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Espiritualidad

La sagrada meta del alma

V. M. Gopaul | Sep 28, 2023

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V. M. Gopaul | Sep 28, 2023

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¿Quién no desea experimentar la felicidad, la tranquilidad, el paraíso, el nirvana y la paz? Dado que la religión ofrece un camino claro hacia estos objetivos espirituales, ¿por qué tanta gente huye de ella?

Parte de la respuesta puede estar en que las recetas de la religión son más difíciles de seguir que las alternativas aparentemente más sencillas y rápidas que ofrece el mundo material.

Al fin y al cabo, la felicidad –de algún tipo– puede encontrarse en la comida, la bebida, los juegos y otros entretenimientos. En un mundo estresante, éstas se venden junto a otras prácticas como el yoga, el tai-chi y los ejercicios de meditación como diversos medios para alcanzar la felicidad. Pero la felicidad que aportan estas prácticas suele ser efímera.

La felicidad que promete la religión puede convertirse en un estado interior más profundo y permanente, pero alcanzarla es mucho más difícil que pagar por un entretenimiento. La religión nos hace mirar profundamente en nuestras almas y nos llama a limpiarnos de cualquier impureza que encontremos allí hasta que reflejemos los atributos divinos más gloriosos –lo cual puede ser doloroso. Pero por duro que sea, el camino hacia la Presencia Divina está abierto a todos, independientemente del credo, la nacionalidad o el color. Todo lo que se necesita es la voluntad de hacer un esfuerzo, y el Creador te ayudará. Esta es la promesa de la fe.

Entonces, si hay que purificarse, ¿de qué hay que purificarse? ¿De los vicios? ¿Pensamientos impuros? ¿Intención maliciosa? En realidad, la verdadera espiritualidad se esfuerza por purificarnos de lo que subyace a todas esas cuestiones: el yo-ego que está apegado a todo lo que pertenece a este mundo.  Purificación y desapego van, pues, de la mano. En su libro místico Los Siete Valles, Bahá’u’lláh lo expresa de la siguiente manera:

Un corazón puro es como un espejo; purifícalo con el bruñido del amor y el desprendimiento de todo salvo Dios, para que en él pueda brillar el sol verdadero y despuntar el alba eterna.

Según Abdu’l-Bahá, la purificación significa la purgación del yo y la renuncia al ego. Durante sus viajes por Norteamérica, el 26 de mayo de 1912, hablando en la Iglesia Bautista de Mount Morris, comenzó su charla basándose en el himno cantado «Más Cerca de Ti Mi Dios», tocó el significado de la purificación del alma, enumerando los pasos implicados en ese proceso, incluyendo la devoción, la unidad, el servicio y la perfección. Resumió el proceso diciendo: En una palabra, acercarse a Dios exige el sacrificio de sí mismo, la renunciación y el perderlo todo por Él. Cercanía es semejanza.

Aunque cada uno de nosotros ha sido creado a imagen y semejanza del Creador, no todos reflejamos la belleza de Dios. El yo-ego eclipsa el alma, ocultando su belleza. Dado el verdadero valor de un ser humano, Bahá’u’lláh nos dice, en Las Palabras Ocultas y en otros lugares, cómo hacer que esa gema inherente «resplandezca y se manifieste»: debemos «salir de la funda del yo y del deseo». 

Por supuesto, la gente no suele lograr una transición tan sacrificada de golpe. En el camino hacia la renuncia al ego, normalmente el viajero sólo sacrifica el yo y el deseo gradualmente y repone el vacío con las bendiciones de Dios. La purificación es un proceso difícil, que requiere gran amor, conocimiento, desapego y el poder limpiador del sufrimiento. Cada vez que consigues poner un poco de tu ego en el altar del sacrificio, das un paso más hacia Dios.

Veamos un ejemplo. Un ser querido está muy enfermo. A pesar de la atención médica, su salud sigue deteriorándose. Has invertido mucho tiempo y energía en orar, cuidar e incluso recaudar fondos para ayudarle, hasta que finalmente te dices a ti mismo: «No puedo hacer más». Ha quedado claro que su vida está menguando, y tu angustia por perderle se agita dentro de ti como un torbellino.

Pero sabes que no puedes cambiar el resultado, así que, aunque lo quieres mucho, lo dejas ir, dejando el asunto en manos de Dios. Al hacerlo, te has purificado y conquistado a ti mismo recorriendo el camino del desapego. 

La purificación también tiene un aspecto colectivo. Los bahá’ís entienden que la revelación de Bahá’u’lláh ha infundido a toda la creación una maravillosa capacidad de purificación. En el advenimiento de su revelación, Bahá’u’lláh escribió que: «… todas las cosas creadas fueron sumergidas en el mar de la purificación».

Cada vez que una nueva revelación divina es entregada a la humanidad, esta «limpieza de la casa» cósmica despeja siglos de errores y apegos acumulados, preparando el camino para la renovación y reconstrucción de la humanidad. Una limpieza tan profunda es necesaria tanto para los individuos como para las naciones, para que nuestros corazones sean renovados y nuestras almas santificadas para el descenso de Dios.

La perfección depende de la pureza, que significa ver con los ojos de Dios y oír con los oídos de Dios. Significa aprender con el tiempo a hacer la voluntad de Dios. Significa renunciar al yo y dejar que la Voluntad de Dios actúe a través del alma. Significa ser pobre en uno mismo pero rico en las cosas del espíritu, como escribió Abdu’l-Bahá: «… un sentido puro aspira las fragancias que provienen de las rosaledas de Su gracia; un corazón bruñido refleja el donoso rostro de la verdad”.

La santidad es algo más que la limpieza física, la vida sana o incluso la pureza de pensamiento, aunque son aspectos importantes de nuestro camino espiritual. En última instancia, la santidad es hacer del corazón el trono de Dios, la meta sagrada del alma en su viaje eterno.

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