Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Todos nos enojamos. Otros nos hieren, a propósito o por accidente. Las cosas no salen como queremos y nos hacen hervir la sangre. Esto puede hacer que reaccionemos de una manera que luego lamentamos, entonces ¿qué podemos hacer con nuestra ira?
El antiguo filósofo griego Aristóteles creía en la necesidad de la ira y en su utilidad. En su teoría de la virtud, la ira puede ser virtuosa si se utiliza de forma adecuada y moderada. En Ética de Nicómaco, Aristóteles escribió: «El hombre que se enfada con las cosas y las personas adecuadas y, además, como debe, cuando debe y mientras debe, es alabado».
Según esta perspectiva, una persona estaría justificadamente enfadada con alguien que le ha cometido una injusticia, o, lo que es más importante, que ha perpetrado una injusticia en general.
Unos siglos después de Aristóteles apareció Séneca, un filósofo romano que no estaba de acuerdo con él. Séneca creía que la ira nunca estaba justificada y no tenía ninguna utilidad real en una vida buena.
Entonces, ¿qué creen los bahá’ís sobre este asunto? Tal vez le sorprenda saber que las enseñanzas bahá’ís parecen estar del lado de Aristóteles. La razón, según Abdul-Bahá en su libro Contestación a unas preguntas, es que la ira, como otras emociones, no es intrínsecamente mala:
En la creación no existe el mal, todo es bueno. Ciertas cualidades y rasgos naturales innatos de algunas personas que en apariencia son censurables, en realidad no lo son. Por ejemplo, desde el comienzo de su vida al lactar el niño de pecho da muestras de codicia, enojo e irritación. Según eso, podría aducirse que la bondad y la maldad son inherentes a la realidad humana, y que ello es contrario a la bondad absoluta de la naturaleza y de la creación. La respuesta es que la ambición, consistente en desear más y más, es una característica loable siempre que sea ejercida convenientemente. Si un hombre ambiciona adquirir ciencia y conocimiento, llegar a ser compasivo, generoso y justo, sus esfuerzos son dignos de alabanza. Si dirige su enojo y su ira hacia los sangrientos tiranos que se asemejan a las bestias feroces, ese empeño es muy loable. Por el contrario, si no emplea dichas cualidades de manera apropiada, se hace acreedor a la censura.
Es evidente, entonces, que en la creación la maldad no existe en absoluto. Cuando las cualidades naturales del hombre se ejercen ilegítimamente, resultan censurables.
Desde esta perspectiva, la ira en sí misma no es intrínsecamente buena o mala, sino que se convierte en tal cuando se utiliza en un momento determinado, de una manera determinada. Así que, según Aristóteles y Abdul-Bahá, la ira, si se utiliza adecuadamente, puede ser una cualidad noble.
Otro término para esta ira matizada, la «justa indignación», significa enfadarse por algo injusto, e impulsarse a remediar la situación. Pero hay que tener cuidado: podemos engañarnos fácilmente y pensar que estamos justificados al enfadarnos con algo o alguien cuando en realidad se trata de un malentendido o una mera trivialidad. Gritar a un mesero: «¡PEDÍ UN LATTE, NO UN CAPPUCCINO!» no está realmente justificado. Puede que no sea culpa del mesero. Y lo que es más importante, ¡solo es un café! Aunque a veces es difícil poner las cosas en perspectiva cuando uno vive en la cultura del café.
La opresión racial, la destrucción del medio ambiente, el tráfico de personas, la violencia doméstica… cosas como éstas justifican claramente una respuesta de ira. Pero esto no significa que no haya otras cosas «más pequeñas» que requieran ira. Al final, todos tenemos que revisar cuidadosamente nuestra conciencia en cuanto a cómo responder a una situación, tanto interna como externamente. Podemos sentirnos justificados en nuestra ira, pero aun así debemos considerar si la expresamos o cómo. Enfurecerse o destruir cosas por la rabia puede ir en contra de los objetivos que deseamos alcanzar. Para evitarlo, tenemos que templar nuestros ánimos y guiar nuestra ira con la razón. Una vez que nuestras acciones se vuelven irracionales, nuestro juicio ha sido nublado por nuestra ira. A menudo es difícil salir de este estado emocional, a veces solo después de que el daño a los demás o a nosotros mismos esté hecho.
Tanto si estás de acuerdo con Aristóteles como con Séneca, hay mucho que podemos aprender sobre cómo controlar nuestra ira. Aunque la ira tiene una utilidad en el momento y el lugar adecuados, en muchos casos, la ira se apodera de nosotros. A menudo no utilizamos nuestra ira para lograr un fin noble; la ira nos utiliza para hacer lo contrario. Nos llena de rabia, nubla nuestro juicio y nos quita las riendas de nuestra mente racional. Tenemos que aprender cuándo y cómo utilizar la ira para el bien, pero también tenemos que considerar cómo gestionar nuestra ira para que no controle nuestras vidas.
Por supuesto, en general las enseñanzas bahá’ís instan repetidamente a todas las personas a renunciar a su ira y a sustituirla por el amor a la humanidad. Abdu’l-Bahá escribió:
… a medida que transcurran los días, aumenta Tus reservas de amor… Inclínate con ternura ante los servidores del Todomisericordioso, para que ices la vela del amor sobre el arca de la paz que surca los mares de la vida. Que nada te apene y no te enfades con nadie. Te corresponde estar contento con la Voluntad de Dios y ser un verdadero amigo, amoroso y leal, para todos los pueblos de la tierra, sin excepción alguna.
¿Cómo podemos aprender a controlar nuestra ira y convertirla en amor? En el próximo ensayo, exploraremos esa importante cuestión.
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