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Cultura

¿Puede un niño de seis años mostrar justicia?

John Dahnad | Dic 8, 2020

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John Dahnad | Dic 8, 2020

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Crecí en una familia católica. Cuando tenía seis años, comencé a asistir a una escuela católica. El catecismo, el cual era parte del plan de estudios, involucraba aprender sobre la doctrina de la iglesia.

Un día, la monja que enseñaba la clase presentó el concepto de lo que le sucede a un alma después de la muerte y cómo esto está relacionado con nuestras creencias y acciones en este mundo. Explicó que el primer grupo de almas, el más importante, pertenecía a los católicos que habían partido, los cuales fueron dividieron en dos grupos.

Primero, las almas de los católicos que habían seguido fielmente todas las doctrinas de la iglesia estaban destinadas a ir directamente al cielo. Luego, explicó que las almas de los católicos que no eran muy fieles a la doctrina de la iglesia (por ejemplo, los pecadores habituales) irían primero a un lugar inusual llamado purgatorio. En el purgatorio, esos pecadores-católicos serían castigados. A través del sufrimiento, estos serían limpiados de sus pecados y eventualmente serían admitidos en el paraíso, es así que, al final, sí llegarían a ser eternamente felices. Finalmente, el último grupo estaba compuesto de aquellas almas que no habían sido católicas en su vida terrenal. Después de la muerte, su suerte sería inequívocamente el sufrimiento eterno en el infierno.

¡Cuando escuché esta enseñanza de la iglesia, me quedé en shock! Mi mejor amigo era Bautista, ¡y era un buen chico! No entendía por qué Dios lo mandaría directamente al infierno solo porque su familia era Bautista. Levanté la mano y pregunté: «Hermana, ¿por qué la gente que no es católica se va al infierno?» La hermana se puso roja, con cara de enojo y prácticamente gritando dijo: «¡Solo tienes que creerlo! ¡Eso es lo que la Iglesia Católica enseña!”.

Su respuesta me sacudió profundamente. No podía aceptar su respuesta. Mi propia mente y alma se negaron a creerlo. Cuando me di cuenta de que ella estaba imponiendo una falsa creencia en mí y en el resto de la clase, me sentí indignado y furioso. No dije nada más porque ella proyectaba una figura tan amenazante que parecía dispuesta a infligirme un castigo físico si persistía en mi cuestionamiento de la doctrina de la iglesia.

A partir de ese punto, dejé de confiar en el clero y en la doctrina de la iglesia. Empecé a pensar por mí mismo. Muchos años después, luego de regresar de mi servicio en Marina de los EE. UU. en Vietnam, comencé a asistir a la universidad.

Mientras visitaba la cafetería del sindicato de estudiantes una noche, me encontré con dos amigos de la escuela secundaria que no había visto en muchos años. Con ellos estaba otro joven que no conocía. Me invitaron a unirme a ellos para tomar un café. Mis amigos me presentaron al tercer joven. Poco sabía que el verano anterior a los tres se habían encontrado con jóvenes bahá’ís en una playa del sur de California.

Habían asistido a una reunión bahá’i llamada hogareña y se habían convertido en miembros de la fe bahá’í. Cuando se enteraron de que había regresado recientemente de servir en Vietnam, comenzaron a discutir las enseñanzas de los bahá’ís sobre el establecimiento de la paz mundial. Yo por mi parte acababa de leer “Guerra y paz”, de León Tolstói, y dije «Tolstói también dijo eso».

También los desafié sobre la existencia de Dios. No me malinterpreten: siempre he creído en Dios. Solo quería escuchar lo que dirían. Uno de ellos dijo «¿Cómo podrías negar la existencia de Dios, cuando ha creado una creación tan hermosa?». Yo contestaría con algo así como, tal vez todo fue solo un accidente cósmico. De todos modos, solo estaba siendo intelectualmente difícil, a propósito. ¡Fue divertido!

