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Con el lanzamiento de ChatGPT por OpenAI, y otros programas de inteligencia artificial (IA) procedentes de múltiples fuentes, la preocupación por las capacidades de la IA moderna ha crecido rápidamente. ¿Deberíamos preocuparnos todos?
Las IA como ChatGPT, que representan una nueva frontera en la tecnología, pueden conversar libremente con una gramática impecable sobre una variedad aparentemente infinita de temas. Aunque los programas de IA cometen errores factuales, e incluso a veces inventan los suyos propios, parecen capaces de utilizar un razonamiento similar al humano en conversaciones generadas por ordenador.
Por ejemplo, ChatGPT supuestamente ha superado varias pruebas, desde exámenes estatales de abogacía hasta el examen SAT, y puede generar nuevo código informático complejo a demanda para resolver una variedad de problemas arbitrarios.
Paralelamente, han surgido otros tipos de software de generación de imágenes, como Stable Diffusion y Midjourney, que pueden generar imágenes asombrosas, desde fotorrealistas hasta dibujadas a mano, a partir de una simple serie de palabras.
Se han suscitado serios debates: ¿hasta qué punto imitan estos ordenadores los aspectos racionales y creativos de la conciencia humana? ¿Podrían llegar a ser «conscientes»? Aunque estos sistemas aún no han alcanzado un grado suficiente para emular fielmente el verdadero razonamiento o conciencia humanos –la ambición del llamado proyecto de Inteligencia General Artificial (AGI)–, es evidente que llevan a cabo procesos racionales intelectuales, lo que podría decirse que es un tipo de «pensamiento».
En mi opinión, sería un error descartar esto simplemente como una sofisticada función de «cortar y pegar», como muchos han argumentado –estos sistemas están haciendo algo mucho más. Aparte de su imitación superficial de la estructura neuronal de la mente humana mediante las llamadas redes neuronales, parecen estar construyendo modelos muy sofisticados del mundo de un modo que ningún otro organismo fuera de los humanos ha sido capaz de lograr.
La inteligencia artificial moderna se construye utilizando capas de «neuronas» interconectadas que, de forma muy rudimentaria, imitan cómo se activan las neuronas biológicas. Las llamadas redes neuronales profundas constan de muchas capas de estas redes de neuronas. Tanto ChatGPT como Midjourney son redes neuronales profundas que emplean lo que se denomina un «cuello de botella de información», término acuñado en 1999 por el difunto Naftali Tishby, profesor de informática y neurocientífico computacional de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Una investigación más profunda de estos sistemas revela que desarrollan verdaderos modelos semánticos reducidos del mundo a partir de los cuales hacen predicciones. El término semántico aquí representa la cantidad de correlación entre dos cosas. Por ejemplo, mi reloj tiene información semántica sobre la física del sistema Tierra-Sol, es decir, las manecillas se correlacionan con la puesta y la salida del sol.
El proceso de generación de una representación semántica reducida del mundo recuerda al modo en que el progreso científico humano genera modelos matemáticos cada vez mejores del mundo físico. Por ejemplo, la revolución copernicana pasó de un modelo del universo centrado en la Tierra a otro centrado en el Sol. Esto fue útil porque generó un modelo semántico muy reducido del universo conocido. Es decir, había muchas menos variables con las que lidiar, lo que simplificaba las predicciones y los cálculos de las órbitas de los planetas. Este proceso de generación de modelos semánticos cada vez más reducidos del mundo físico describe el progreso histórico de la investigación científica.
Varios pensadores han sugerido que este proceso de desarrollo de modelos que predicen el mundo cada vez mejor podría representar un importante motor de la evolución. El valor evolutivo de estos modelos semánticos reducidos reside en su capacidad para hacer predicciones que pueden utilizarse para crear o mantener un orden o una estructura determinados. Por eso, los sistemas complejos recompensan generosamente a cualquier subsistema con esta capacidad, desde los mercados financieros hasta los ecosistemas.
Aunque estos sistemas parecen reflejar aspectos de la consciencia humana que hasta hace poco muchos daban por exclusivos de los humanos, ¿serán capaces algún día de albergar un alma similar a la humana? Esta pregunta nos obliga a preguntarnos cuáles son las características distintivas del alma humana. Esta pregunta expone la verdad de la afirmación de Bahá’u’lláh:
Has de saber que, en verdad, el alma es un signo de Dios, una joya celestial cuya realidad los más doctos de los hombres no han comprendido, y cuyo misterio ninguna mente, por aguda que sea, podrá esperar jamás desentrañar.
Las escrituras bahá’ís tienen mucho que decir sobre el alma humana. Entre otras cosas:
- El propósito del alma humana
- Sus características clave y su singularidad
- En qué se diferencia el alma humana de otros organismos
- La posibilidad de una verdadera «creación»
- El alcance y la posibilidad del autoconocimiento
En la próxima entrega de esta serie de tres partes, examinaremos los orígenes de nuestras almas humanas y exploraremos lo que esos orígenes podrían significar para el futuro.
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