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Espiritualidad

Tres maneras de combatir la ira y la rabia

David Langness | Jul 28, 2023

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David Langness | Jul 28, 2023

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¿Alguna vez te has sentido tan furioso que has querido explotar? ¿Golpear algo? ¿Golpear al mundo? Pues resulta que a millones de personas les pasa lo mismo. Nuestra pandemia de ira pide a gritos soluciones pacificadoras útiles.

¿Te has dado cuenta?

La ira, la cólera y la rabia parecen estar de moda últimamente. Nos desahogamos libremente, gritamos al tipo de la autopista que nos corta el paso, incluso ejercemos violencia contra objetos inanimados o, Dios no lo quiera, contra otras personas, todo ello en nuestro afán por desahogar nuestra rabia. Nuestra vida cívica, nuestra política e incluso nuestras instituciones públicas también se han llenado de rabia.

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Sí, la ira puede ser catártica, pero cuando se expresa como rabia también puede ser intensamente dañina, no sólo para el objeto de tu rabia sino también para ti.

Si aspiramos a convertirnos en seres humanos decentes (y también a no ir a la cárcel), tenemos que encontrar la manera de adquirir lo que los psicólogos llaman «un locus de autocontrol». Los niños suelen tener dificultades con esta tarea, pero como adultos, el mundo espera que actuemos dentro de los límites de un comportamiento social aceptable, y que no le demos un puñetazo a nuestro jefe, ni destruyamos propiedades, ni nos pongamos violentos, ni hagamos daño a los demás, sea cual sea la provocación. Al fin y al cabo, hay leyes que prohíben esas cosas.

Si queremos sobrevivir intactos, tenemos que encontrar la manera de firmar un tratado de paz con nuestros sentimientos.

Es posible hacer las paces con nuestra rabia interior, pero primero tenemos que reconocer el mecanismo que la desencadena. Todos tenemos en el cerebro lo que los psicólogos llaman «circuitos de la rabia». Todo ser humano posee esos circuitos, incorporados de fábrica.

De hecho, esos circuitos nos ayudaron en su día, permitiendo a nuestra especie llegar hasta aquí en la historia de la humanidad.

¿Cómo? Cuando nuestro cerebro percibe una amenaza para nuestra existencia –por ejemplo, la invasión inminente de una feroz tribu de cavernícolas, la aparición repentina de una bestia voraz o los insultos sarcásticos de un guerrero cínico–, esos ataques desencadenan una respuesta de lucha o huida. Respondemos de forma natural a los peligros de nuestro entorno, como lo haría cualquier ser vivo. Cuando eso ocurre, nuestros cerebros inundan nuestros cuerpos de adrenalina, lo que nos permite realizar hazañas inverosímiles: huir a gran velocidad, levantar coches de peatones heridos o responder con rabia e incluso violencia.

Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, citado por el Dr. J.E. Esslemont en su libro Bahá’u’lláh y la Nueva Era, dijo:

En verdad, lo más necesario es el contentamiento en todas las circunstancias; por este medio uno se protege de condiciones mórbidas y de la lasitud. No os dejéis vencer por la aflicción y el pesar; ellas causan gran miseria. Los celos consumen el cuerpo y la ira quema el hígado; evítales como evitarías a un león.

Es un buen consejo, porque si bien la rabia podía ser rentable en la época de los cavernícolas con garrotes, hoy en día te puede llevar a la cárcel o a un ataúd, lo que significa que la rabia impulsada por la adrenalina ha pasado de ser una ventaja evolutiva a una terrible desventaja. Desde las cavernas hasta los condominios, la rabia ha perdido el sentido. Ahora tenemos que perder la rabia.

Sin embargo, sabemos que la adrenalina sigue siendo una fuerza poderosa, y los circuitos neuronales que excita –especialmente los de la amígdala, nuestro llamado «cerebro de lagarto», que funciona como sede de nuestras emociones más fuertes– pueden producir una rabia tremenda e inesperada, de repente. Esto ocurre especialmente cuando hemos reprimido la ira, los desaires y los insultos del pasado; cuando esto ocurre, la rabia puede acumularse y desatarse.

Por eso, cuando oímos hablar de alguien que pierde los estribos por completo (ataca a una azafata, se ensaña con sus compañeros de clase, calumnia a otros en las redes sociales), suele significar que los desencadenantes de su ira han vencido a su lado racional y espiritual. Por supuesto, ese tipo de desencadenantes de la ira que inducen al estrés existen hoy en día en todas partes. Percibimos que el propio orden social se está derrumbando; que nuestras vidas corren peligro por la guerra o el cambio climático o el peligro económico; que el entorno político es venenoso; y que vivimos en una era distópica. Eso es suficiente para que cualquiera se enfade.

¿Cuál es la solución?