Esa tarde, uno de mis antiguos amigos de la escuela me sugirió que leyera un libro que tenía en su automóvil, el cual estaba estacionado un poco lejos del sindicato de estudiantes. Más tarde, cuando salimos juntos, fuimos hasta su automóvil. Lo abrió y me entregó un ejemplar de “Ladrón en la noche” de William Sears. Él dijo: «¡Lee este libro!», así que lo tomé y regresé a mi apartamento. Después de relajarme de la discusión de la tarde, abrí el libro y comencé a leer.

El subtítulo de “Ladrón en la noche” es: El caso del milenio desaparecido. Me pregunté, ¿qué significa esto? ¿Qué es un milenio perdido? Descubrí mientras leía que el libro está escrito como un misterio. El libro hace una pregunta importante: ¿Cristo ya regresó, y si es así, por qué la humanidad no lo notó? Además, el Sr. Sears y yo somos de origen católico. Se había casado con una bahá’í y comenzó a explorar las profecías bíblicas relacionadas con el regreso de Jesucristo. Todo esto me intrigó, entonces, comencé a leer en serio.

Después de leer y reflexionar sobre el libro del Sr. Sears, ¡comencé a darme cuenta de que Jesucristo realmente había regresado y que la mayoría de la humanidad no lo había notado! El nuevo nombre de Cristo es Bahá’u’lláh, el fundador de la Fe bahá’í. Esta fue una evolución completamente transformadora para mí. Antes era como un mosquito, ¡y ahora me sentía como un halcón real! Quería compartir mi fe recién encontrada con todos los que quisieran escuchar, e incluso con algunos que no querían escuchar.

Poco después de que comencé a darme cuenta de esto, los mismos amigos llegaron a la casa de mis padres después de la cena del día de Acción de Gracias. Me hicieron acordar sobre una reunión de jóvenes en una cabaña propiedad de una pareja bahá’í en las montañas al norte de Phoenix al que me habían invitado. Obviamente lo había olvidado, pero fui a buscar mi saco de dormir y algo de ropa extra.

A la mañana siguiente, fuimos a esa cabaña en las montañas. Allí, un actor de Hollywood, Mark Towers, dio varias charlas sobre sus experiencias como bahá’ís viviendo y viajando en las Islas Polinesias. Relató historias sobre la persecución que sufrieron por parte de los isleños por instigación del clero cristiano local, y con la ayuda milagrosa de Dios, aunque a veces desagradable (se cayó en una letrina) escapó del peligro y pudo reanudar su vida como bahá’í . Su historia me recordó las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre la vida del santo que había escuchado en el catecismo tantos años antes.

Tres cosas que aprendí en las últimas semanas me indujeron a declarar oficialmente mi creencia en Bahá’u’lláh. Primero fue el cumplimiento de las profecías bíblicas, como está escrito en “Ladrón en la noche”. El segundo fueron las heroicas y milagrosas historias relatadas por Mark Towers. El tercero fue la unidad y el compañerismo que realmente sentí en presencia de los bahá’ís. Entonces, cuando un joven me preguntó si quería ser bahá’í, le dije que sí. Y me sentí como si estuviera caminando a dos pies del suelo.

Algún tiempo después, leí en el libro de Baha’u’llah  llamado “Las Palabras Ocultas”:

¡OH HIJO DEL ESPÍRITU! Ante mi vista lo más amado de todas las cosas es la Justicia, no te apartes de ella si me deseas, no la descuides para que confíe en ti. Con su ayuda verás por tus propios ojos y no por los ojos de otros, conocerás con tu propio conocimiento y no mediante el conocimiento de tu prójimo. Pondera en tu corazón cómo te corresponde ser. En verdad, la justicia es mi don para ti y el signo de mi amorosa bondad. Tenla, pues, ante tus ojos. – pp. 34.

Cuando leí y pensé acerca de este profundo pasaje, recordé ese día en mi clase de catequesis católica de primer grado, cuando no podía creer que todos los no católicos estuvieran destinados al infierno. Mirando hacia atrás a ese niño de seis años en la clase de catecismo, estoy extremadamente agradecido de que Dios me haya dado la generosidad de sentir, pensar y ver con justicia. ¡Algo que ha guiado mis pensamientos y acciones a lo largo de mi vida!

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