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Cuando la calidad de nuestro diálogo decae

V. M. Gopaul | Feb 24, 2020

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¿Ha notado que la calidad de nuestro diálogo ha decaído en los últimos años?

Los líderes de nuestro tiempo, incluyendo políticos, celebridades y figuras públicas, lanzan insultos en programas de televisión, medios sociales y otras plataformas de discusión. Cuanto más feo y ofensivo es el intercambio, más parece llamar la atención. Cuando la calidad de nuestro diálogo decae de esa forma, a menudo puede significar que la fealdad de las palabras que usamos puede convertirse en fealdad de acciones.

Esta cultura de insultos nos perjudica a todos. Deteriora nuestras relaciones con los demás, produce ira y resentimiento, y cuando ocurre entre líderes políticos en el escenario internacional perjudica los esfuerzos del mundo por la paz, la libertad y los derechos humanos.

Las enseñanzas bahá’ís dicen que las palabras que pronunciamos tienen poder e influencia en el oyente, tanto de forma positiva como negativa:

Pues la lengua es fuego latente, y el exceso de palabras un veneno mortal. El fuego material consume el cuerpo, mientras que el fuego de la lengua devora tanto corazón como alma. La fuerza de aquél dura sólo un tiempo, en tanto que los efectos de éste persisten un siglo. -Bahá’u’lláh, Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, pág. 139.

¿Por qué nuestras conversaciones se están deteriorando tan rápidamente? Para empezar, consideremos un aspecto fundamental de nuestro entorno. Entre las millones de especies que comparten nuestro planeta, sólo los humanos pueden pronunciar o escribir palabras. Nuestro Creador nos dotó a cada uno de nosotros con el habla y con la mente, pero no siempre involucramos a ambos simultáneamente.

Es así que debemos considerar esta gran distinción de la avanzada capacidad de comunicación otorgada a los humanos como un regalo divino.

En realidad, todos los seres humanos tenemos un derecho sagrado a expresar pensamientos y sentimientos a través de palabras habladas y escritas. La importancia de la libertad de expresión también ha sido reconocida por los pensadores y forjadores de nuestra era moderna, principalmente en países donde la modernidad se ha establecido firmemente. En consecuencia, la libertad de expresión está consagrada en las constituciones de estos países como un derecho humano fundamental. Esta libertad básica, señalan las enseñanzas bahá’ís, proporciona uno de los principales fundamentos de la democracia:

Igual que en el mundo de la política hay necesidad de libre pensamiento, en el mundo de la religión debería existir el derecho a una creencia individual irrestricta. Considerad la vasta diferencia que existe entre la democracia moderna y las viejas formas de despotismo. Bajo un gobierno autocrático las opiniones de los hombres no son libres y el desarrollo es reprimido, en tanto que, en la democracia, debido a que la palabra y el pensamiento no están restringidos, se ve mayor progreso. Es lo mismo que la verdad en el mundo de la religión. Cuando la libertad de conciencia, la libertad de pensamiento y el derecho a expresarse prevalecen, es decir, cuando cada hombre de acuerdo a su propia ideación puede dar expresión a sus creencias; el desarrollo y el crecimiento son inevitables. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 221.

En Occidente, muchos dan por sentado la libertad de expresión, pero en otras partes del mundo, los ciudadanos no tienen derecho a esa libertad. Criticar al jefe de estado podría constituir un delito penal. Hacer comentarios sobre ciertas creencias religiosas puede incluso ser considerado como blasfemia, castigada con la muerte.

Sin embargo, incluso los sistemas democráticos reconocen la necesidad de equilibrio; lo que significa que no existe tal cosa como la libertad absoluta de expresión. Las leyes de la mayoría de las democracias prohíben la difamación, la calumnia y la incitación al odio, por ejemplo. Como el comentario que dio una vez la Corte Suprema de los Estados Unidos sobre una decisión: la libertad de expresión no incluye gritar «¡Fuego!» en un teatro lleno de gente, cuando no hay fuego. Algunos controles y equilibrios son necesarios para el uso beneficioso de esta libertad de expresión en el desarrollo de las sociedades.

Así que en algunas sociedades somos libres de hablar, pero ¿nuestra forma de hablar libera también a otros, o los somete y oprime? Las palabras que salen de nuestra boca pueden ser dulces o amargas para un oyente. La lengua puede ser un arma o una bendición que aliente a otros. La expresión humana puede ser un instrumento para inspirar a la gente a mayores niveles de progreso, y también puede ser usada como un arma para deshumanizar a otros.

El habla es tan poderosa que puede infundir tanto miedo como esperanza. Considerando la influencia de las palabras, debemos recordarnos que cada uno de nosotros tiene la libertad de elevar nuestra conversación o degradarse a sí mismo y a los demás. La elección es nuestra. 

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