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Espiritualidad

La naturaleza oculta de la vida después de la muerte

Joseph Roy Sheppherd | Feb 29, 2020

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Joseph Roy Sheppherd | Feb 29, 2020

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Sólo podemos entender la vida después de la muerte por analogía – porque no podemos describir el alma en términos absolutos como los fenómenos físicos de este mundo, o explicarla en términos condicionales con conceptos abstractos.

Las enseñanzas bahá’ís nos dicen que el alma humana y la vida después de la muerte no son ni realidades tangibles ni abstracciones intelectuales y, debido a la limitación de nuestra experiencia, su existencia sólo puede ser aludida.  Como los místicos han sabido durante milenios, la intuición es quizás la única manera de describir algo de naturaleza metafísica.

Este problema descriptivo, común a todas las religiones a lo largo de las épocas, hace que la muerte y la vida después de la muerte sean un misterio. Es por eso que los mensajeros de Dios en cada época han empleado analogías en sus escrituras sagradas de cosas que sean familiares para las personas de la época. Sin embargo, a medida que los tiempos cambiaron, también lo hicieron las analogías. Las comparaciones de Moisés eran simples y directas, mientras que Cristo eligió enseñar a sus seguidores usando parábolas, una forma especial de analogía narrativa con significados espirituales ocultos. En esta época, Bahá’u’lláh ha escrito:

Has de saber que, en verdad, el alma es un signo de Dios, una joya celestial cuya realidad los más doctos de los hombres no han comprendido, y cuyo misterio ninguna mente, por aguda que sea, podrá esperar jamás desentrañar. Es, entre todas las cosas creadas, la primera en declarar la excelencia de su Creador, la primera en reconocer Su gloria, en aferrarse a Su verdad, e inclinarse en adoración ante Él. – Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, pág. 183.

Los bahá’ís creen que el alma forma la realidad suprema del individuo; conformando nuestra verdadera identidad. El cuerpo y la mente actúan como instrumentos de nuestra existencia física e intelectual individual, pero el alma trasciende sus limitaciones y posee capacidades que las demás realidades humanas no poseen, incluida la posibilidad de reconocer la existencia y la gloria de Dios. En este plano físico y efímero, sin embargo, el cuerpo y la mente son necesarios para el proceso de nuestro desarrollo espiritual. Esta vida nos prepara para lo que viene después de la muerte, así como nuestra existencia prenatal dentro del útero nos preparó para esta vida:

El otro mundo es tan diferente de este mundo como lo es éste del mundo de la criatura mientras está en el vientre de la madre. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, pág. 181.

Generalmente, logramos darnos cuenta del propósito de algo cuando vemos en retrospectiva. Esto se hace evidente cuando comparamos las dos preguntas siguientes: «¿Cuál fue el propósito del tiempo que pasamos en el vientre de nuestra madre?» y «¿Cuál es el propósito de esta vida terrenal?». La retrospectiva de la primera pregunta hace que sea más fácil de responder que la segunda. Ese período de 36 a 40 semanas de gestación nos preparó a cada uno de nosotros para nuestra supervivencia física en este mundo. Por analogía, el tiempo que pasamos en este mundo sirve como el período de gestación para nuestro nacimiento en el siguiente.

Ese paralelo nos ayuda a entender por qué necesitamos prepararnos para progresar. En el vientre de nuestra madre, vivíamos en un universo autónomo y personal, pequeño pero de tamaño suficiente para proporcionar todo lo que necesitábamos para nuestra existencia. Teníamos la calidez del cuerpo de nuestra madre, la nutrición y el oxígeno que adquirimos a través de la placenta y el cordón umbilical, pero sobre todo teníamos el nutritivo amor y la atención de nuestra madre.

Ahora que estamos aquí en este mundo, no es difícil ver que el propósito de esa existencia en el útero era crecer. Sin embargo, sólo podemos entender ese hecho porque ahora podemos mirar hacia atrás. Mientras estábamos en el útero, no era tan claro cuál era el propósito. La mayoría de las cosas que desarrollamos no nos servían en ese mundo confinado y limitado. Desarrollamos piernas en un espacio sin ningún lugar para caminar; pulmones en un mundo acuático sin aire de líquido amniótico; ojos y oídos en un entorno menos que ideal para la vista y los sonidos. No fue hasta después del nacimiento que esos miembros y órganos se volvieron útiles.

Aparte de esto, ni siquiera éramos conscientes de que estábamos cultivando estas facultades. De hecho, si hubiéramos sido conscientes de su existencia, habrían sido misteriosas y extrañas, porque no había manera de que pudiéramos siquiera adivinar su función y valor futuro. Si se nos hubiera dado la opción, podríamos haber decidido no desarrollarlas, porque no imaginábamos cuál podría haber sido su uso. Si hubiéramos podido tomar esa decisión, dejar de crecer brazos, ojos y piernas, imagina lo discapacitados que habríamos sido en este mundo luego.

