsabilidades; cuán desdichado y despreciable si cierra sus ojos al bienestar de la sociedad y malgasta esta preciosa vida yendo en procura de sus propios intereses egoístas y ventajas personales”. – Abdu’l-Bahá, El Secreto de la Civilización Divina, p. 7.
Ya sea que seamos padres, maestros, voluntarios, hermanos mayores o amigos, cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de ayudar a los prejóvenes a verse a sí mismos ejemplificando una vida de servicio hacia los demás, no apatía, sino altruismo.
Tenemos los medios para acompañarlos en sus planes ambiciosos, para alentarlos a dar un paso más allá, para que no se desanimen por la apatía de otras personas. Sabemos lo talentosos, capaces y buenos que son; ahora podemos ayudarlos en el camino a medida que descubren cómo aplicar esos talentos, capacidades y fortalezas espirituales para mejorar el mundo que los rodea.
Los prejóvenes se encuentran en un período crucial en sus vidas, en el escenario donde establecen sus patrones de pensamiento, toman las decisiones trascendentales de la vida, establecen el curso de su futuro y sus propias personalidades. Todos los que se preocupan por el futuro tienen la responsabilidad de estar allí para ayudarlos en su camino de servicio. Porque si no es ahora, ¿entonces cuándo?
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