Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Mientras me preparo para mudarme a una residencia asistida, miro a mi alrededor en mi relativamente pequeño apartamento para prepararme para ésta, la última mudanza antes de esa mudanza permanente que todos debemos hacer al final.
Veo tantas cosas que en algunos momentos de mi vida he amado y de las que he guardado un grato recuerdo y que pronto desecharé. Miro hacia atrás y me pregunto qué he conseguido realmente.
RELACIONADO: Mortal o inmortal: ¿qué nos pasa cuando morimos?
En uno de los cajones de mi archivador, veo lo que queda de cuatro títulos académicos, los trabajos de investigación que escribí y un montón de cosas más, y a medida que me deshago poco a poco de sus evidencias, me sorprende no sentir absolutamente ninguna pena ni arrepentimiento. Me doy cuenta de que conservarlos todos estos años no ha sido más que un montón de papeles y libros que, a estas alturas de mi vida, no tienen ningún valor ni significado.
Cada vez que me deshago de algo, me siento más ligera. Me invade una sensación de libertad, y esta liberación de la carga de mi alma y mis emociones me hace feliz. Por fin estoy en paz.
Por un lado, esos títulos y documentos son tan antiguos que nadie en su sano juicio querría mis conclusiones inmaduras o los resultados de mis investigaciones, ya que desde entonces hemos visto tal explosión de nueva información. En cuanto a las cosas físicas de mi apartamento, que no quiero ni puedo llevar a mi residencia asistida, me doy cuenta de que no tienen ningún significado ni valor, me resultan extrañas y estoy deseando deshacerme de ellas.
Entonces, ¿qué tengo ahora, me pregunto, que pueda asumir como mío?
Bueno, tengo mucho, tanto que no puedo contarlo. En el transcurso de mi vida he acumulado una enorme cantidad de tesoros duraderos: el amor a la Fe bahá’í y a Bahá’u’lláh; los amigos queridos y desinteresados que me mantienen en el camino recto; y la recompensa de toda la vida de servir a los poderosos ideales de mi Fe: la unidad de la humanidad, la unidad y la paz mundiales, y el amor para todos.
A medida que mi capacidad física para ayudar y servir a los demás disminuye gradualmente, y sí, mis recuerdos, los de corto plazo en particular, empiezan a fallarme, también estoy aprendiendo algo nuevo: que puedo tolerar cada vez más las pérdidas de mi vida y reírme de ellas, de todo corazón, porque realmente son divertidas.
Estoy contenta por el traslado a una hermosa residencia asistida. También estoy feliz por esta oportunidad que Dios, el Misericordioso, me ha brindado. Así que ahora es el momento de decidir qué me llevo conmigo –que será muy poco– y también cómo deshacerme de los restos de lo que he acumulado durante casi 60 años de vida en esta parte del mundo. Si vivimos lo suficiente, todos acabaremos enfrentándonos a este tipo de decisiones.
Recuerdo cuando salí de Irán, mi país natal, con una sola maleta medio llena. Recuerdo cuando, hace sólo dos años, vendí mi casa y tuve que deshacerme de muchísimas cosas para llegar al apartamento donde vivo ahora. Hoy tengo que deshacerme de la mayor parte de mis pertenencias, porque el lugar al que me mudo será el último en el que resida, más allá de mi última morada física, que, como dijo una vez una magnífica persona con buen sentido del humor, sólo mide dos metros.
Me pregunto: ¿cómo me siento emocionalmente y qué estoy aprendiendo?
RELACIONADO: ¿Qué debería incluir mi testamento?
Me parece que ninguno de nosotros quiere morir, sea cual sea el estado en el que nos encontremos. Pero yo no temo a la muerte. Me siento muy afortunada de ser bahá’í, porque Bahá’u’lláh escribió en Las Palabras Ocultas:
He hecho de la muerte una mensajera de alegría para ti. ¿Por qué te afliges? He hecho que la luz resplandezca sobre ti. ¿Por qué te ocultas de ella?
Con las gozosas nuevas de la luz Yo te saludo: ¡regocíjate! A la corte de santidad te llamo; permanece en ella para que puedas vivir en paz eternamente.
Lo creo, y estoy deseando ir a donde ese mensajero de la alegría pueda darme el mensaje que anhelo.
Por otra parte, todos seguimos queriendo aferrarnos a vivir en este mundo físico. Después de todo, es lo que conocemos. Por un lado, una pequeña parte de mí quiere aferrarse a sus pertenencias, pero por otro lado me siento tan feliz de no tener que hacer más tareas domésticas ni cargar con la propiedad de tantas cosas. En otras palabras, siento un tira y afloja entre mi yo egocéntrico y mi yo espiritual.
Me resulta interesante observar de primera mano esta lucha tan personal como ser humano. Me parece que cuanto más triunfa mi yo espiritual, más feliz soy y, lo que es más importante, más veo la mano de nuestro Creador en mi felicidad. Cuando me veo obligado a renunciar a mi yo egocéntrico y permitir que la voluntad de Dios me dirija, me siento tan maravillosamente bien al no tener la responsabilidad de tomar estas decisiones por mí misma. ¿Por qué luchar para salirme con la mía, cuando nuestro Creador puede hacerlo por nosotros en menos de un parpadeo y el resultado será un millón de veces mejor?
Espero seguir creciendo espiritualmente, así que les pido a todos que recen por este deseo, por mí y por ustedes mismos.
Comentarios
Inicia sesión o Crea una Cuenta
Continuar con Googleo