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Los refugiados: Una nueva parábola del buen samaritano

Maya Kaathryn Bohnhoff | Jun 26, 2020

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Maya Kaathryn Bohnhoff | Jun 26, 2020

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Hace un tiempo, fui testigo de una discusión entre dos miembros de un panel sobre las «caravanas» de refugiados de América Central y del Sur que alguna vez dominaron el ciclo de noticias de 24 horas.

El panelista A describió haber visto un reportaje en el que un niño refugiado caía postrado por agotamiento por calor. Para ella, dijo, siempre sería «la humanidad primero».

El panelista B respondió: «También somos una nación de leyes y fronteras, lo cual es parte de mi problema con la forma en que esto está siendo manejado».

Ambos panelistas se identificaron como cristianos. Esto supuestamente significa que creen que Dios se revela a través de Jesucristo. Uno asumiría, por lo tanto, que ellos 1) creen en Dios, y 2) creen que las enseñanzas de Cristo son la Palabra de Dios, y que cualquier mandamiento que él da es la ley divina. Al menos, esta era mi comprensión de la fe cristiana en la que crecí, de la misma manera que forma mi comprensión de las enseñanzas bahá’ís: «Si alguien busca refugio en vosotros, brindadle vuestra protección y no lo traicionéis«. – Bahá’u’lláh, El llamamiento al señor de las huestes.

Dejando de lado el hecho de que estos refugiados son repetidamente llamados «extranjeros ilegales» cuando aún no han hecho nada ilegal, y no han expresado ninguna intención de hacer nada ilegal, tuve que preguntarme qué clase de «giro» se podría dar al sufrimiento humano que un creyente profeso lo considere problemático.

¿Declarar, como lo hizo la panelista A, poner a la humanidad en primer lugar es simplemente «un giro»?

Una enseñanza del evangelio de Cristo se aplica directamente a esta situación. Esta se encuentra en el libro de Lucas (capítulo 10, comenzando en el versículo 25), en él Cristo revela – en respuesta a una pregunta directa – el núcleo de su enseñanza sobre la salvación del alma humana. La mayoría de las Biblias etiquetan esto como «La parábola del buen samaritano». Ya he escrito antes sobre esto en diferentes contextos porque es excepcional la forma en que Cristo lo usa para enfatizar lo que él identifica como la Ley primordial de Dios. Él lo hizo:

  1. Estableciendo verbalmente su primacía
  2. Repetición
  3. Ilustración, e
  4. Instrucción directa.

La pregunta que Cristo responde es fundamental para la creencia cristiana: «¿Qué debo hacer para lograr la vida eterna?».

Cristo respondió preguntando al peticionario, un estudioso de la jurisprudencia religiosa, que debía seguir lo que está escrito en la ley judía. El joven abogado respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo”.

La respuesta de Cristo es directa y clara: «Has respondido correctamente. Haz esto y vivirás».

Cristo unió inequívocamente la vida eterna con lo que hacemos con respecto a nuestros semejantes. También confirmó la primacía de estas dos leyes, originalmente dadas por Moisés. En otros casos, Cristo repitió estas leyes y subrayó su primacía aún más añadiendo, «De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.». -Mateo 22:40.

Así que, de todas las leyes de Dios, estas dos tienen prioridad.´

El joven erudito en leyes no estaba satisfecho, y le hizo a Cristo una segunda pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?»

En respuesta, Cristo contó la historia de un samaritano que salvó la vida de un judío gravemente herido cuando un sacerdote judío y un levita no lo hicieron. El Samaritano no solo se responsabiliza personalmente de este hombre, a pesar de su antipatía religiosa, étnica y cultural, sino que paga a alguien para que lo cuide por él. Al final de la historia, Cristo le pidió al joven abogado: «Entonces, ¿cuál de estos tres crees que era el prójimo de aquel que cayó en manos de los ladrones?»

La respuesta es obvia: «El que se apiada de él».

Cristo entonces puso el toque final a su lección; dio un segundo mandamiento directo: «Ve y haz lo mismo».

La parábola del buen samaritano se aplica directamente al desacuerdo entre los dos panelistas cristianos sobre la crisis de los refugiados, porque es a la vez una historia de humanidad y una historia de leyes y fronteras.

Las leyes y las fronteras fueron la razón por la que el sacerdote y el levita se negaron a ayudar al moribundo, a pesar de que era un compatriota y un compañero judío. Lo hicieron por miedo a cruzar las fronteras de la pureza ritual que les imponía la ley judía.

El samaritano también estaba sujeto a leyes y fronteras – específicamente, las fronteras entre el judío y el samaritano que eran antiguas, permanentes y estaban arraigadas en diferencias teológicas. Sus líderes religiosos habían establecido límites estrictos entre los samaritanos y sus odiados vecinos, los judíos, a quienes consideraban heréticos, apóstatas, impuros. No debían atravesar el territorio judío, ni asociarse con los judíos de ninguna manera. El odio era mutuo; para los judíos de la época, los samaritanos eran «perros» heréticos – sabandijas que robaban las sobras de la mesa de sus superiores.

A diferencia de los dos judíos en la historia de Cristo, el samaritano actuó según la palabra de Dios – siendo el amor al prójimo era un mandamiento primordial. El acto del samaritano no fue un desafío, sino un reconocimiento de que el mandamiento de Dios de poner a la humanidad en primer lugar tenía prioridad sobre cualquier otra ley.

Una observación más acerca de esa ley dual: al vincular el mandamiento de amarlo a Él y amar al prójimo, Dios puso el amor a nuestros semejantes a la par con el amor a Él. Las dos leyes son inseparables.

Así que este es el verdadero contexto religioso del desacuerdo entre los dos panelistas. El panelista A defendió el comportamiento del samaritano en la ilustración de Cristo, que Él ratificó inequívocamente cuando dijo: «Ve y haz lo mismo». El panelista B respaldó el comportamiento del levita y del sacerdote. En su versión de la parábola, los dos correligionarios del moribundo creían estar en lo correcto, al practicar una virtud superior al mantener sus leyes y fronteras por encima del mandato de Dios de poner a la humanidad en primer lugar.

Mientras leo y medito con devoción la lección de Cristo en Lucas, me pregunto si esta acaso no nos exige más. Cristo quería que nos viéramos como un pueblo obediente a la ley de la que todos los demás dependen – poner a la humanidad en primer lugar. Las enseñanzas bahá’ís ciertamente verifican y apoyan ese principio básico:

¡OH HIJOS DE LOS HOMBRES! ¿No sabéis por qué os hemos creado a todos del mismo polvo? Para que nadie se exalte a sí mismo por encima de otro. Ponderad en todo momento en vuestros corazones cómo fuisteis creados. Puesto que os hemos creado a todos de la misma substancia, os incumbe, del mismo modo, ser como una sola alma, caminar con los mismos pies, comer con la misma boca y habitar en la misma tierra, para que desde lo más íntimo de vuestro ser, mediante vuestros hechos y acciones, se manifiesten los signos de la unicidad y la esencia del desprendimiento. Tal es Mi consejo para vosotros, ¡oh concurso de la luz! Prestad atención a este consejo para que obtengáis el fruto de la santidad del árbol de maravillosa gloria. – Bahá’u’lláh, Las palabras Ocultas.

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