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El derecho a la vivienda: una perspectiva bahá’í

Greg Hodges | Dic 26, 2019

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Greg Hodges | Dic 26, 2019

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Me convertí en bahá’í hace quince años, y soy propietario de una vivienda de arriendo desde hace cinco. Lo primero me preparó para hacer lo segundo.

Por otro lado, las responsabilidades de ser arrendador plantean interrogantes para mi práctica espiritual y social con las que lucharé por décadas.

Si alguien me pidiera una cita de la Fe bahá’í que yo sintiera que hable de las responsabilidades de un arrendador, probablemente le respondería con esto:

¡Ayudad al pobre, levantad al caído, confortad al afligido, procurad remedio al enfermo, tranquilizad al temeroso, librad al oprimido, brindad esperanza al desesperad o, y albergue al desamparado! Éste es el trabajo del verdadero bahá’í, y esto es lo que se espera de él. – Abdu’l-Bahá, La Sabiduría de Abdu’l-Bahá, pág. 100-101.

Sólo hace falta un poco de reflexión para que cualquier arrendador entienda que la vivienda bajo su control es profundamente preciosa, literalmente una cuestión de vida o muerte.

No todo el mundo tiene la oportunidad de dormir bajo un techo. A mi esposa y a mí nos encantaría que pudiéramos albergar a cada persona temerosa, oprimida, sin esperanza, desamparada y necesitada de un hogar. Pero en la práctica, sólo podemos alojar a unas pocas personas, y no todas ellas están en una situación tan desesperada. Como individuos podemos hacer mucho. Pero no podemos llevar el peso de toda una sociedad sobre nuestros hombros. El conjunto de la comunidad, y las instituciones que la dirigen, también deben contribuir a que todas las personas tengan una vivienda adecuada.

Como en tantas otras cosas, la perspectiva bahá’í sobre este tema comienza con el reconocimiento de la unidad de la humanidad:

 Así, en realidad, toda la humanidad representa una familia. Dios no ha creado ninguna diferencia. Él ha creado todo, como uno, para que así esta familia pueda vivir en perfecta felicidad y bienestar…

Aunque el cuerpo social es una familia, sin embargo, debido a una falta de relaciones armoniosas, algunos miembros viven en comodidad y otros en la miseria; algunos están satisfechos y otros están hambrientos, algunos visten costosas prendas y muchas familias están carentes de alimentos y casa. ¿Por qué? Porque en esta familia falta la justa reciprocidad y armonía. Esta familia no está bien organizada. No está viviendo bajo una ley perfecta. Todas las leyes que nos gobiernan no aseguran la felicidad. Ellas no proveen el bienestar. – Abdu’l-Bahá, Fundamentos de la Unidad Divina, pág. 42.

Si alguien no tiene una vivienda adecuada, entonces ese problema se convierte en algo más grande que un simple problema personal – se convierte en un problema para toda la sociedad. El cuerpo social en su conjunto sufre, al estar espiritualmente privado hasta que esa persona haya podido obtener un refugio adecuado.

Esa es la visión de vivienda que tengo en el fondo de mi mente al dedicarnos mi esposa y yo a este asunto de arrendamiento. No puede tratarse sólo de hacer dinero. Construir capital con nuestra propiedad no debe ser lo único. Como propietarios, nuestros asuntos personales se entrelazan con las vidas de aquellos que viven en nuestra propiedad. La ley nos concibe de manera desigual en términos de propietario e inquilino, pero espiritualmente, no podemos olvidar que estamos en el mismo plano como hijos de un solo Dios.

Con esto en mente, nuestra sociedad necesita revisar ciertos aspectos de lo que significa ser propietario, y cómo como sociedad concebimos y actuamos en el tema de la vivienda.

Alquilar una vivienda implica un conjunto diverso de responsabilidades. Los propietarios deben asegurarse de que mantienen bien sus unidades de alquiler, que son estructuralmente sólidas, completamente funcionales, climatizadas, energéticamente eficientes y con buen aspecto. Los arrendadores deben pagar todas las facturas que cubre el alquiler y contratar a profesionales para que se ocupen de cualquier proyecto que ellos mismos no puedan realizar. Cuando las unidades se abren, necesitan encontrar nuevos inquilinos de una manera que trate justamente a todos los solicitantes, a las personas que ya viven en la propiedad y a los mismos inquilinos.

Los propietarios también recaudan el dinero del alquiler, la única tarea que muchos de ellos hacen con pasión o entusiasmo. Esto es desafortunado, porque alquilar una vivienda es más que una simple inversión o una manera de ganar algo de dinero. Implica trabajo de muchas clases; trabajo que es mecánico, administrativo y de carácter emocional. El propietario es un proveedor de servicios, haciendo trabajo a cambio de la renta que facilita una experiencia de vida positiva para aquellos que viven allí.

