Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Aunque fue condenado de por vida a la colonia penal de Akka por el Sultán Abdu’l-Aziz del Imperio Otomano, Bahá’u’lláh escribió a su captor aconsejándole:
Escucha, oh rey, las palabras de Aquel que dice la verdad, que no te pide que Le recompenses con las cosas que Dios ha decidido conferirte, que, infaliblemente, holla el recto Sendero. Él es Quien te llama ante Dios, tu Señor, Quien te muestra el rumbo correcto, el camino que lleva a la verdadera felicidad, para que quizás seas de aquellos a quienes les irá bien…
Observa, oh rey, con lo más íntimo de tu corazón y con todo tu ser, los preceptos de Dios, y no camines por las sendas del opresor… Si tú hicieras que ríos de justicia difundieran sus aguas entre tus súbditos, Dios de seguro te ayudaría con las huestes de lo visible y de lo invisible, y te fortalecería en tus asuntos… No sobrepases los límites de la moderación, y trata con justicia a aquellos que te sirven. – Bahá’u’lláh, La proclamación de Bahá’u’lláh, pág. 25.
El sultán Abdu’l-Aziz fue depuesto después de una revolución de palacio y asesinado en 1876. Cuarenta y dos años más tarde, la Primera Guerra Mundial supuso la disolución definitiva del Imperio Otomano y la abolición del sultanato que había perdurado durante más de seis siglos.
Bahá’u’lláh se dirigió entonces a Francisco José, emperador de Austria y rey de Hungría, a quien aconsejó de esta manera:
¡Oh emperador de Austria! … Hemos estado contigo en todo momento y te hemos encontrado aferrándote a la Rama y no prestando atención a la Raíz… Nos afligió verte andar alrededor de Nuestro Nombre, y al mismo tiempo no ser consciente de Nosotros, aun cuando estábamos ante tu rostro. – Ibid., pág. 23.
Francisco José no respondió a Bahá’u’lláh, y pronto se vio envuelto en un océano de desgracias y tragedias. Después de una breve y precaria existencia, la encogida república que había sido construida sobre las ruinas de su desaparecido Sacro Imperio Romano Germánico fue borrada del mapa político de Europa.
Bahá’u’lláh escribió entonces a Nasiri’d-Din Shah de Persia, el mismo rey que lo había encarcelado y exiliado trece años antes:
¡Oh Rey! … Mira a este Joven, oh rey, con los ojos de la justicia; juzga, luego, con verdad respecto a lo que Le ha acontecido… Aquellos que te rodean te aman por sus propios intereses, en tanto que este Joven te ama por tu propio interés, y no ha tenido deseo alguno excepto acercarte a la sede de gracia y volverte hacia la diestra de la justicia. – Ibid., pág. 28.
Sin embargo, ni siquiera la naturaleza indulgente de las palabras de Bahá’u’lláh pudo persuadir a Nasiri’d-Din Shah de que cambiara sus costumbres y tuviera cuidado con los que le rodeaban. El rey persa fue dramáticamente asesinado mientras estaba rezando en la víspera de una celebración jubilosa diseñada para pasar a la historia como el día más grande en los anales de la nación persa. La fortuna de su casa dinástica fue decayendo constantemente con la escandalosa e irresponsable mala conducta de su sucesor, lo que llevó rápidamente a la desaparición de la corrupta dinastía Qájár de Nasiri’d-Din Shah.
A Giovanni Maria Mastai-Ferretti, el jefe de la Iglesia Católica Romana, conocido como el Papa Pío IX, Bahá’u’lláh declaró abiertamente que el tan esperado retorno de Cristo ya había ocurrido:
¡Oh Papa! Rasga los velos. Aquel que es el Señor de los señores ha llegado bajo la sombra de las nubes… Éste es el día en que la Roca (Pedro) clama y exclama… diciendo: “¡He aquí! ¡El Padre ha venido, y aquello que se os prometió en el Reino se ha cumplido!”. – Ibid., pág. 36.
El Papa Pío IX no prestó atención al anuncio del acontecimiento por el cual él y todos los 290 Papas antes que él habían orado fervientemente durante los últimos 1.870 años. Ocupado con la política interna de la Iglesia, había llamado a los cardenales a Roma para el Primer Concilio Vaticano para presionar su apoyo a su doctrina de infalibilidad papal.
Así como los Patriarcas Judíos y la población judía de antaño no reconocieron a su Mesías la primera vez que Cristo apareció, el Papa Pío IX y la iglesia más grande de la cristiandad no se dieron cuenta de su regreso.
Habían olvidado la profecía del ladrón en la noche, cuya visita no se notaría hasta después de su partida. Durante su larga ocupación de la Santa Sede, el Papa Pío IX experimentó la virtual extinción de la soberanía y el poder temporal del Papa. El Papado cambió para siempre. Vio el despojo de los Estados Pontificios y de la propia Roma, sobre la que la bandera papal había ondeado durante mil años.
Bahá’u’lláh también dirigió una de sus tablas a Alejandría Victoria, conocida como la Reina Victoria del Imperio Británico:
¡Oh reina de Londres! Inclina tu oído a la voz de tu Señor, el Señor de toda la humanidad… Dios, verdaderamente, ha destinado una recompensa para ti … Él, ciertamente, pagará al que hace el bien la retribución debida … hemos oído que tú has confiado las riendas del consejo en manos de los representantes del pueblo. Tú, por cierto, has hecho bien, pues con ello se reforzarán los cimientos del edificio de tus asuntos y se apaciguarán los corazones de todos los que están bajo tu sombra, sean altos o humildes. – Ibid., 21.
