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El cáncer y la voluntad del Creador

Mahin Pouryaghma | Jun 14, 2024

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Mahin Pouryaghma | Jun 14, 2024

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Últimamente estoy en estado de shock, y me río de la ironía de la vida. Aquí estoy, cancerosa, esperando la muerte y deseando irme pronto, y dos personas muy cercanas a mí también se van.

Una está posiblemente de camino al otro mundo debido al síndrome de shock tóxico, y la otra puede tener una larga y dura batalla con su salud debido a una posible LMA, una forma de leucemia de crecimiento rápido. Ahora mismo, mientras mi muerte sigue acercándose, nada parece tener mucho sentido.

Esta situación con mis dos queridas amigas me perturba. Pienso que quizá sea una de mis pruebas espirituales: ¿confío en el Creador lo suficiente como para ser humilde? ¿Me doy cuenta y acepto que Dios sabe lo que hace, y acepto Su voluntad, ya sea para mí o para mis seres queridos?

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Este tipo de prueba, que llega al final de mi vida, me sorprende. Pensaba que había recorrido un buen trecho espiritual, pero ahora veo que debo volver a empezar desde la línea de salida.

Hace unas horas, intenté encontrar algo de ropa para ponerme que no me provocara ardor/picazón en la piel. Debido a esta afección, la mayor parte de mi ropa buena, normalmente reservada para ir a lugares públicos y lo bastante bonita como para no llevarla todos los días, me la pongo ahora para ir a la cama, cosa que normalmente las personas cuerdas no harían. Me dije a mí misma que no debía ponerme esta ropa en la cama, sino guardarla para el futuro, lo cual me sonó tan gracioso que me eché a reír. Me di cuenta de que este día, este momento, es mi futuro en este mundo. Me pareció tan extraño.

No estamos seguros, pero parece que mi cáncer podría estar haciendo metástasis en el páncreas, porque tengo un dolor o una sensación de dolor muy leve en el lado derecho del abdomen. El dolor aún no es lo suficientemente fuerte como para tomar analgésicos, pero las enfermeras del hospicio me han ofrecido muchas opciones para tratar mi dolor, desde Tylenol hasta morfina. Consultándoles, he decidido que la morfina se reservará para la última etapa de mi vida física.

Así que tal vez, por fin, haya comenzado el principio del fin. Rezo con todas mis fuerzas para no acobardarme si el dolor se vuelve más insoportable de lo que puedo soportar. Sé, por haber sido testigo de lo que les puede ocurrir a otros aquí en mi residencia, que el dolor intenso al final de la vida puede amenazar la fe de las personas y su dependencia de Dios.

No dejo de recordarme que en los escritos bahá’ís, Bahá’u’lláh nos promete:

¡Juro por Mi vida! Nada puede sobrevenir a Mis amados salvo aquello que les aproveche. Esto lo atestigua la Pluma de Dios, el Más poderoso, el Todo Glorioso, el más Amado. No dejéis que los sucesos del mundo os entristezcan. ¡Juro por Dios! El océano de la alegría anhela alcanzar vuestra presencia, pues toda cosa buena ha sido creada para vosotros y os será revelada de acuerdo con las necesidades del tiempo.

¡Oh Mis siervos! No os apenéis si, en estos días y en este plano terrenal, cosas contrarias a vuestros deseos han sido ordenadas y manifiestas por dios, porque días de alegría de delicia celestial, hay de seguro en abundancia para vosotros. Mundos, santos y espiritualmente gloriosos, serán desvelados a vuestros ojos. Habéis sido destinados por Él a participar, en este mundo y en el siguiente, de sus beneficios, compartir sus alegrías y obtener una porción de su gracia sostenedora…

Así que me aferro a esta promesa bahá’í, y confiaré en que el Dios amoroso me dará la fuerza para atravesar lo que sea que tenga que atravesar para superar este plano mortal.

Esta mañana me he despertado de una pesadilla. Solía tener un sueño muy parecido durante muchas décadas de mi vida, en el que me encontraba indefensa atrapada en el país donde nací, Irán. El sueño tiene lugar durante una época en la que la persecución de los bahá’ís en Irán estaba en uno de sus peores momentos, por lo que me sentía aterrorizada.

Curiosamente, durante la última década no he tenido ese sueño, pero anoche, este terrible sueño volvió a visitarme, o yo volví a visitarlo.

En el sueño, me encontraba en una pequeña ciudad con un gran grupo de perseguidores de los bahá’ís. Esos perseguidores iban vestidos como el KKK, excepto de azul y sin cubrirse la cara, e incluso los niños de este pueblo estaban entrenados para perseguir a los bahá’ís. Pensaba que estaba lo bastante sana mentalmente como para haber dejado atrás aquellos viejos temores, pero, por desgracia, parece que todavía me persiguen. Tal vez, pensé, esos temores reflejen algún pequeño miedo persistente a la muerte, a mi aniquilación. Tengo que recordarme a mí misma que este pasaje de los escritos bahá’ís nos asegura que todo buscador espiritual es inmortal:

En este viaje, tras haberse sumergido en el océano de la inmortalidad, tras haber librado su corazón del apego a todo menos a Él y tras haber alcanzado las más altas cimas de la vida sempiterna, el buscador no verá aniquilación alguna ni para sí mismo ni para ninguna otra alma. Beberá de la copa de la inmortalidad, transitará por su tierra, se remontará por su atmósfera, confraternizará con quienes son sus personificaciones, comerá de los frutos imperecederos e incorruptibles del árbol de la eternidad y se contará por siempre entre los moradores del dominio sempiterno en las encumbradas alturas de la inmortalidad.

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Entonces, cuando me desperté por la mañana, me vino un pensamiento independiente de ese sueño. Cada vez que acudo a nuestro centro oncológico, nos entregan un cuestionario, en el que una parte trata de los aspectos físicos de la enfermedad y la otra se centra en los aspectos mentales y emocionales. Por ejemplo: «De 1 a 5, ¿que grado de depresión tiene?». Mi respuesta siempre ha sido la misma: cero.

Así que hoy, rellenando ese cuestionario después de mi pesadilla, y reconociendo las hermosas promesas que las enseñanzas bahá’ís revelan sobre la vida eterna, me he dado cuenta de que le estaba diciendo al universo que estoy feliz de estar en la Tierra. Esta existencia física le ha dado a mi alma el tiempo y el lugar para desarrollarse y crecer en preparación para mi último y verdadero hogar: el otro mundo. Entonces, ¿por qué iba a sentirme infeliz o deprimida?

Le dije a la Madre Tierra que estaba muy contenta con ella y con su generosidad al permitirme vivir tanto tiempo y aprender tanto.

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