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¿Quiero ser bahá'í?
Vida

En busca de días de felicidad después del dolor y el maltrato

Susan Gammage | Mar 23, 2023

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Susan Gammage | Mar 23, 2023

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Muchas cosas en mi vida, contrarias a mis deseos, parecen haber sido predestinadas, empezando por una infancia llena de horrendos abusos sexuales y físicos desde el nacimiento hasta los 17 años, cuando finalmente escapé. 

De pequeña, Dios era mi mejor amigo imaginario y Él y yo tuvimos muchas conversaciones. Le rogaba que pusiera fin a los abusos y al sufrimiento, pero todo seguía empeorando. 

En el colegio y en la escuela dominical aprendí a cantar una canción cuyo estribillo decía: «Si Dios puede ver al gorrión caer, sé que debe verme a mí». Pero no me sentía vista ni amada ni protegida, así que me convencí de que Dios no era real. No era más que un cuento que los adultos contaban a los niños, como Papá Noel, el Conejo de Pascua y el Ratoncito Pérez.

Me alejé de Dios y me convertí en atea durante diez años.

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Pero cuando conocí la fe bahá’í hace más de 40 años y leí por primera vez algunos de sus escritos, me convencí rápidamente de que sólo podían proceder del Creador. En ellos vi un plan para la paz mundial, y pensé que quizá también había un plan para mi propia paz interior, a nivel individual, para ayudarme a recuperarme del desastre de mi infancia. 

Alguien en quien confiaba compartió conmigo estas reconfortantes palabras de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe. Me reconfortan cada vez que las leo:

No os apenéis si, en estos días y en este plano terrenal, cosas contrarias a vuestros deseos han sido ordenadas y manifiestas por Dios, porque días de inmensa alegría, de delicia celestial, hay de seguro en abundancia para vosotros. Mundos santos y espiritualmente gloriosos serán descubiertos a vuestros ojos. Habéis sido destinados por Él a participar, en este mundo y en el próximo, de sus beneficios, compartir sus alegrías y obtener una porción de su gracia sostenedora. A todos y a cada uno de ellos, sin duda, llegaréis.

Desde entonces, han ido surgiendo en mi camino más y más cosas contrarias a mis deseos. De hecho, esta vida ha sido bastante decepcionante a muchos niveles. No te aburriré con la letanía de mis heridas, porque estoy segura de que tú también tienes las tuyas. Todos los tenemos.

Cuando llegué a la Fe bahá’í, creía en un Dios castigador. En mi lógica infantil, pensaba que como el amor de mis padres era abusivo, el amor de mi Padre Celestial también debía serlo. Estaba absolutamente segura de que Dios iba a castigarme por todo lo que hiciera o dejara de hacer bien, igual que había sido castigada por mis padres en mi infancia.

Realmente creía que tenía que ganar un montón de puntos espirituales, y que cuantos más reuniera, mejor sería mi vida después de la muerte. Me aferré a esa creencia durante los primeros 30 años de mi vida bahá’í. No importaba que todas las oraciones bahá’ís que leyera terminaran con atributos de Dios como: el Todo Amoroso, el Más Compasivo, el Que Todo lo Perdona, etcétera. En ninguna parte hallé al Todo Vengador, al Todo Condenador, al Todo Castigador, etc. ¡Me lo inventé todo!

Me ha llevado mucho tiempo tomar conciencia de que Dios me creó por amor a mí, como atestigua este pasaje de Las Palabras Ocultas de Bahá’u’lláh:

Velado en Mi ser inmemorial y en la antigua eternidad de Mi esencia, conocí Mi amor por ti; por eso te creé, grabé en ti Mi imagen y te revelé Mi belleza

El Creador que me creó me ama y ora por mí, como atestigua esta oración de Abdu’l-Bahá:

Os amo con todo mi corazón y oro por vosotros cada noche y cada mañana. Te he llamado por tu nombre; eres Mío. [Traducción Provisional de Oriana Vento].

Si supiera plenamente cuánto me ama Dios, me dicen las enseñanzas bahá’ís, podría volar:

En efecto, si supierais cuán apreciados sois en presencia de vuestro verdadero y celestial Padre, extenderíais las alas y emprenderíais el vuelo. [Traducción Provisional de Oriana Vento].

Volvamos a la cita inicial: No importa cuántas cosas contrarias a mis deseos hayan sido ordenadas en esta vida física, mira lo que se me ha prometido. Ahora, cada vez que pienso en los días de dicha que me esperan, recuerdo estas promesas y levanto la cabeza. Todavía estoy estirando las alas, pero confío en que muy pronto estaré lista para alzar el vuelo, y con esta esperanza en mi corazón, ¡estoy agradecida!

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