Siguiendo con la analogía, este mundo funciona como el útero del siguiente – tiene un propósito orientado hacia el futuro, el propósito de proporcionarnos un entorno propicio para un tipo de crecimiento diferente: el crecimiento del alma. Lo que estamos haciendo crecer, por así decirlo, son esos sentidos y habilidades espirituales que necesitaremos en el próximo mundo – los ilimitados atributos espirituales internos del alma, como la capacidad de amar incondicionalmente, de mostrar amabilidad, de ser desinteresado. Esos atributos adornan nuestra alma como nuestras extremidades y ojos adornan nuestros cuerpos. Llevamos esas cualidades espirituales con nosotros al siguiente mundo cuando morimos, donde las necesitaremos más.

Sólo porque en este plano de existencia terrenal no podemos reconocer plenamente su valor, no debemos descuidar aquellas cosas que son propicias para su crecimiento. La negligencia espiritual puede causar que el alma se vea obstaculizada en su desarrollo, así como una nutrición insuficiente puede atrofiar el crecimiento físico del niño no nacido. La oración, la meditación, la obediencia a las leyes de Dios y el servicio a la humanidad alimentan espiritualmente el alma.

Así que surge la pregunta – ¿qué pasa en la otra vida si descuidamos nuestra alma en esta vida? Las enseñanzas bahá’ís dicen que en esta vida el progreso del alma depende de la voluntad del individuo; pero en la vida del más allá, el progreso continúa por la Voluntad de Dios.

Con esto en mente, puedes entender por qué los bahá’ís ven la vida eterna como si ya hubiera comenzado.

La vida eterna no es algo que comienza mágicamente en la muerte. La concepción, el nacimiento, la vida y la muerte son todas etapas a lo largo de un continuo espiritual. Nuestra verdadera realidad emana de nuestro Creador eterno en el momento de nuestra concepción; los humanos son seres tanto físicos como espirituales que ya están en el camino de la eternidad. Estamos en asociación con nuestro cuerpo en este mundo y luego somos felizmente liberados, el alma pasa de un estado de existencia al siguiente en su viaje de regreso a Dios. Esta parte inmortal de nuestro ser es el depósito de facultades invisibles. El alma es misteriosa por naturaleza; en esta vida sólo tenemos una idea de sus capacidades. Bahá’u’lláh explicó:

En verdad digo que el alma humana está exaltada por encima de toda salida y retorno. Está quieta, y sin embargo se remonta; se mueve, y sin embargo está quieta. Es, en sí, una prueba que atestigua la existencia de un mundo contingente, así como la realidad de un mundo que no tiene principio ni fin. Fíjate cómo el sueño que has tenido, después del lapso de muchos años, se representa de nuevo ante tus ojos. Considera cuán extraño es el misterio del mundo que se te aparece en tu sueño. Reflexiona en tu corazón sobre la inescrutable sabiduría de Dios y medita sobre sus múltiples revelaciones… – Ibid., pág. 186.

Este universo físico, al menos en el nivel en el que funcionamos dentro de él, está limitado por cuatro dimensiones: tres espaciales y una temporal. Las cosas físicas, incluyendo nuestros seres materiales, existen con altura, anchura y profundidad, y en un momento particular en el tiempo. Al igual que la mente subconsciente en el estado de sueño, el alma, junto con la eternidad espiritual en la que existe, no está limitada por estas cuatro dimensiones de nuestro mundo contingente.

Nuestra comprensión de la naturaleza del alma debe abarcar un concepto de paradoja tanto física como espiritual. Dentro del universo físico, perceptualmente siempre nos encontraremos en el punto medio entre el microcosmos y el macrocosmos. Dentro de nosotros está plegado el universo de moléculas, átomos y partículas subatómicas que son infinitamente más pequeñas que los humanos, y al mismo tiempo, nosotros como humanos estamos envueltos dentro del universo de un sistema estelar, en sistemas solares y galaxias infinitamente más grandes que nosotros.

El alma existe dentro y más allá de esta cosmología física, en dimensiones espirituales que no podemos percibir desde el punto de vista limitado de esta vida material. El alma humana está dotada de potencialidades que sólo más tarde se manifestarán. De nuevo por analogía, así como la doble hélice estructurada del ADN en nuestras células lleva el código genético de la vida física, el alma de alguna manera lleva el código espiritual de nuestra existencia eterna.

Debido a la naturaleza evanescente de la vida física, las enseñanzas bahá’ís dicen que no debemos apegarnos demasiado al mundo material u olvidar que tenemos un alma. Refiriéndose al alma, Bahá’u’lláh explica:

Si es fiel a Dios, reflejará Su luz y finalmente regresará a Él. Si, por el contrario, no es leal a su Creador, se convertirá en una víctima del yo y de la pasión y, por último, se hundirá en sus profundidades. – Ibid., pág. 183.

Este antiguo mensaje de desapego al mundo material aparece en todas las enseñanzas religiosas – pero nuestro conocimiento de la existencia de Dios y nuestra comprensión de la naturaleza del alma y de la vida eterna han crecido a lo largo de los siglos, a medida que la humanidad ha progresado de una etapa a otra en el proceso continuo de nuestra evolución espiritual colectiva.

Esta serie de ensayos es una adaptación del libro de Joseph Roy Sheppherd The Elements of the Baha’i Faith, con el permiso de su viuda Jan Sheppherd.

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