Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Te contaré un secreto: morir puede ser aburrido. Hoy me he sentido deprimida y sola, y he pasado la mayor parte de la tarde durmiendo. A medida que aumenta la duración de mis siestas, mi nivel de energía disminuye, al igual que mi entusiasmo.
A medida que el cáncer avanza, mi energía decae, así que no me apetece hacer casi nada, excepto ver la tele, navegar por Facebook o jugar solitario. Incluso esas actividades se han vuelto menos interesantes últimamente. ¿Ves? Bastante aburrido, ¿verdad?
Reconozco que nada de esto es importante en absoluto, pero afecta a mi estado de ánimo. Este bajo estado de ánimo no es lo que suelo sentir, normalmente, soy una persona optimista, positiva y enérgica, pero aquí estoy, sintiéndome así. Lista para estirar la pata y aburrida.
Sé que parte de mi estado de ánimo se debe en parte a un dolor que aumenta gradualmente. Este dolor, por lo que sé, no está relacionado con el cáncer. Es el dolor de la edad y la artritis, que sigue aumentando gradualmente su impacto en todo mi cuerpo. Ya me he acostumbrado, pero me quita la alegría.
Tal vez este dolor leve, que aumenta gradualmente y que experimentarán casi todas las personas que, como yo, vivan hasta los 80 años, sea la forma que tiene el cuerpo de decirnos que nos espera una vida mejor en el otro mundo. Ciertamente, hace que te canses de éste. Como todas las cosas físicas y materiales, el cuerpo tiene sus estaciones, primavera, verano, otoño e invierno, como señalan claramente las enseñanzas bahá’ís:
Estos pocos y breves días han de pasar; esta vida presente desaparecerá de nuestra vista; las rosas de este mundo dejarán de ser frescas y hermosas; ha de languidecer y desaparecer el jardín de los triunfos y delicias de esta tierra. La primavera de la vida dará paso al otoño de la muerte; el vivaz regocijo de los salones palaciegos ha de ceder paso a la oscuridad del sepulcro, sin luna. Por consiguiente, nada de esto es digno de ser amado en absoluto y a esto el sabio no fija su corazón.
El que tiene conocimiento y poder tratará más bien de encontrar la gloria del cielo, la distinción espiritual y la vida imperecedera.
Eso es exactamente por lo que me esfuerzo: buscar la gloria y la distinción espiritual. Sin embargo, no es fácil. Para los ancianos como yo, en el invierno de la vida, cuando aparece un problema de salud, y si no es demasiado grave al principio, es más fácil tolerar e ignorar el dolor cuando uno se acostumbra a él. Luego aparece otro problema de salud y, de nuevo, al principio no se experimenta su gravedad; se tolera. Pero a medida que uno envejece, se acumulan múltiples problemas de salud a medida que el cuerpo se desgasta. En función de la duración de la vida, uno acaba teniendo múltiples problemas de salud. No nos queda más remedio que aceptarlos, es lo que hay, y seguir con nuestra vida cotidiana lo mejor que podamos. Eso no significa que uno se sienta cómodo con ello: significa que el nivel de tolerancia al dolor aumenta a medida que disminuye la alegría de vivir, y también aumenta la cantidad de energía y lucha necesarias para mantener el nivel de entusiasmo por seguir viviendo.
Entonces, ¿de qué estoy hablando? Supongo que me encuentro ante una de mis raras crisis anímicas. En este estado mental, me encuentro excesivamente crítica con la gente y compadeciéndome de mí misma por cuestiones verdaderamente insignificantes. Espiritualmente, pensaba que había dejado todo eso atrás. Ahora, todas estas cuestiones se me vienen encima, y no me gusta nada este aspecto de mí misma.
Quiero volver a hacer las paces conmigo misma y con el mundo. Quiero tener menos vergüenza cuando pase a la siguiente etapa de la existencia de mi alma y no llevar mucho equipaje conmigo cuando muera.
Estoy pensando y orando para entender por qué me siento así. Tal vez mi inflado ego necesite desinflarse mucho más. Tengo un poco, bueno, en realidad un montón de miedo de que toda o la mayor parte de mi determinación de mantener la fe en Dios se evapore.
Por ejemplo, tengo un problema relativamente menor en la piel relacionado con el medio ambiente, que ni siquiera es tan grave ni doloroso, y estoy actuando como una cobarde y me estoy deprimiendo por ello. ¿Qué pasaría si me tocara una experiencia de cáncer mucho más dolorosa? ¿Aceptaré la voluntad de Dios, o con el primer ataque de dolor, me enfadaré con Dios, que siempre ha sido mi apoyo y me ha estado guiando?
Escribí todo esto ayer en un estado de ánimo sombrío, pero ahora la niebla se ha disipado, y todo lo que hizo falta fue participar en una reunión devocional bahá’í, y recitar algunas de las hermosas oraciones bahá’ís.
Tuve la suerte de asistir a esa reunión, y las oraciones y el compañerismo levantaron mi espíritu. Ya no estoy tan abatida como antes: ¡hay esperanza! Mientras recitaba la oración bahá’í que incluye la frase «crea en mí un corazón puro y renueva una conciencia tranquila dentro de mí», me di cuenta una vez más de que ninguna otra medicina es tan eficaz como esa oración para mí.
Gracias, Bahá’u’lláh.
También debo aceptar que caerme de cara espiritualmente y levantarme, sacudirme el polvo y seguir con mis cosas es uno de mis tantos defectos humanos. Tengo que recordarme a mí misma que Dios tiene el control, y que no sé lo que me va a pasar ni siquiera dentro de 10 minutos. Tengo que poner fin a mis ociosas fantasías y vanas imaginaciones y practicar la humildad. Por favor, Dios, ¡permíteme lograrlo! La humildad es mucho más fácil que la arrogancia, y tengo suficiente sentido común como para saber que quiero una forma de vida más fácil que difícil.
Así que, después de esa dulce reunión devocional, ahora me siento emocionalmente bien. ¡Qué alivio! Físicamente, sigo pataleando, aunque de forma más lenta y débil. Creo que tal vez la reciente muerte de un viejo amigo causó mi fatiga emocional y me hizo desear mi propia liberación.
Mi amigo fue, como tú y yo lo seremos pronto, convocado a ese inevitable ajuste de cuentas. Bahá’u’lláh escribió en Las palabras ocultas: «¡Oh hijo del Ser! Pídete cuentas a ti mismo cada día, antes de que seas llamado a rendirlas; pues la muerte te llegará sin aviso y serás llamado a dar cuenta de tus actos».
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