Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En un viaje por carretera para explorar la isla de Vancouver, mi marido John y yo decidimos quedarnos unos días en Tofino, una ciudad muy conocida por su belleza y sus actividades recreativas.
Ansiosa por vivir mi primer día de aventuras, esa mañana me sentí consternada cuando leí la previsión meteorológica: casi cinco centímetros de lluvia. Vaya, eso es mucha lluvia, sobre todo para una vacacionista como yo que sólo quiere ir a la playa.
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Pregunté en la recepción del hotel: «¿Qué hace la gente aquí cuando llueve?». La respuesta, tan sencilla, tan profunda: «Se ponen un impermeable».
Así que eso hicimos, y lo pasamos muy bien en la playa y otros sitios de interés. Cuando llegó la tarde nos pusimos ropa seca y disfrutamos de un cacao junto a la chimenea. Había sido un día perfecto.
Por supuesto, reconozco que un día de lluvia en la playa no es un gran contratiempo, ni se acerca a los retos mucho mayores que a veces presenta la vida. Sin embargo, al reflexionar sobre ese día, encuentro lecciones sobre cómo afrontar tiempos más duros y difíciles. Lo que me hace preguntarme: ¿Cómo puedo vivir una vida a prueba de mal tiempo?
¿Cómo puedo evitar que las tormentas de la vida penetren en mi interior? ¿Cómo puedo crear mi propio clima, como dice el refrán?
En primer lugar, puedo ver las dificultades como una condición temporal y externa. Si persevero, seguramente las cosas saldrán bien, aunque no siempre en el momento o de la manera que yo hubiera previsto. Llamamos a este resultado «serendipia», cuando se producen resultados inesperados e incluso mejores de lo esperado.
En segundo lugar, y mucho más importante, a través de estas palabras de los escritos de Bahá’u’lláh encuentro la rectitud y la belleza de todo lo que me sucede: “La fuente de todo bien es la confianza en Dios, la sumisión a Sus mandatos y la complacencia con Su santa voluntad y agrado”.
En tercer lugar, si puedo estar contento, también puedo estar agradecido cuando surgen dificultades. Estas palabras adicionales de Bahá’u’lláh me recuerdan que debo compartir mi buena fortuna y reconocer que los problemas forjan el carácter: «Sed generosos en la prosperidad y agradecidos en la adversidad».
Así que me pregunto: «¿He sido alguna vez agradecido en la adversidad?».
Mattie Stephanek, un chico que murió a los 13 años dejando tras de sí una obra asombrosa que mostraba una sabiduría muy superior a la de su edad, aconsejaba celebrar después de haber superado las tormentas de la vida:
Todos tenemos tormentas en la vida, y cuando pasamos por momentos difíciles y nos recuperamos de ellos, deberíamos celebrar que lo hemos superado. Por muy mal que parezca, siempre hay algo hermoso que puedes encontrar.
Cuando estoy en medio de un problema, necesito confiar en que tiene solución y que la bondad fluirá de la adversidad. Al igual que las mareas, la vida tiene un flujo y reflujo, un ritmo.
Y lo que es igual de importante, puedo mantener el sentido del humor, que es otra forma de decir que puedo ser desapegada. Si puedo aceptar lo inevitable y superar mis expectativas previas, seré más flexible e ingeniosa. Esto puede ser una experiencia estimulante, ya que puedo superar los altibajos con confianza.
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Así que, volviendo al punto de partida, ya sea resolviendo qué hacer en un día de vacaciones con tormenta o solucionando un problema mayor y menos trivial, tengo muchas oportunidades de expresar cualidades interiores superiores. Cuando me encuentro yendo en una dirección inesperada, puedo sentir curiosidad por lo que sucederá en su lugar. Cuando me encuentro en circunstancias adversas, puedo dar gracias a Dios por los retos de la vida, que, al final, nos aportan sus recompensas.
Cuanto más pienso en ello, más me doy cuenta de que la fe, la satisfacción, la felicidad y el humor me mantienen equilibrada y enriquecida. Me mantienen a salvo de la lluvia y me brindan el sol que siempre sigue a la tormenta.
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