Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Podría la evolución de la humanidad haber ocurrido de una manera completamente aleatoria? ¿o hemos tenido alguna forma de ayuda trascendente en nuestro ascenso evolutivo?
La ciencia nos ha proporcionado algunas ideas interesantes sobre esa pregunta. Durante la gran mayoría de la existencia humana conocida, que la mayoría de los científicos estiman en unos 300.000 años, el homo sapiens usó simples herramientas de piedra y vivió una vida bastante rudimentaria. Vivían en bandas de cazadores-recolectores nómadas, centrados en la familia, y probablemente tenían un contacto limitado entre ellos fuera de esas pequeñas agrupaciones.
Pero hace unos 40-50.000 años, ocurrió algo sorprendente y sin precedentes: los seres humanos comenzaron a evolucionar mucho más rápidamente.
Los científicos llaman a los cambios pronunciados de ese período la «Revolución del Paleolítico Superior», porque es probable que marque las primeras evidencias generalizadas de la creación artística, la formación de asentamientos humanos organizados y el desarrollo emergente de habilidades lingüísticas complejas y abstractas. Algunos estudiosos han llegado a la conclusión de que la cooperación humana comenzó en este punto de la prehistoria, cuando la limitada población de personas de la Tierra comenzó a aumentar lo suficiente como para poner a los primeros humanos en contacto más frecuente entre sí.
Entonces, ¿se desarrollaron espontáneamente esos rasgos culturales y de comportamiento en expansión – lenguaje, arte y música, pensamiento simbólico complejo, creatividad tecnológica y la clara evidencia arqueológica de los sistemas de creencias abstractas y místicas? ¿O vinieron, como dicen las enseñanzas bahá’ís, de la influencia de un educador divino?
Si no existiera un educador, no habría humanidad, civilización o comodidades. Un hombre abandonado en un yermo donde no llegara a conocer a ninguno de sus semejantes, se convertiría a no dudarlo en una simple bestia. Resulta evidente, pues, que hace falta un educador….
…resulta evidente que el hombre necesita un educador que sea incuestionable e indudablemente perfecto en todo respecto, un educador que se distinga por sobre todos los hombres. De no ser así, si fuese como el resto de la humanidad, no sería su educador… debe educar la inteligencia y el pensamiento de modo tal que alcancen un desarrollo completo, para que así la ciencia y el conocimiento se ensanchen, y la realidad de las cosas, los misterios de los seres y las propiedades de la existencia lleguen a ser descubiertos; para que día a día la educación, los inventos y las instituciones mejoren, haciendo posible que partiendo de las cosas perceptibles puedan extraerse conclusiones intelectuales…
Es evidente que el poder humano no alcanza a cumplir una misión tan elevada, y que la razón por sí sola no podrá asumir una responsabilidad tan pesada… A decir verdad, nada que no sea un poder divino podría realizar tamaña empresa… el Educador Universal debe serlo al mismo tiempo en lo material, humano y espiritual, y debe poseer un poder sobrenatural para ocupar la posición del maestro divino. – Abdu’l-Bahá, Contestaciones a unas preguntas, pág. 28-32.
Cada cultura humana, según explican las enseñanzas bahá’ís, recibe un educador divino:
Presta atención, oh Mi siervo, a lo que se te envía desde el Trono de tu Señor, el Inaccesible, el Más Grande. No hay otro Dios salvo Él. Él ha hecho existir a Sus criaturas, para que conozcan a Aquel que es el Compasivo, el Todomisericordioso. A las ciudades de todas las naciones Él ha enviado a Sus Mensajeros, a Quienes ha dado la misión de anunciar a los hombres las nuevas del Paraíso de Su complacencia, y de atraerlos al Refugio de perdurable seguridad, la Sede de la eterna santidad y trascendente gloria. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, pág. 167.
Por supuesto, esa lejana época en la prehistoria humana, mucho antes de la aparición del lenguaje escrito o los registros, no nos ha dejado ningún rastro de los nombres o las enseñanzas de esos primeros educadores. Entonces, ¿cómo sabemos que realmente existieron? Según los escritos bahá’ís, podemos saberlo por sus frutos:
Así como el espejo puro recibe la luz del sol y transmite sus favores a otros, así el Espíritu Santo constituye el mediador de la Luz Sagrada que, procedente del Sol de la Realidad, viene a derramarse sobre las realidades santificadas. Luz que está adornada con todas las perfecciones divinas y que cada vez que aparece inaugura un ciclo y renueva el mundo. Entonces el cuerpo del mundo de la humanidad se viste con un nuevo manto. Todo ello es comparable a la llegada de la primavera, cuando el mundo pasa de un estado a otro. Con la venida de la estación primaveral, la tierra negra, los campos y los desiertos se tornan verdes y florecientes. Crecen toda clase de flores y hierbas de dulce fragancia, los árboles cobran nueva vida, aparecen frutos nuevos: comienza un nuevo ciclo. Igual sucede con la aparición del Espíritu Santo. Cuandoquiera que aparece, el mundo de la humanidad se renueva y un nuevo espíritu es conferido a las realidades humanas. El Espíritu Santo atavía al mundo del ser con vestidura digna de alabanza, disipa la oscuridad de la ignorancia y provoca la irradiación de la luz de las virtudes. – Abdu’l-Bahá, Contestación a unas preguntas, pág. 179- 180.
En aquellos puntos de la historia humana en los que se producen saltos significativos de progreso evolutivo, según sugieren las enseñanzas bahá’ís, podemos identificar retrospectivamente los efectos a largo plazo de un mensaje divino y su profundo impacto en la civilización humana:
El ser humano, por tanto, se encuentra en extrema necesidad del único Poder por el cual es capaz de recibir ayuda de la Realidad Divina, siendo tal Poder el único capaz de ponerlo en contacto con la Fuente de toda vida.
Se necesita un intermediario para poner en contacto dos extremos. Riqueza y pobreza, abundancia y necesidad; sin un poder intermediario, no podría existir relación alguna entre esos pares de opuestos.
Por ello podemos decir que debe haber un Mediador entre Dios y el ser humano, y ése no es otro que el Espíritu Santo, el cual pone en contacto a la creación terrenal con el «Inimaginable», la Realidad Divina. – Abdu’l-Bahá, La sabiduría de Abdu’l-Bahá, pág. 69-70.
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