Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La mayoría de nosotros tenemos un alto grado de conciencia sobre los crímenes que ocurren en nuestra comunidad, nuestra nación y el mundo. Los medios de comunicación modernos han aprendido que el crimen paga – o por lo menos que la cobertura de los crímenes maximiza los índices.
Esta cobertura máxima del crimen nos ha sensibilizado demasiado. Las encuestas muestran que el temor al crimen ha crecido mucho más rápido que el crimen mismo. En los Estados Unidos, hemos respondido a esos temores construyendo millones de celdas y prisiones para mantener a los presos aislados, para enseñarles que «el crimen no paga», que su libertad se pierde si son atrapados. Pero, ¿la amenaza de encarcelamiento o incluso de ejecución realmente disuade el crimen? En realidad, nunca hemos contestado pregunta, lo que nos impide pensar en algo mejor.
Según los fundadores de todas las religiones, incluida la fe bahá’í, la justicia se basa en dos principios fundamentales igualmente importantes: la recompensa y el castigo:
La estructura de la estabilidad y el orden mundial ha sido erigida sobre los dos pilares de la recompensa y el castigo y continuará siendo sostenida por ellos… – Bahá’u’lláh, Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh, pág. 69.
Cuando somos niños pequeños, normalmente aprendemos estos dos pilares de primera mano de nuestros padres. «No toques la estufa caliente, o te quemarás la mano». Si obtenemos un excepcional reporte de notas de la escuela, podemos recibir un trato especial, y así sucesivamente. Entonces, ¿cómo inculcamos «el miedo a quemarse la mano» y la promesa de una recompensa especial, especialmente en adultos que tal vez no hayan aprendido el valor de ninguna de las dos cosas cuando eran niños? Ya hemos probado el castigo, pero ¿qué hay de la recompensa?
Abdu’l-Bahá resumió esta dicotomía:
…la civilización material, a fuerza de leyes punitivas y de represalia, refrena a la gente de cometer actos criminales; y, a pesar de ello, mientras proliferan continuamente las leyes para imponer represalias a las personas y castigarlas, como veis no existen leyes que las premien. En todas las ciudades de Europa y América se han erigido grandes edificios que sirven como cárceles para los criminales.
Sin embargo, la civilización divina educa de tal manera a todo miembro de la sociedad que, a excepción de muy pocos, nadie intentará cometer un crimen. Así, existe una gran diferencia entre impedir los crímenes con medidas violentas y de represalia y educar a la gente, ilustrarla y espiritualizarla a fi n de que, sin ningún temor al castigo o a la venganza por venir, eviten todo acto criminal. En verdad, considerarán la perpetración misma del crimen como una gran desgracia, y éste en sí, como el más severo de los castigos. Se enamorarán de las perfecciones humanas, consagrarán la vida a todo lo que traiga luz al mundo y promoverán aquellas cualidades que son aceptables al Santo Umbral de Dios. – Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 180.
Entonces, ¿qué incentivos positivos motivarían a una persona adulta a apartarse por completo de un acto malvado, y le llevarían a renunciar a cometer de un delito?
Las enseñanzas bahá’ís sugieren que el temor a la ira de Dios por un lado, y la esperanza de una recompensa eterna por el otro, tiene que arraigarse en la mente de cada ser humano para evitar la perpetración de crímenes.
Ese temor, o respeto, se asemeja al respeto que se tiene entre padres e hijos en la familia, que es la piedra angular de toda sociedad. En una familia sana, actuamos por amor, y actuamos por miedo a perder ese amor. Cuando amamos a Dios, al igual que cuando amamos a nuestra pareja o a nuestros hijos, queremos fomentar ese amor y expandirlo. Sabemos que Dios nos da principios espirituales, reglas y leyes para nuestro propio beneficio, con el fin de protegernos y ayudarnos a crecer.
De la misma manera, la religión tiene un gran papel que desempeñar. Porque nos enseña la bondad, el amor y la compasión más que cualquier otra cosa en el mundo, la religión actúa como una fuerza poderosa para prevenir el crimen. Mientras ignoremos la religión, nos veremos envueltos en las fallas y debilidades humanas, ya que los maestros y mensajeros divinos nos han proporcionado una guía infalible precisamente para que podamos elevarnos sobre estas.
Esta idea no es filosofía esotérica, ni tampoco física cuántica. La civilización solo se ha construido, la mejor parte de la civilización, sobre la base de servirnos a nosotros mismos y a los demás en una causa mayor que solo nuestro esfuerzo individual. La Regla de Oro es la que gobierna. Actuamos bien porque nos conviene hacerlo. En ese sentido, un orden moral universal – «Yo no te robo; tú no me robas» – puede convertirse en la base de la sociedad.
Actuar bien – de forma considerada, justa y amable- trae estabilidad, prosperidad y seguridad. Nadie quiere ser rechazado o deshonrado, porque después de todo lo que se ha dicho y hecho, al final de nuestras vidas lo único real que nos llevamos a la tumba es nuestra reputación.
Por lo tanto, nuestro sentido del propósito, según esta idea de que la bondad por sí misma es la mejor recompensa, tiene que ser inculcado desde una edad temprana. La educación infantil y la formación en virtudes y moral prepara a cada persona para vivir una vida de integración con nuestros semejantes, a cualquier edad. Esto debe continuar en todas las fases de la vida, en todas las profesiones, en todos los esfuerzos.
Además de ese tipo de educación moral y espiritual, todos podemos contribuir a la prevención del delito:
- Expresando nuestras objeciones a las prácticas injustas, ya sean locales, nacionales o globales, ofreciendo alternativas positivas a una filosofía punitiva.
- 2. Hacer más que solo encarcelar. Podemos enseñar a los prisioneros habilidades, así como a todos los demás, para que puedan aprender un oficio y ganarse el sustento.
- 3. Aconsejar eficazmente a los que han cumplido condena, ofreciéndoles una oportunidad para empezar, como dinero y orientación hasta que se establezcan firmemente, y proporcionarles capacitación laboral, vivienda y servicios de reubicación. Esto también debería ser el derecho de todo ciudadano, incluso si se trata de un préstamo de bajo costo.
- 4. Instar a los gobiernos y a sus sistemas judiciales a que hagan de la libertad condicional algo más que una simple visita de registro en espera de que ocurra alguna infracción, y que se convierta más en un proceso educativo sobre la buena ciudadanía, incluso la inscripción en la educación secundaria o universitaria.
- 5. Inculcar a cada ser humano un sentido de autoestima y autovaloración, un sentido de que pueden o encontrarán una forma de contribuir al bienestar general de la sociedad.
Existen muchas más soluciones, y éstas requerirán cambios en el pensamiento actual por parte de los legisladores, los que hacen ejecutar ley, los jueces, los abogados, los fiscales, los guardias de prisión y también en las actitudes del público en general. Pero si establecemos nuestras metas, y nos unimos a personas de ideas afines alineadas con una visión elevada del espíritu humano, el cambio ocurrirá:
Cuando la justicia perfecta reine en todo el mundo oriental y occidental, entonces la tierra se convertirá en un sitial de belleza. La dignidad y la igualdad de cada siervo de Dios serán reconocidas; el ideal de la solidaridad de la raza humana, la verdadera hermandad de la humanidad se realizarán; y la gloriosa luz del Sol de la Verdad iluminará las almas de todos los seres humanos. – Abdu’l-Bahá, La sabiduría de Abdu’l-Bahá, pág. 185- 186.
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