Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La neurociencia, el estudio del cerebro humano, ese «universo de un kilo» que tenemos en la cabeza, ha comenzado a comprender algunos de los múltiples misterios del cerebro.
Cuando trabajé en el extenso campus de investigación médica del UCLA, tuve el privilegio de conocer a muchos de los investigadores médicos más destacados de la universidad y a sus equipos. Pasé tiempo en sus laboratorios, miré a través de sus microscopios electrónicos y leí los primeros borradores de sus estudios de investigación. En uno de mis laboratorios favoritos, el de neurociencia, aprendí mucho sobre el cerebro humano. En el laboratorio de neurociencia, vi escáneres cerebrales iluminados con colores asociados a las emociones, en una investigación que pretendía localizar un «módulo moral».
Intentaban responder a estas preguntas: ¿en qué parte del cerebro guardamos nuestro razonamiento moral? ¿Qué parte del cerebro decide entre el bien y el mal? ¿Podemos localizar físicamente la conciencia?
Sabemos que las personas que sufren una lesión cerebral traumática a veces sufren cambios en sus pautas morales anteriores como consecuencia de la lesión. Pueden perder sus inhibiciones y el control del comportamiento que solían tener, lo que resulta en una personalidad radicalmente diferente. ¿Significa esto que nuestras decisiones morales tienen lugar en una determinada parte del cerebro, en algún lugar específico que podríamos localizar en una tomografía?
Después de investigar las áreas afectadas en pacientes con lesiones cerebrales y esas mismas áreas en personas sanas, los neurocientíficos con los que trabajé dijeron que no. Lo que aprendieron de su investigación fue que la red neuronal del cerebro responsable de las decisiones morales -la conciencia humana- es «de dominio global». Esto significa, al menos hasta donde la ciencia moderna puede determinar actualmente, que no tenemos un «módulo moral» o un área específica e identificable del cerebro responsable de la toma de decisiones impulsada por la conciencia.
En cambio, descubrieron que la red neuronal que toma las decisiones morales se superpone y conecta con otras funciones cerebrales importantes. Se conecta con la red que determina las intenciones de los demás, con la red que intenta comprender los estados emocionales de otras personas y con la red que nos impulsa a sentir empatía por los demás. Todas estas redes tan dispersas se «iluminan» en los escáneres cerebrales cuando se toman decisiones morales y sujetas a la conciencia. La determinación de los sentimientos y las emociones, en nosotros mismos y en los demás, se vincula estrechamente con nuestro razonamiento moral a través de una multitud de funciones en cada porción del cerebro.
¿La conclusión científica natural? El razonamiento moral y las decisiones abstractas elevadas que tomamos desde nuestra conciencia se relacionan con nuestra capacidad de ver las cosas desde el punto de vista de otra persona, comprender su estado emocional y sentir empatía por ella, todo al mismo tiempo. Esta capacidad sofisticada, exclusivamente humana y de dominio global, nos diferencia de cualquier otra criatura.
La conciencia, entonces, puede incluso trascender los confines del cerebro y extenderse al corazón y al alma, actuando como un instrumento universal de percepción, comprensión y elección moral. Las enseñanzas bahá’ís parecen indicar que la conciencia humana tiene una conexión más estrecha con lo espiritual que con lo físico, como se alude en la descripción que hace Abdu’l-Bahá en A Traveller’s Narrative:
El eje de su movimiento y reposo y el pivote de su conducta está restringido a las cosas espirituales y confinado a los asuntos de la conciencia; no tiene ninguna relación con los asuntos del gobierno ni tiene preocupación alguna con los poderes del trono; sus principios son quitar los velos, verificar los signos, educar las almas, reformar los caracteres, purificar los corazones e iluminar los destellos de la claridad. [Traducción provisional por Oriana Vento]
Esta idea mística, de que la mente, la conciencia y el alma nos iluminan y nos conectan con el reino numinoso del espíritu, está presente en todas las enseñanzas bahá’ís:
¿En qué parte del ser humano se puede encontrar, pues, esta mente que reside en él y de cuya existencia no cabe duda? Si examinaras el cuerpo humano con la vista, el oído o los demás sentidos, no lograrías encontrarla, aunque claramente existe. Por lo tanto, la mente no ocupa lugar, aunque está conectada con el cerebro. Igual ocurre con el Reino. Asimismo, el amor no ocupa lugar, pero está conectado con el corazón. Y, de igual manera, el Reino no ocupa lugar, pero está conectado con la realidad humana.
Así que el alma, el intelecto, la mente y la conciencia -todas ellas abstracciones- nos dicen que nuestra vida moral, intelectual y espiritual no depende enteramente del cerebro físico. En cambio, el cerebro funciona, como me dijo un neurocientífico, como un receptor muy sensible, como una gigantesca antena parabólica que apunta al universo espiritual, diseñada para captar las señales más débiles y amplificarlas para que podamos entenderlas.
Si tratas de localizar tu espíritu o tu conciencia, búscalo dentro de tu realidad espiritual: tus pensamientos, tus esperanzas, tus oraciones y tu mente meditativa.
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