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Escogiendo hábitos más elevados

Peter Gyulay | Oct 16, 2018

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Peter Gyulay | Oct 16, 2018

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Puede existir mucho «sentimiento» en una taza de café y una rebanada de pastel; especialmente cuando están hechos con amor.

Para mí, es difícil superar el estar sentado adentro en un día frío de invierno, o incluso en un caluroso día de verano, con esas dos golosinas, tratando de alcanzar ese equilibrio perfecto en el paladar entre dulce y amargo. Desafortunadamente, me ha pasado algo muy triste: ahora soy sensible al gluten, y creo que el café es el culpable, por lo que ahora estoy sin estas dos fuentes de confort.

No fue fácil identificar el desencadenante de mis problemas digestivos, e incluso cuando lo hice, hubo un momento en el que seguí complaciéndome con el café y el trigo, aunque era más una tostada que un pastel al que me aferraba. La molestia digestiva continuó mientras seguía saboreando mis venenos. Sí, me hice daño voluntariamente, incluso sabiendo las consecuencias.

Estar en esta batalla, me ayudó a ver la similitud en nuestras luchas espirituales.

Existen innumerables cosas que dañan nuestra alma, pero seguimos haciéndolas. Mentir, engañar, murmurar, juzgar, reprender: todas estas cosas castigan al alma y frenan su desarrollo y crecimiento. Por otro lado, todas las posibles perfecciones dentro de nosotros son los atributos del alma, y al desarrollarlos y ponerlos en práctica, elevamos nuestro núcleo espiritual. Las enseñanzas de bahá’ís lo explican de esta manera:

“Las recompensas de esta vida son las virtudes y perfecciones que adornan la realidad de la persona. Por ejemplo, siendo la persona oscura, logra ser luminosa; siendo ignorante, tórnase sabia; siendo negligente, llega a ser atenta; estando dormida, se despierta; estando muerta, vuelve a la vida; encontrándose ciega, llega a ver; siendo sorda, llega a oír; siendo mundana, llega a ser celestial; siendo material, se vuelve espiritual. Por medio de estas recompensas, nace espiritualmente, y llega a ser una nueva criatura…” – Abdu’l-Bahá, Contestaciones a unas preguntas, p. 272.

Sin embargo, conocer esta verdad no es suficiente para deshacerse de los malos hábitos. ¿Por qué es esto? Probablemente se trata de dos cosas: la falta de comprensión y la debilidad de la voluntad.

Sobre lo anterior, Bahá’u’lláh escribió: “…el hombre debe conocer su propio ser y distinguir lo que conduce a la sublimidad o a la bajeza, a la gloria o a la humillación, a la riqueza o a la pobreza – Las Tablas de Bahá’u’lláh, p. 21. Si no nos conocemos, vivimos en piloto automático; actuamos de manera inconsciente y, entonces, ¿quién está en el asiento del conductor? Nuestro ser inferior.

El comediante Jerry Seinfeld bromeó sobre esta debilidad tan humana. Dijo que no duerme lo suficiente porque es un «chico de la noche» y no se considera un «chico de la mañana». «¿Y qué pasa con levantarse después de cinco horas de sueño? Oh, ese es el problema de los chicos de la mañana «.

La misma falta de previsión probablemente se manifiesta cuando no consideramos las consecuencias futuras de nuestras acciones presentes, tanto en el mundo que nos rodea como en el interior, como he estado aprendiendo.

Por supuesto, a veces sabemos muy bien qué efectos negativos pueden tener nuestras acciones, pero lo hacemos de todos modos. La razón es que no tenemos el autocontrol para frenar. Vivimos a merced de los miedos y deseos de nuestro ser inferior. Esta es la razón por la que las enseñanzas bahá’ís subrayan la importancia de hacer nuestro mejor esfuerzo para ser lo mejor posible, para vivir lo más posible en el ámbito de nuestra realidad superior y más espiritual.

Las recompensas que recibimos por ser fieles a nosotros mismos son algo así como esos experimentos antiguos en los que a los niños se les da la opción de tener una galleta de inmediato o tener dos después. La principal diferencia es que la recompensa espiritual que recibimos por ignorar nuestros deseos inferiores es mucho más del doble.

Lo que realmente me impresionó de todo esto es que tengo que elegir entre dos cosas diametralmente opuestas: el café o la salud, la trivialidad o la divinidad. No puedo tener ambos:

¡OH MI SIERVO!
No abandones un dominio sempiterno a cambio de aquello que perece, no deseches la soberanía celestial por un deseo mundano. Este es el río de vida eterna que ha fluido desde el manantial de la pluma del misericordioso. ¡Dichosos aquellos que beben de él! – Bahá’u’lláh, Las Palabras Ocultas, p. 35.

En el caso de mi cuerpo, o elijo el café o elijo la salud física. Para otros, puede ser una comida o bebida diferente que tienen que renunciar para estar saludables. De la misma manera, o elijo el crecimiento espiritual o elijo los apegos materiales. ¡Aprendí que realmente no puedo tener mi pastel y comerlo también!

No es algo para reflexionar en absoluto. La decisión correcta es obvia, ya que si perseguimos nuestras inclinaciones negativas, lo hacemos a cambio de nuestra lejanía de Dios. Al sucumbir a nuestras naturalezas más bajas, renunciamos a nuestro derecho a disfrutar de las bondades divinas.

Es una tontería, pero lo hacemos todo el tiempo. Le gritamos a los demás en el tráfico, aunque eso solo nos enojará. Nos entregamos demasiado al mundo del consumismo y los medios de comunicación, y nos sentimos perpetuamente perdidos y vacíos. Lo importante es que no nos saboteamos a nosotros mismos pretendiendo no saber las consecuencias de nuestros pensamientos y acciones.

Cuando nos proponemos hacer un cambio en nuestras vidas, al principio puede parecer que tenemos que sacrificar algo, pero debemos recordar el verdadero significado del sacrificio: renunciar a algo más bajo por algo más elevado.

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