Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Bahá’u’lláh identificó la necesidad humana más imperiosa en todos sus libros y escritos: la unidad. Dijo a toda la humanidad: «Sois las hojas de un solo árbol y las gotas de un solo océano».
Esta enseñanza fundamental bahá’í va un paso más allá de la Regla de Oro. Esa ley, que se encuentra en todas las grandes religiones, nos enseña a tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Pero los principios fundamentales de la Fe bahá’í nos llevan a una comprensión más profunda: que todos formamos parte de una realidad unificada, como las células individuales de todos los seres vivos. Cuando dañamos a los demás, nos dañamos a nosotros mismos.
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Bahá’u’lláh extendió y amplió la Regla de Oro, pidiendo a cada ser humano que se centrara en la misericordia hacia los demás. En una de sus tablas escribió:
¡Oh, hijo del hombre! Si tus ojos están vueltos hacia la misericordia, deja las cosas que te benefician y aférrate a lo que beneficiará a la humanidad. Y si tus ojos están vueltos hacia la justicia, escoge para tu prójimo aquello que escogerías para ti mismo.
De hecho, Bahá’u’lláh comparó la raza humana con el cuerpo humano. Si una parte del cuerpo está afligida, puede amenazar a todo el organismo. Esta conciencia vincula la unidad y la paz con la justicia. En palabras de Bahá’u’lláh:
La luz de los hombres es la Justicia. No la extingáis con los vientos contrarios de la opresión y la tiranía. El propósito de la justicia es hacer surgir la unidad entre los hombres.
Aunque las enseñanzas de Bahá’u’lláh exaltan la presencia de la justicia en el mundo, y aunque los bahá’ís trabajan por ella en todas partes, este pasaje nos da una idea de lo que la justicia puede conseguir. También tenemos una idea de su verdadero propósito: eliminar las barreras de la opresión, la tiranía y el odio; hacer que los límites y las fronteras se desvanezcan; unirnos como un solo mundo y un solo pueblo.
Este bello y glorioso ideal –un mundo unificado que infunda justicia y elimine los prejuicios– invoca la gran visión de los poetas y los profetas de todos los tiempos. Los bahá’ís ven esta visión no como una quimera o una promesa vacía, sino como una realidad, como algo que podemos lograr, como el resultado inevitable de los siglos de revelación religiosa progresiva que Dios ha dado a la humanidad.
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Pero a pesar de la belleza de las enseñanzas bahá’ís, durante los últimos años de su vida Bahá’u’lláh permaneció prisionero, bajo arresto domiciliario, en la ciudad-prisión de Akka, en una remota zona del norte de Palestina, sus seguidores atemorizados y dispersos y sus escritos en su mayoría sin publicar. Estas duras circunstancias hacían pensar que su mensaje quedaría ciertamente sin ser escuchado, con una combinación de opresión gubernamental y fanatismo religioso intentando silenciarle, y una despiadada y genocida política de muerte o encarcelamiento perpetrada contra toda la comunidad bahá’í.
Pero muy repentinamente, incluso milagrosamente, todo eso cambiaría.
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