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He aquí tres sugerencias, extraídas tanto de la ciencia como de la espiritualidad:

1. Todos sentimos rabia

En primer lugar, reconoce que todos tenemos un profundo pozo de emociones fuertes en nuestro interior. Todo ser humano posee el potencial de la rabia. La civilización nos ha permitido dominar algunas de esas emociones durante algún tiempo, pero la ira, cuando se reprime, puede surgir en forma de agresividad pasiva, rabietas repentinas o incluso comportamientos autodestructivos y violentos. Las enseñanzas bahá’ís afirman que todos los seres humanos comparten estos sentimientos de ira, agresividad y rabia. Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, en su libro Contestación a unas preguntas, dijo:

El mundo físico del hombre está sujeto al dominio de la lujuria… El cuerpo del hombre se halla cautivo de la naturaleza y se mueve de acuerdo con sus órdenes. Es evidente que pecados tales como la ira, los celos, las disputas, la codicia, la avaricia, la ignorancia, el prejuicio, el odio, el orgullo y la tiranía existen en el mundo físico. Todos estos rasgos brutales se dan en la naturaleza del hombre. Una persona que carezca de educación espiritual es un bruto. Es el caso de los salvajes de África, cuyas obras, hábitos y moral, siendo puramente sensuales, se ajustan a las exigencias de la naturaleza (lo que incluye casos extremos en que éstos se devoran y despedazan entre sí). De ello resulta evidente que el dominio físico del hombre es un mundo de pecado. En lo que respecta a ese ámbito físico el hombre no se distingue del animal.

Esto significa que depende de nosotros y de nuestros poderes intelectuales y espirituales superiores el no sólo controlar nuestra rabia, sino reducirla sustituyéndola por características humanas superiores y, en última instancia, convertir la rabia que sentimos en nuestras vidas emocionales e intelectuales en algo positivo.

2. Todos tenemos atributos nobles

En segundo lugar, tras reconocer nuestras naturalezas inferiores y admitir que cada uno de nosotros tiene un lado animal en nuestra existencia, podemos empezar a aspirar a desarrollar sus opuestos: nuestros atributos más elevados, nobles y espirituales. Todos los tenemos, al menos potencialmente, y su desarrollo depende de nosotros. Cada uno de nosotros puede decidir si ser amable o cruel, cariñoso u odioso, comprensivo o colérico, compasivo o duro de corazón. De hecho, en el taller de la vida, tenemos la oportunidad muchas veces al día de hacer estas elecciones esencialmente espirituales.

Este proceso constante de refinamiento de nuestras almas constituye la verdadera obra que inmortaliza a cada persona en este mundo, según los escritos de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í:

Desde la fuente excelsa y de la esencia de Su favor y generosidad Él ha encomendado a toda cosa creada un signo de Su conocimiento, para que ninguna de Sus criaturas sea privada de su porción, cada una de acuerdo con su capacidad y grado, en la expresión de este conocimiento. Este signo es el espejo de Su belleza en el mundo de la creación. Cuanto más grande sea el esfuerzo hecho por pulir este espejo sublime y noble, tanto más fielmente reflejará la gloria de los nombres y atributos de Dios, y revelará las maravillas de Sus signos y conocimiento.

Cuando hacemos el esfuerzo diario de pulir nuestros espejos espirituales interiores, señala Bahá’u’lláh, desarrollamos gradualmente los atributos más nobles de nuestras almas. Esto no sucede de un día para otro –se requiere un compromiso a largo plazo para ser un ser humano amoroso y pacífico y feliz, atado a nobles valores espirituales y decidido a ser mejor ser humano.

3. Convierte la ira en acción constructiva

Abdu’l-Bahá sugirió en Contestaciones a unas preguntas que todos tenemos formas nobles y rectas disponibles para expresar y emplear la ira y la rabia naturales que sentimos:

En la creación no existe el mal, todo es bueno. Ciertas cualidades y rasgos naturales innatos de algunas personas que en apariencia son censurables, en realidad no lo son. Por ejemplo, desde el comienzo de su vida al lactar el niño de pecho da muestras de codicia, enojo e irritación. Según eso, podría aducirse que la bondad y la maldad son inherentes a la realidad humana, y que ello es contrario a la bondad absoluta de la naturaleza y de la creación. La respuesta es que la ambición, consistente en desear más y más, es una característica loable siempre que sea ejercida convenientemente. Si un hombre ambiciona adquirir ciencia y conocimiento, llegar a ser compasivo, generoso y justo, sus esfuerzos son dignos de alabanza. Si dirige su enojo y su ira hacia los sangrientos tiranos que se asemejan a las bestias feroces, ese empeño es muy loable. Por el contrario, si no emplea dichas cualidades de manera apropiada, se hace acreedor a la censura.

Ése es uno de nuestros mayores retos aquí, en este plano físico de existencia: convertir nuestros sentimientos de rabia en una búsqueda de justicia para toda la humanidad. Este camino no requiere violencia ni venganza, ni siquiera la expresión física de nuestra ira, sino la valiente expresión del amor y el altruismo en busca de la unidad, la paz y la justicia globales.

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