Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Los seres humanos tenemos una inmensa capacidad de aprendizaje. Intenta imaginar todas las cosas que has aprendido en tu vida, y cómo te han ayudado a crecer desde un diminuto cigoto hasta un adulto maduro.
Aprendemos por ósmosis, cuando vemos o ayudamos a un carpintero a construir un cobertizo, por ejemplo, entonces podemos imitar sus acciones y producir un cobertizo similar. Aprendemos siguiendo instrucciones, normalmente verbales o visuales, como por ejemplo, cómo configurar Alexa siguiendo las indicaciones. Aprendemos repitiendo lo que experimentamos y añadiendo complejidad. Parte de nuestro aprendizaje es instintivo, pero normalmente las cosas desconocidas se aprenden y se enseñan comparando las cosas conocidas.
Aprendemos a través de la historia -una serie de acontecimientos y las causas y resultados de los mismos en los seres humanos-, la cual nos brinda una excelente enseñanza.
Cómo la creencia en Dios ha alterado la historia de la humanidad
La historia está repleta de ejemplos de creencias en Dios que alteraron la vida de millones, e incluso miles de millones, de personas. Independientemente de sus convicciones, prácticamente todos los habitantes del planeta han participado en este proceso. Principalmente, hemos sido influenciados por los profetas de Dios, cuyas vidas fueron registradas y sus palabras fueron inmortalizadas y puestas en práctica, y cuyas enseñanzas establecieron grandes civilizaciones.
Tanto si creemos en un Creador como si no, nuestras vidas han estado profundamente influenciadas por las revelaciones de esos profetas y mensajeros. Hoy en día estamos más familiarizados con Moisés, Abraham, Krishna, Buda, Zoroastro, Cristo, Muhammad y Bahá’u’lláh, pero según los escritos bahá’ís, cada civilización y nación humana ha tenido sus propios mensajeros espirituales:
No hay otro Dios salvo Él. Él ha hecho existir a Sus criaturas, para que conozcan a Aquel que es el Compasivo, el Todomisericordioso. A las ciudades de todas las naciones Él ha enviado a Sus Mensajeros, a Quienes ha dado la misión de anunciar a los hombres las nuevas del Paraíso de Su complacencia, y de atraerlos al Refugio de perdurable seguridad, la Sede de la eterna santidad y trascendente gloria.
En la mayoría de los casos, las autoridades civiles o religiosas de la época de esos mensajeros los vilipendiaron, los encarcelaron, los exiliaron, los torturaron o incluso los condenaron a muerte; sin embargo, sus mensajes prevalecieron entre la generalidad del pueblo. No solo eso, sus mensajes inspiraron a sus seguidores a desarrollar nuevos modos de pensamiento y de adoración. De ese nuevo pensamiento surgieron nuevas formas de gobierno, ya sea temporal, espiritual o combinado. Como resultado, surgieron nuevas civilizaciones.
Hoy en día, las vidas y las palabras de los profetas siguen inspirando y llevando a miles de millones de personas a creer que solo hay un Dios, con un poder creativo ilimitado. Lo conocemos a través de sus atributos divinos, o virtudes. Me pregunté: «¿Por qué los profetas se sometieron al sufrimiento en nombre de Dios cuando podían haber permanecido en silencio, o simplemente seguir la voluntad de la gente de su tiempo?».
En la analogía mencionada anteriormente del sol, o Dios, oscurecido tras las nubes, y el descubrimiento del bosón de Higgs confirmando una fuerza que existe en todas partes, pensé en una cita de Bahá’u’lláh de su libro Epístola al Hijo del Lobo, donde compara metafóricamente a Dios con el sol de nuestro sistema solar:
Él -glorificada sea Su mención- Se asemeja al sol. Si se colocasen innumerables espejos frente a él, cada uno, de acuerdo con su capacidad, reflejaría el esplendor de ese sol, y si ningún espejo fuese colocado frente a él, aún así continuaría saliendo y poniéndose, y sólo los espejos estarían privados de su luz. Yo, verdaderamente, no he faltado a Mi deber de amonestar a esa gente e idear medios por los que pudieran volverse hacia Dios, su Señor, y creer en Dios, su Creador.
Sabemos que el sol existe, tenemos una prueba cegadora y visible cada día, pero ¿cómo sabemos que Dios existe? Las enseñanzas bahá’ís dicen que lo sabemos a través de sus mensajeros y profetas.
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La prueba definitiva de la existencia de Dios
La historia de la humanidad registra una repetición constante de profetas que llaman al pueblo a creer en Dios. Estos santos mensajeros sacrificaron sus familias, sus tierras, sus pertenencias, su bienestar y sus vidas para difundir su palabra. Lo que hicieron, y lo que lograron, nos otorga la mayor prueba de que Dios existe.
Si decidimos examinar sus vidas y sus enseñanzas para ver qué les motivó a decir la verdad de sus convicciones sin importar el resultado, descubriremos que sufrieron para que pudiéramos ver que existe un Creador incognoscible que todo lo ama. Esos mensajeros destruyeron ídolos, derribaron costumbres atrasadas de sociedades, establecieron nuevas leyes morales y sociales, llevaron la luz del sol metafórico a nuestras almas e inspiraron los corazones y las mentes con palabras de sabiduría.
Abdu’l-Bahá, el ejemplo perfecto de las enseñanzas de Bahá’u’lláh, dio sabios consejos a los bahá’ís, consejos que se hacen eco de las palabras de todos los profetas:
Reino; permanece enamorada de la Belleza de Abhá; mantente firme en la Alianza; ansía ascender al Cielo de la Luz Universal.
Despréndete de este mundo y renace mediante las perfumadas fragancias de santidad que provienen del dominio del Altísimo. Sé alguien que convoca al amor y sé bondadosa con toda la raza humana. Ama a los hijos de los hombres y participa de sus pesares. Sé de aquellos que promueven la paz. Ofrece tu amistad, sé digna de confianza. Sé un bálsamo para toda herida, una medicina para todo mal. Enlaza las almas entre sí.
Recita los versículos de la guía. Ocúpate en la adoración de tu Señor y disponte a conducir a las gentes rectamente. Desata la lengua y enseña, y haz que tu rostro reluzca con el fuego del amor de Dios. No descanses ni por un momento, ni te des respiro. Así llegarás a ser un signo y símbolo del amor de Dios y un estandarte de Su gracia.
Cada uno de nosotros puede elegir activamente ser «un convocador del amor» y ser «amable con todo el género humano». Cuando hacemos esa elección espiritual, demostramos que realmente creemos en Dios, y que hemos dado el primer paso para resolver los males que afligen a la humanidad.
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