Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Siempre he tenido una percepción negativa de la suerte y una más positiva del destino.
¿Cuál es la diferencia, me preguntas? Si tanto la suerte como el destino significan que las cosas suceden sin nuestro control, ¿en qué se diferencian? Veamos las definiciones del diccionario:
La suerte: el desarrollo de eventos que están más allá del control de una persona y que se consideran determinados por un poder sobrenatural.
El destino: los eventos que necesariamente deben sucederle a una persona o cosa en particular en el futuro.
Entonces, con la suerte, las cosas suceden fuera de nuestro control, pero con el destino, ejercemos al menos cierto control condicional sobre nuestro futuro.
¿Entiendes por qué siempre me gustó más el destino? Me siento mucho más cómodo sabiendo que mis propias acciones influyen en lo que me sucederá, en lugar de que sea solo las inexorables fuerzas externas.
Por supuesto, eso es un pensamiento engañoso porque ninguno de nosotros tiene control sobre los eventos externos, solo tenemos control sobre nosotros mismos. Entonces, la suerte es un hecho consumado, eventos de los cuales no tenemos poder de detener; y el destino es la capacidad, por pequeña que sea, de moldear condicionalmente el futuro a través de las acciones.
¿Crees en la suerte o en el destino?
Me parece que por medio de estas definiciones necesitamos aceptar a ambos en nuestras vidas, con los brazos abiertos y sin temores. Las enseñanzas Bahá’ís lo definen de esta manera:
«El destino es de dos clases: el irrevocable y el condicional o dependiente. El destino irrevocable es el que no puede alterarse; el condicional es el que puede ocurrir o no ocurrir. Por ejemplo, el destino irrevocable de esta lámpara es que el aceite arda hasta consumirse. Por tanto, la extinción de la lámpara responde a un decreto imposible de alterar o cambiar, ya que se trata de un destino irrevocable… En cambio, el destino condicional es comparable a la situación que se da cuando la lámpara, quedando todavía aceite, se apaga por efecto de una ráfaga de viento. Este es un destino condicional. Lo sabio es evitarlo, protegerse de él, ser precavido y prudente» – ‘Abdul-Bahá, Contestaciones a algunas preguntas, p. 298.
Para seguir con esta analogía, la lámpara en sí no puede hacer nada más que cumplir con el propósito por el que fue creada: quemar el aceite y mantener el fuego encendido. Por otro lado, el aceite representa la capacidad que se nos ha otorgado en esta vida, y no el tiempo que tendremos en esta tierra.
Entonces, ¿cuál es el propósito de un ser humano en este planeta, en esta vida? ¿Estamos aquí solamente para consumir nuestro aceite personal?
Así como el propósito del aceite es el de encender la lámpara, así pues el propósito de nuestra alma es el de encender nuestro espíritu. Así como la lámpara que brinda luz a un hogar, así nuestras vidas pueden iluminar al mundo, trascendiendo “el mundo de la existencia material:”
«El hombre es inteligente, instintiva y conscientemente inteligente; la naturaleza no lo es. El hombre está fortalecido por la memoria; la naturaleza no lo posee. El hombre es el descubridor de los misterios de la naturaleza; ella misma no tiene consciencia de esos misterios. Es evidente, por lo tanto, que el hombre tiene dos aspectos: como animal está sujeto a la naturaleza, pero como en su ser espiritual o consciente trasciende el mundo de la existencia material. Sus poderes espirituales, siendo más nobles y más elevados, poseen virtudes de las cuales la naturaleza intrínsecamente no tienen evidencia; por lo cual ellos triunfan sobre las condiciones naturales. Estas virtudes o poderes ideales en el hombre sobrepasan o abarcan a la naturaleza, comprenden las leyes naturales y los fenómenos, penetran los misterios de lo desconocido e invisible, y los ponen de manifiesto en el dominio de lo conocido y visible. Todas las artes y ciencias que existen fueron alguna vez ocultos secretos de la naturaleza. Mediante el domino y control de la misma, el hombre las sacó del plano de lo invisible y las reveló en el plano de lo visible, considerando que de acuerdo a las exigencias de la naturaleza estos secretos hubiesen permanecido latentes y ocultos. De acuerdo a los reclamos de la naturaleza, la electricidad hubiera sido un poder oculto y misterioso; pero el penetrante intelecto del hombre la ha descubierto, la sacó del reino de los misterios e hizo de ella un obediente servidor del hombre. En su cuerpo físico y sus funciones, el hombre es un cautivo de la naturaleza; por ejemplo, él no puede continuar su existencia sin dormir, una exigencia de la naturaleza; debe comer y beber, lo cual es una demanda y requerimiento natural. Pero en su ser espiritual e inteligencia, el hombre domina y controla la naturaleza, la soberana de su ser físico» – Promulgación de la Paz Universal, p. 93.
Los seres humanos tienen almas; ese espíritu anima nuestros cuerpos, ilumina la inteligencia que irradia de nuestras mentes. Así es que, aun cuando nuestra destino puede ya estar determinado, aun tenemos la habilidad de desafiarlo y crear un camino nuevo, dadas las condiciones correctas de consciencia y susceptibilidad.
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