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Combatiendo el sesgo desde donde comienza: en nosotros mismos

David Langness | Dic 5, 2019

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David Langness | Dic 5, 2019

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Un reciente estudio científico sobre motivos sesgados planteó una pregunta importante: ¿por qué existen tantos conflictos irresolubles en el mundo cuando todos podrían beneficiarse de llegar a un acuerdo?

Probablemente pueda pensar en muchos, muchos ejemplos en los que podría aplicarse esta pregunta.

Se aplica no solo a los conflictos nacionales e internacionales, a las contiendas étnicas y religiosas, y a los enfrentamientos políticos polarizados, sino que también se aplica directamente en el hogar, en nuestras amistades, nuestras relaciones laborales, incluso nuestros matrimonios y dinámicas familiares. Si alguna vez ha tenido un conflicto prolongado con alguien que aprecia, sabe lo difícil que puede ser llegar a un acuerdo.

Los conflictos interpersonales en ese tipo de relaciones, nos dice la ciencia, a menudo tienen sus raíces en una mentalidad sesgada llamada «asimetría de atribución de motivos», la creencia prejuiciosa de que mis intenciones son buenas, pero las del otro no lo son. Un conjunto de estudios realizados en la Universidad de Princeton mostró que ese tipo de sesgo puede conducir al odio:

El odio es una aversión altamente persistente y apasionada asociada con la creencia de que el objeto odiado es malo. Debido a que el odio está asociado con la creencia de que el otro es de naturaleza mala (es decir, su esencia es malvada), este conduce a no querer cambiar al otro, sino a separarse o destruir al otro.https://www.pnas.org/content/111/44/15687

Piénselo por un momento y pregúntese: ¿tengo este tipo de sesgo en algún lugar de mi mente o corazón? ¿Creo que alguna persona es completamente malvada?

Por supuesto, todos tenemos nuestros prejuicios, algunos de ellos dañinos, pero otros relativamente inofensivos. Podría estar parcializado a favor de la comida india, los automóviles coreanos o el socialismo al estilo escandinavo; mientras que alguien más podría tener un sesgo en contra de esas tres cosas. Estas preferencias personales no suelen generar conflictos intensos, pero las enseñanzas bahá’ís nos dicen que otros prejuicios ciertamente lo hacen: prejuicios de género, prejuicios raciales, prejuicios patrióticos o cualquier otro prejuicio que induzca al conflicto:

…Y entre las enseñanzas de Bahá’u’lláh está que los prejuicios religiosos, raciales, políticos, económicos y patrióticos destruyen el edificio de la humanidad. Mientras prevalezcan estos prejuicios, el mundo de la humanidad no tendrá descanso. Durante un período de seis mil años, la historia nos informa acerca del mundo de la humanidad. Durante esos seis mil años, el mundo de la humanidad no ha estado libre de guerras, de luchas, de homicidios y sed de sangre. En toda época se ha hecho la guerra en un país o en otro y esa guerra se ha debido ya sea al prejuicio religioso, al prejuicio racial, al prejuicio político o al prejuicio patriótico. Por tanto, se ha establecido y probado que todos los prejuicios son destructivos para el edificio humano. Mientras persistan esos prejuicios, ha de permanecer dominante la lucha por la existencia y continuará la sed de venganza y rapacidad. Por consiguiente, lo mismo que en el pasado, el mundo de la humanidad no puede ser salvado de la oscuridad de la naturaleza ni alcanzar la iluminación si no es mediante el abandono de los prejuicios y la adquisición de la moralidad del Reino. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 392.

Las enseñanzas bahá’ís piden a todos que hagan algo muy difícil con respecto a la asimetría de atribución de motivos: examinar nuestros motivos internos y eliminar de manera diligente y consciente cualquier prejuicio o sesgo que encontremos dentro de nosotros mismos:

El hombre debe ser justo. Debemos poner a un lado la parcialidad y el prejuicio. Debemos abandonar las imitaciones de nuestros ascendientes y antepasados. Debemos investigar nosotros mismos la realidad y ser objetivos. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 344.

…en tanto el prejuicio (sea este religioso, racial, nacionalista, político o sectario) continúe existiendo entre los hombres, la paz universal no será una realidad en el mundo. Desde la más temprana historia del hombre hasta el presente, todas las guerras y el derramamiento de sangre que han tenido lugar fueron causados por parcialidades, sean estas religiosas, raciales, políticas o sectarias. – Ibid., pág. 369.

Por otra parte, en cuanto a las predisposiciones religiosas, raciales, nacionalistas y políticas: todos estos prejuicios tratan de cortar de raíz la vida humana; todos generan derramamiento de sangre y la ruina del mundo. Mientras esos prejuicios subsistan, habrá continuas guerras espantosas. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 328.

Las enseñanzas bahá’ís ponen mucho énfasis en la justicia, y la justicia comienza en la mente de cada ser humano, quienes tiene la capacidad de cuestionar sus intenciones, investigar objetivamente la realidad y dejar de lado sus prejuicios. Todos queremos que prevalezca la justicia en el mundo, pero antes de poder dar ese gran salto, la justicia primero debe prevalecer en nuestras mentes y corazones. Abdu’l-Bahá dejó en claro este requisito previo para alcanzar la justicia cuando describió las cualidades y características de los futuros miembros de un sistema de gobierno global, uno de los objetivos principales de la Fe Bahá’í, diciendo que ellos deben estar libres de cualquier tipo de prejuicios, ya sea de nacionalidad, religión o creencia, así mismo, deben estar libres de tentaciones y deseos terrenales, deben volverse hacia Dios y ser devotos del bienestar de toda la humanidad.

Una vez que comenzamos a cuestionar nuestros propios prejuicios, buscaremos crear la verdadera fe y justicia, en nosotros mismos y en el mundo:

…Pues los atributos del pueblo de fe son la justicia y equidad; la paciencia, la compasión y la generosidad; la consideración hacia los demás; el candor, la honradez y la lealtad; el amor y la amabilidad; la devoción y el tesón y la humanidad. – Abdu’l-Bahá, El secreto de la civilización divina, pág. 33.

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