Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Todo buscador espiritual vive en busca de aquellos momentos trascendentales que ocasionalmente experimentamos, aquellas profundas y poderosas percepciones que surgen sobre los aspectos místicos de la vida que van más allá de nuestra existencia material.
Esos momentos espirituales, dicen las enseñanzas bahá’ís, nos permiten trascender esta existencia física y acceder al plano espiritual:
Es evidente, por lo tanto, que el hombre tiene dos aspectos: como animal está sujeto a la naturaleza, pero en su ser espiritual o consciente transciende el mundo de la existencia material. Sus poderes espirituales, siendo más nobles y más elevados, poseen virtudes de las cuales la naturaleza intrínsecamente no tiene evidencia, por lo cual ellos triunfan sobre las condiciones naturales. Estas virtudes o poderes ideales en el hombre, sobrepasan o abarcan a la naturaleza, comprenden las leyes naturales y los fenómenos, penetran los misterios de lo desconocido e invisible, y los ponen de manifestó en el dominio de lo conocido y visible. – Abdu’l-Bahá, La Promulgación a la Paz Universal, pág. 98.
Las personas pasan toda su vida buscando esa experiencia espiritual transformadora, esperando «penetrar en los misterios de lo desconocido». Todo buscador desea nadar en ese mar invisible y desarrollar un sentido de unidad y conexión con una conciencia mayor. Como lo dicen las enseñanzas bahá’ís:
Ojalá logréis capacidad suprema y atracción magnética en este reino de fuerza y poder, manifestando nueva energía y maravillosa realización, pues Dios es vuestro Socorredor y Auxiliador. El hálito del Espíritu Santo es vuestro confortador, y los ángeles del cielo os rodean. – Ibid., pág. 44.
Los buscadores han preguntado por milenios, ¿cómo encontramos esa transformación y trascendencia? y una vez que lo encontramos, ¿cómo la mantenemos? Las enseñanzas bahá’ís tienen tres recomendaciones claras para aquellos que buscan una experiencia espiritual trascendente: adoptar una práctica regular de meditación, oración y ayuno.
Meditación y ayuno
Estas técnicas antiguas para alimentar nuestra luz interior comienzan con la capacidad humana de auto-reflexión y contemplación. Bahá’u’lláh dijo:
… el signo del intelecto es la contemplación, y el signo de la contemplación es el silencio, puesto que es imposible para una persona hacer dos cosas al mismo tiempo: no puede hablar y meditar a la vez. Abdu’l-Bahá, La Sabiduría de Abdul’-Bahá, pág. 211.
Esta contemplación meditativa, el acto de sentarse en silencio en un pensamiento profundo, de comunicarse con su conciencia interior, la práctica espiritual regular que los maestros Zen llaman zazen, puede ser particularmente efectiva y poderosa durante el período del ayuno bahá’í.
En una charla pública en París hace cien años, Abdu’l-Bahá alentó a meditar a todos los que buscan una comprensión de la dimensión mística de la vida:
La meditación es la llave que abre las puertas de los misterios. En ese estado, el ser humano se abstrae; en esa actitud se aísla de todos los objetos que le rodean; en este estado subjetivo se sumerge en el océano de la vida espiritual, y puede descubrir los secretos de las cosas en sí mismas. Para ilustrar esto, pensad en un individuo dotado con dos clases de vista: cuando usa el poder de la visión interior, el poder de la visión exterior no ve. Esta facultad de la meditación libera al ser humano de la naturaleza animal, le hace discernir la realidad de las cosas y le pone en contacto con Dios. – Ibid.
Sin embargo, lo curioso es que las enseñanzas bahá’ís no contienen técnicas, tiempos ni principios recomendados para la meditación. Los bahá’ís son libres de meditar de cualquier manera que les funcione. Sin embargo, El Guardián de la Fe Bahá’í, Shoghi Effendi, recomendó a los bahá’ís a que aumenten e intensifiquen sus esfuerzos de meditación durante los diecinueve días del ayuno anual bahá’í.
Durante el ayuno, los bahá’ís no comen ni beben durante las horas del día, pero este mero acto físico de abnegación no constituye realmente un verdadero ayuno. En cambio, como lo sugieren las enseñanzas bahá’ís, la meditación y la oración actúan como una parte integral del ayuno y realmente la completan.
Estos aspectos contemplativos del ayuno tienen un objetivo singular: alcanzar los momentos trascendentes que anhelan nuestras almas y encontrar el alimento espiritual que necesitamos:
A través de la facultad de meditación, el hombre alcanza la vida eterna; a través de él recibe el aliento del Espíritu Santo, el don del Espíritu se da en la reflexión y la meditación.
Durante la meditación, el espíritu humano es informado y fortalecido; a través de ella, cosas de las cuales éste no tenía conocimiento, se revelan ante su vista. Por medio de ella, recibe inspiración divina; gracias a ella, recibe el alimento celestial. – Abdu’l-Bahá, La Sabiduría de Abdu’l-Bahá, pág. 211.
Casi cualquier persona que tome algún tiempo todos los días y se siente donde nada perturbe su concentración interna puede meditar. La meditación silenciosa se vuelve especialmente sencilla durante el período del ayuno bahá’í, cuando la meditación puede ser realzada durante las horas tempranas del amanecer o el tiempo normal reservado para preparar y comer una comida de mediodía.
Si prueba esta práctica meditativa durante la temporada del ayuno de bahá’í, ya sea que esté sin comer o sin beber durante las horas del día o no, puede descubrir que puede aprender muchísimo mientras habla con su propio espíritu.
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