La reina Victoria fue la única monarca que respondió sin arrogancia, engreimiento o silencio. Se conoce que ella hizo el siguiente comentario al leer la carta de Bahá’u’lláh: «Si esto es de Dios, perdurará; si no lo es, no puede hacer daño». La reina Victoria se convirtió en la monarca que más tiempo reinó en la historia de su país, y de todos los reyes y reinas a los que escribió Bahá’u’lláh. Quizás sea más que una coincidencia que su trono sea el único que, hasta la fecha, sigue siendo ocupado.
Uno por uno, los demás se negaron o ignoraron el llamado de Bahá’u’lláh. Vieron a Bahá’u’lláh como un insignificante y presuntuoso prisionero del Imperio Otomano que se atrevía a dar consejos a los reyes. Bahá’u’lláh les ofreció la oportunidad de lograr lo que él llamó «la más grande paz», una condición de paz permanente y unidad mundial que se fundamenta en los principios y enseñanzas bahá’ís. La Más Grande Paz señalaría la llegada de la mayoría de edad y la madurez de la humanidad, pero los reyes y gobernantes no se reunieron para resolver sus diferencias. Si hubieran iniciado el proceso de desarme en la última parte del siglo XIX, el mundo se habría ahorrado la muerte y la destrucción de las guerras del siglo XX.
Después de que los reyes y gobernantes no respondieran a Su llamado, Bahá’u’lláh, en lugar de la Paz Más Grande, les ofreció en cambio una ’Paz Menor’:
¡Oh reyes de la Tierra! Vemos que aumentáis cada año vuestros gastos, y colocáis su carga sobre vuestros súbditos. Esto, verdaderamente, es total y gravemente injusto. Temed los suspiros y lágrimas de este Agraviado, y no coloquéis cargas excesivas sobre vuestros pueblos. No les saqueéis para levantar palacios para vosotros mismos; no, más bien, escoged para ellos aquello que escogéis para vosotros mismos. Así desplegamos ante vuestros ojos lo que os beneficia, si sólo percibierais. Vuestros pueblos son vuestro tesoro. Tened cuidado, no sea que vuestro imperio viole los mandamientos de Dios y entreguéis a los que están bajo vuestra tutela en manos del saqueador. Por ellos gobernáis, por medio de ellos subsistís, con su ayuda conquistáis. Sin embargo, ¡con cuánto desdén los miráis! ¡Cuán extraño es, cuán sumamente extraño!
Ahora que habéis rechazado la Más Grande Paz, aferraos a ésta, la Paz Menor, para que quizás podáis mejorar en cierto grado vuestra propia condición y la de quienes dependen de vosotros. ¡Oh gobernantes de la Tierra! Reconciliaos entre vosotros, para que no necesitéis más de armamentos salvo en la medida en que lo exija la protección de vuestros territorios y dominios. Cuidado, no sea que desestiméis el consejo del Omnisciente, el Fiel. Manteneos unidos, oh reyes de la Tierra, pues con ello la tempestad de la discordia será acallada entre vosotros y vuestros pueblos encontrarán descanso, si sois de aquellos que comprenden. – Ibid., pág. 2 -3.
Ahora podemos ser testigos en el mundo que nos rodea del proceso hacia esa Paz Menor. Aunque es un paso en la dirección correcta, la Paz Menor sigue representando sólo una tregua política, en la que las naciones del mundo tratan de poner fin a la guerra y a los conflictos abiertos sin cambiar sustancialmente su mentalidad básica de servicio a sí mismas. Poco a poco podemos desmantelar las armas nucleares y reducir nuestros armamentos estratégicos, pero esto no resuelve el problema de fondo. Si se retiran las bombas, pero no se cambia el corazón de la gente, ellas seguirán pensando en términos de armas. Cualquier cosa puede ser utilizada como arma: las finanzas, la tecnología, la información, el comercio internacional, los recursos naturales, incluso los alimentos. Hasta que se erradiquen las causas fundamentales de la guerra, siempre estaremos potencialmente en guerra, aunque no estemos luchando.
Los bahá’ís creen que debemos esforzarnos por la igualdad de género y razas, y trabajar para reducir los distantes extremos entre ricos y pobres. Sólo cuando hayamos eliminado los prejuicios y la avaricia que llevamos dentro, la paz menor se convertirá en la paz mayor.
En las siguientes palabras, Bahá’u’lláh describió la posición de cualquier monarca que finalmente atienda su llamado: ¡Cuán grande es la bienaventuranza que espera al rey que se levante para ayudar a Mi Causa en Mi Reino, que se desprenda de todo menos de Mí! – Ibid., pág. 09.
Casi setenta años después de que la reina Victoria recibiera la carta de Bahá’u’lláh, una de sus nietas, la reina viuda María de Rumania, aceptó la Fe bahá’í en la última parte de su vida y se convirtió en partidaria de sus objetivos. Es interesante señalar que la reina María era también la nieta del zar Nikolaevich Alejandro II de Rusia, otro de los monarcas a los que se dirigió Bahá’u’lláh.
Exactamente cien años después de la proclamación de Bahá’u’lláh a los reyes y gobernantes del mundo, el primer monarca reinante abrazó la Fe bahá’í. Luego, en 1968, después de muchos meses de investigar las enseñanzas de Bahá’u’lláh, Su Alteza Malietoa Tanumafili II de la nación insular del Pacífico de Samoa se convirtió en bahá’í. Estos dos monarcas respondieron al llamado de Bahá’u’lláh, dando el ejemplo de lo que los futuros líderes mundiales pueden hacer para lograr la paz y la justicia.
Esta serie de ensayos es una adaptación del libro de Joseph Roy Sheppherd The Elements of the Baha’i Faith, con el permiso de su viuda Jan Sheppherd
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