Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
El otro día en la tienda, escuché a alguien proclamar con orgullo (y en voz alta): “Soy un estadounidense cristiano, en ese orden. Mi lealtad a mi país siempre es lo primero”.
Desde entonces, he pensado bastante en ese sentimiento. Me fastidia, aunque parece bastante frecuente entre algunas personas.
Como bahá’í, encuentro admirable el patriotismo y la lealtad al país, pero nunca lo pondría antes de mi conexión con el Creador. Los países se forman, florecen y pueden eventualmente fracasar, pero un Dios permanente y eterno es inalterable y no cambia.
Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe Bahá’í, dijo:
¡Por la rectitud del Señor! Habéis sido creados para mostrar amor unos por otros, y no perversidad y rencor. No os enorgullezcáis en el amor a vosotros mismos, sino en el amor a vuestros congéneres. No os gloriéis en el amor a vuestra patria, sino en el amor a toda la humanidad. – Bahá’u’lláh, Las Tablas de Bahá’u’lláh, pág. 91.
“No os gloriéis en el amor a vuestra patria” significa algo esencial e importante para todos los bahá’ís. Significa que la misión de Bahá’u’lláh —unificar a la humanidad y lograr la paz y la unidad de todas las naciones— tiene la intención de elevar nuestra visión más allá del mero patriotismo nacionalista limitado a una conciencia más amplia e inclusiva de la ciudadanía mundial.
Millones de bahá’ís de todo el mundo ven a Bahá’u’lláh como el último educador celestial, un profeta y una manifestación de Dios que realmente ha «abierto las puertas de los corazones humanos a una conciencia superior». Las enseñanzas bahá’ís piden a todos que aspiren a alcanzar aquella conciencia superior, no solo una conciencia espiritual interna elevada, sino también la conciencia de la ciudadanía mundial:
De este modo la tierra será considerada como un solo país y un único hogar. El fruto más glorioso del árbol del conocimiento es esta exaltada palabra: Todos vosotros sois los frutos de un solo árbol y las hojas de una misma rama. Que ningún hombre se gloríe de que ama a su país, que más bien se gloríe de que ama a su especie. – Bahá’u’lláh, Las Tablas de Bahá’u’lláh, pág. 84.
En esta visión del futuro que proclaman y prometen las enseñanzas bahá’ís, la humanidad ya no permitirá que el patriotismo jingoísta provoque hostilidad, conflicto y guerra; en cambio, inspirará una lealtad más amplia al subordinar el amor al país al amor al mundo:
El amor al propio país … no es condenado ni se hace desmerecer por esta declaración, este toque de trompeta de Bahá’u’lláh. No debiera, y de hecho no puede, interpretarse como rechazo a un sano e inteligente patriotismo, ni considerarse a la luz de una censura pronunciada contra éste, ni tampoco busca socavar la lealtad y apego de ningún individuo hacia su país, ni está en pugna con las legítimas aspiraciones, deberes y derechos de ningún estado o nación en particular. Lo que da a entender y proclamar es solamente la insuficiencia del patriotismo, a la vista de los cambios fundamentales efectuados en la vida económica de la sociedad y la interdependencia de las naciones, y como consecuencia de la constricción del mundo, debida a la revolución de los medios de transporte y comunicación… Exige una lealtad más amplia, que no debiera estar, y de hecho no está, en conflicto con lealtades menores. Infunde un amor que en vista de su alcance debe incluir, y no excluir, el amor al propio país. Mediante esa lealtad que inspira y ese amor que inculca, echa los únicos cimientos sobre los cuales puede prosperar el concepto de ciudadanía mundial y puede descansar la estructura de la unificación del mundo. Sin embargo, insiste en que se subordinen las consideraciones nacionales e intereses particulares a los imperativas y supremas exigencias de la humanidad como un todo, por cuanto en un mundo de pueblos y naciones interdependientes se favorece mejor a la parte, favoreciendo al todo. – Shoghi Effendi, El día prometido ha llegado, pág. 112.
La Fe Bahá’í nos pide a cada uno de nosotros, a cada ser humano en la Tierra, que reconozcamos nuestro derecho de nacimiento global como parte de la familia humana. Sí, todos nacimos dentro de los límites y las fronteras de un país en particular, pero esas fronteras pueden ser modificadas, conquistadas o borradas, incluso podrían desaparecer por completo, a veces de la noche a la mañana. Los países van y vienen, pero la Tierra permanece. Ciertamente, como ciudadanos de nuestros pueblos, nuestras ciudades, nuestros estados y nuestros países, tenemos múltiples lealtades patrióticas. Más importante aún, y de forma más permanente, todos nacemos como ciudadanos de este planeta, los terrícolas, los herederos y los administradores del mundo entero. Entonces, ¿A qué llama la visión de Bahá’u’lláh de la unidad mundial y la conciencia de la ciudadanía mundial? Esta vislumbra:
Una comunidad mundial en la cual todas las barreras económicas sean derribadas de forma permanente y se reconozca definitivamente la interdependencia del capital y trabajo; en la cual sea acallado para siempre el clamor del fanatismo y el conflicto religioso; en la cual sea finalmente extinguida la llama de la animosidad racial; en la cual un código único de derecho internacional, producto de un juicioso análisis de los representantes federados del mundo, sea oficialmente aprobado por la intervención instantánea y coercitiva de las fuerzas conjuntas de las unidades federadas; y, finalmente, una comunidad mundial en la cual el furor de un nacionalismo caprichoso y militante se haya transmutado en una perdurable consciencia de ciudadanía mundial: así es como se presenta, en líneas muy generales, el Orden previsto por Bahá’u’lláh, Orden que llegará a ser considerado el más hermoso fruto de una era de lenta maduración.
«Ha sido erigido el tabernáculo de la unidad», proclama Bahá’u’lláh en Su mensaje dirigido a toda la humanidad, «no os miréis como extraños los unos a los otros […]Sois los frutos de un solo árbol y las hojas de una sola rama […] La tierra es un solo país y la humanidad, sus ciudadanos. […] No debe enaltecerse quien ama a su patria, sino quien ama al mundo entero. – Shoghi Effendi, El orden mundial de Bahá’u’lláh, pág. 75.
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