Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cada uno de nosotros tiene diferentes experiencias en la vida, diferentes pensamientos y entendimientos. Incluso al mirar los mismos objetos, no necesariamente los vemos de la misma manera.
Nuestras visiones del mundo son tan únicas como lo somos nosotros mismos. Cuando miramos hacia el cielo nocturno, todos vemos estrellas, pero nuestras percepciones de lo que vemos pueden ser muy diferentes. Algunos de nosotros percibimos patrones y conectamos los puntos de luz en constelaciones; otros ven los intersticios, los espacios oscuros entre las estrellas. Algunos ven las estrellas en dos dimensiones, dispuestas como luces eléctricas de varios tamaños en el techo; otros perciben una tercera dimensión de profundidad en sus diferentes magnitudes.
Para algunos el sol y las estrellas son diferentes; para otros, son lo mismo, siendo que el sol está simplemente más cerca de nosotros que el resto. Cuando representamos gráficamente las estrellas, algunos las dibujan centelleando con cinco, seis o más puntos; otros simplemente hacen puntos. Independientemente de cómo las veamos o las representemos, las estrellas son lo que son y su realidad no cambia. Sólo nuestras percepciones de ellas difieren.
Lo mismo sucede con nuestras concepciones individuales de Dios.
Todos tenemos diferentes conceptos de Dios porque tenemos diferentes experiencias en la vida, diferentes pensamientos y percepciones, diferentes capacidades y culturas. Si tenemos diferentes formas de ver cosas como las estrellas, entonces, naturalmente, todos tendremos diferentes formas de conceptualizar algo que no podemos ver, como Dios. Por supuesto, cualquier concepto que podamos crear de Dios nunca podrá retratarlo lo suficientemente bien. Independientemente de lo que creemos acerca de Dios, su realidad no se altera. Dios es lo que Dios es:
Es evidente para todo corazón perspicaz e iluminado que Dios, la Esencia incognoscible, el Ser divino, es inmensamente exaltado por encima de todo atributo humano, tal como existencia corpórea, ascenso y descenso, salida y retorno. Lejos está de su gloria el que lengua humana pueda apropiadamente referir su alabanza, o que corazón humano pueda comprender su misterio insondable. Él está y ha estado siempre velado en la antigua eternidad de su Esencia, y permanecerá en su realidad eternamente oculto a la vista de los hombres. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá’u’lláh, pág. 24.
Sin embargo, nuestros conceptos de Dios están destinados a cambiar y desarrollarse a medida que crecemos espiritualmente. Mientras avanzamos en nuestra comprensión espiritual, nuestros conceptos se alejarán de las definiciones simplistas y reflejarán de manera más apropiada la realidad que se despliega ante nosotros.
Probablemente pueda pensar en numerosos ejemplos de conceptos que cambian a medida que obtenemos una mayor comprensión de ellos. Por ejemplo, las palabras «arriba» y «abajo» están entre las primeras que aprendemos de niños. Representan conceptos simples, y sus significados cambian poco a medida que envejecemos. Como niños, si nos pidieran que explicáramos arriba y abajo, podríamos simplemente apuntar por encima de nuestras cabezas y por debajo de nuestros pies; y como adultos podríamos definirlas como orientaciones opuestas a lo largo de un eje vertical. Ambas explicaciones están determinadas por nuestra edad y experiencia relativas, y ambas son básicamente muy similares. No importa la edad que tengamos, nos resulta fácil de explicar porque son conceptos simples y directos.
Sin embargo, los conceptos de arriba y abajo se vuelven menos simples si nos alejamos de la superficie de la Tierra. Si estuviéramos suspendidos a unos centímetros del suelo, arriba y abajo todavía tendrían significado, y a un metro de altura sería casi lo mismo. Incluso a una altura de un kilómetro, todavía tendríamos una orientación de arriba y abajo, y tendríamos que dar la vuelta completamente para ver todo el horizonte. Pero a cien kilómetros sobre la tierra, el horizonte ya no sería plano; se curvaría en un arco largo. A mil kilómetros podríamos ver todo el círculo del mundo. A un millón de kilómetros, el círculo habría disminuido enormemente y la Tierra aparecería como un mero punto de luz. A una distancia de mil millones de kilómetros, sería difícil ubicar nuestro planeta natal, y con un billón de kilómetros, la Tierra sería completamente invisible frente a las estrellas de la Vía Láctea.
En el espacio interestelar, notamos que no hay «arriba» o «abajo» como lo conocemos. Estos términos perderían su significado. Mirando hacia el universo, tendríamos que encontrar una nueva forma de explicar nuestra orientación. A la luz de esta nueva situación, podríamos intentar determinar con precisión a qué distancia de la Tierra los conceptos de arriba y abajo pierden su significado. Eventualmente, descubriremos que no son los conceptos los que cambian, sino nuestra comprensión de las limitaciones inherentes a ellos lo que cambia. Estas limitaciones siempre están ahí; simplemente no podemos verlos claramente desde nuestro punto de vista en la Tierra. Sólo se pueden entender realmente en retrospectiva.
Arriba y abajo no son correctos ni incorrectos, verdaderos o falsos; son simplemente conceptos limitados a la tierra que son útiles y apropiados en este mundo físico, adecuados mientras estemos en él.
Esto se aplica a muchos otros conceptos y sirve como una buena analogía para nuestra comprensión de los asuntos espirituales. Debido a que hemos nacido en esta existencia física en la Tierra, podríamos observar razonablemente la religión y llegar a la conclusión de que los humanos son seres físicos en busca de espiritualidad.
Sin embargo, por muy razonable que sea este supuesto, se basa en una comprensión muy limitada de quiénes y qué somos realmente los seres humanos. Cuando estamos atrapados en las preocupaciones prácticas diarias de nuestra existencia física, es difícil descubrir que somos seres espirituales en medio de una experiencia física temporal de la vida.
Esta es una de las razones por las que Dios nos ha enviado profetas como Moisés, Cristo, Muhammad y, recientemente, Bahá’u’lláh .Nos recuerdan que somos esencialmente seres espirituales que estamos en esta Tierra por una razón, y que estamos aquí solo por un corto tiempo. Nos dicen que, inevitablemente, todos nos moveremos más allá de este plano físico de existencia a una condición espiritual que no se puede describir adecuadamente con palabras. Nos enseñan que adónde vamos es un lugar maravilloso, más allá de lo que podemos imaginar, y que hay ciertas cosas que debemos comprender antes de llegar:
Pon toda tu fe en la gracia de Dios, tu Señor. Que Él sea tu confianza en todo lo que hagas, y sé de aquellos que se han sometido a su Voluntad. Deja que Él sea tu ayuda y enriquécete con sus tesoros, pues con Él están los tesoros de los cielos y de la tierra. – Ibid., pág. 123.
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