Pero esta visión no refleja la experiencia de muchas, si no es de la mayoría de las personas con viviendas de alquiler. A menudo esto se debe a la avaricia o al descuido del arrendador. Pero en todos los casos, vivimos bajo un sistema que no trata la vivienda como un componente material de una experiencia de vida positiva. Este sistema, por el contrario, concibe la vivienda como un bien inmueble, como una mercancía que se vende o alquila al precio más alto que el arrendador pueda cobrar de forma rentable. Como en tantas otras áreas de la vida, los beneficios se ponen por delante de las personas. Ser propietario, en este sentido, es ser un empresario neo-feudal, que acumula valor en una cartera financiera, haciendo negocios con inquilinos que no son más que clientes.

Incluso si alguien entra en el negocio del alquiler con intenciones altruistas, la deuda que supone la adquisición de una propiedad, los costes de mantenimiento y los bajos salarios de los inquilinos se combinan para empujar a algunos arrendadores a actuar con astucia, con una atención al interés propio que raya con la artimaña. Para comportarse generosamente a menudo se requiere un estallido especial de determinación espiritual. No debería ser tan difícil hacer lo correcto por la gente. La sociedad debería estar estructurada de tal manera que seguir la corriente signifique demostrar justicia y equidad. Para abordar esta cuestión crucial, las enseñanzas bahá’ís recomiendan hacer de la vivienda un derecho humano básico, prediciendo un futuro estado de la sociedad más justo y equitativo:

… el mundo humano se adaptará a una nueva forma social, la justicia de Dios se hará manifiesta a través de los asuntos humanos, y la igualdad humana será universalmente establecida. Los pobres recibirán una gran dádiva, y los ricos lograrán felicidad eterna. Porque aunque en el presente los ricos disfrutan del más grande lujo y confort, no obstante, están privados de la felicidad eterna, pues la felicidad eterna depende del “dar”; y, a su vez, los pobres en todas partes se hallan en un estado de abyecta necesidad. A través de la manifestación de la gran equidad de Dios, los pobres del mundo serán recompensados y ayudados plenamente, y habrá un reajuste en las condiciones económicas de la humanidad para que en el futuro no haya anormalmente ricos ni pobres abyectos. Los ricos disfrutarán el privilegio de esta nueva condición económica tanto como los pobres, pues debido a ciertas provisiones y restricciones no podrán acumular tanto como para agobiarse con su administración, en tanto los pobres serán aliviados de la tensión de la privación y la miseria. El rico disfrutará en un palacio, el pobre tendrá su cómoda cabaña. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 147.

Entre las especulativas burbujas inmobiliarias de hoy en día, los desalojos, los planes de reurbanización, las mudanzas y las ejecuciones hipotecarias que nos rodean, la gente real trata de vivir sus vidas con seguridad y comodidad. Nuestra coexistencia con ellos como seres humanos nos impone responsabilidades morales para asegurar que nuestra sociedad se ocupe de todos.

A nivel colectivo debemos trabajar por un orden social que elimine el problema de los indigentes y garantice la dignidad de todas las personas. Basándome en mi experiencia como propietario y en mis aspiraciones como bahá’í, creo que para esto es necesario separar los aspectos de servicio, el cual es deber del arrendador, y los aspectos de búsqueda de beneficios. La vivienda pública de un tipo u otro probablemente tiene que ser una gran parte de esa solución. Pero lo que me interesa aquí no es la política de vivienda, a pesar de su extrema importancia. Este es un tema que se trata con mayor eficacia en otros lugares. Lo que me interesa aquí es la afinidad espiritual – la cuestión de si vemos o no a cada persona como miembro de una familia humana, cada uno merecedor de una vivienda adecuada. Si no tenemos ese principio básico en mente, es fácil desviarse de la dimensión humana del tema.

Como arrendador, mi principal preocupación se centra generalmente en todas las tareas que aseguran que mis inquilinos tengan una experiencia de vida positiva. En la mayoría de los casos, no se trata sólo de negocios. Está ligado a una conexión personal genuina con las personas particulares que me alquilan. Muchos arrendadores considerarían que es peligrosamente ingenuo permitirme hacer eso. Pero espiritualmente, siento que si no lo hiciera, entonces me llevaría a mi propia ruina. Me parece aborrecible que la necesidad económica pueda empujarme a desalojar a alguien sólo porque no puede pagar. Es por eso que necesitamos trabajar hacia una sociedad en la que esa posibilidad no tenga que surgir nunca.

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