Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Hace aproximadamente un año, cuando se acercaba el bicentenario del nacimiento del Bab, sentí que debía intentar escribir un libro dedicado a esta celebración bahá’í global como una especie de tributo personal.
Escribir los distintos capítulos de ese libro, me dio la oportunidad de reflexionar sobre el advenimiento de la revelación del Bab y sobre los rastros que conducen a él dentro de mi propia herencia cultural en el corazón de Europa.
Me quedó claro que mi viaje espiritual tenía que comenzar en el capítulo 13 del libro «Contestaciones a unas preguntas» de Abdu’l-Bahá y terminar con mis grandes preocupaciones sobre el calentamiento global – ¡no es una ruta fácil de recorrer, como aprendí a lo largo de este año!
Vivo en un país -Alemania- con un consenso abrumador en todos los sectores de la sociedad de que el cambio climático provocado por el hombre se basa convincentemente en hechos científicos y en su análisis, y de que la humanidad debe actuar con plena responsabilidad en relación con el calentamiento de la Tierra.
Me siento cómodo al decir esto luego de una larga carrera como físico, y como un fuerte creyente en el principio bahá’í de armonía entre la ciencia y la religión como dos formas complementarias de ver la realidad. También admito que he crecido en una zona, Munich, donde no podía ignorar el significado del arte cristiano, como una visualización de lo que ha conmovido a la gente a lo largo de los siglos en las profundidades de sus corazones y sus creencias religiosas – la otra cara de la moneda de la realidad científica. En el curso de este esfuerzo, muchas cosas se volvieron más claras que nunca: el término «apocalipsis» tiene un significado mucho más amplio de lo que la mayoría de la gente siempre ha pensado.
Prestando más atención a las percepciones de la gente sobre los crecientes desafíos que tenemos por delante -no sólo el cambio climático, sino también el daño cada vez mayor al medio ambiente y las amenazas cada vez mayores a la paz mundial- empecé a darme cuenta de que un nuevo tipo de ansiedad apocalíptica secular se está extendiendo a nuestro alrededor. Percibo una preocupación creciente en todo el mundo por una posible ruptura de toda nuestra civilización, junto con la percepción de que nuestro espacio de acción se está reduciendo gradualmente. No es de extrañar, pues, que la mera palabra «apocalipsis» se haya hecho cada vez más visible en los debates y discursos públicos de la última década.
Mientras pensaba en todo esto, recordé la interpretación de Abdu’l-Bahá de algunas de las visiones proféticas de San Juan de Patmos en Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento. De hecho, la creencia casi común en el cristianismo – compartida por los creyentes tradicionales hasta el día de hoy – siempre se ha centrado en estos signos apocalípticos como relacionados con la llegada del fin de la «vieja tierra y cielo». Los cristianos tradicionales describirían esas profecías como el regreso de Cristo y de una «Nueva Jerusalén» que desciende de un «nuevo cielo».
Sin embargo, Abdu’l-Bahá comentó, en su libro «Contestación a algunas preguntas», que siempre hay un sentido exterior de los versículos de la Revelación de San Juan, pero también una interpretación interior y un significado simbólico:
Asimismo, [en el libro del Apocalipsis] la Ley de Dios aparece descrita como la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén. Es evidente que la Nueva Jerusalén que desciende del cielo no es una ciudad de piedras, argamasa, ladrillos, tierra y madera. Es la Ley de Dios que desciende del cielo y de la que se dice que es nueva, pues es evidente que la Jerusalén de piedra y tierra no desciende del cielo ni se renueva; sino que lo que se renueva es la Ley de Dios. – Abdu’l-Bahá, Contestación a unas preguntas, pág. 93.
Refiriéndose al capítulo 12 del Apocalipsis, Abdu’l-Bahá ofrece entonces un significado completamente nuevo como narración alegórica del nacimiento de la revelación del Bab.
Para quienes están acostumbrados a las interpretaciones cristianas, esto puede ser una sorpresa: abre un nuevo capítulo de lectura del apocalipsis bíblico en el horizonte de la historia y la tradición islámica, y no sólo en el del cristianismo. Obviamente, el Bab apareció en este horizonte y declaró su misión en 1844 como la «puerta» a Bahá’u’lláh – y al mismo tiempo dio un nuevo significado al libro del Apocalipsis.
Qué asombrosa interpretación cuando Abdu’l-Bahá describe a la «mujer en el cielo» en la visión de San Juan, que está vestida con el sol, como una novia, y la luna bajo sus pies:
Esta mujer es esa novia, la Ley de Dios, que descendió sobre Mahoma. El sol con que iba vestida y la luna que estaba bajo sus pies, representan las dos naciones que están bajo la sombra de esa ley, los reinos persa y otomano, por cuanto el emblema de Persia es el sol, y el del imperio otomano la luna creciente. – Ibid., pág. 93.
En el Apocalipsis, la mujer simbólica da a luz a su hijo -la revelación del Bab- mientras que un dragón rojo de siete cabezas está listo para devorar a su hijo tan pronto como nace. De hecho, el dragón es una metáfora de la dinastía omeya de los primeros tiempos del Islam, que estaba ansiosa por matar a cualquier descendiente del linaje de Muhammad, ya que temían una futura pérdida de poder.
Sin embargo, a lo largo de casi dos mil años de interpretación cristiana, esta mujer en el cielo defendió primero la «verdadera creencia», como mediadora entre Dios y Su iglesia, luego la iglesia misma y finalmente María, madre de Jesús. El dragón siempre fue visto como el enemigo de la iglesia o de la verdadera creencia: en los primeros siglos como metáfora del rey romano Herodes o del emperador Nerón, y durante la Reforma como el papa romano. No lo olvidemos: San Juan no nombró en su Apocalipsis las figuras de sus visiones proféticas, probablemente por una buena razón. Esto dejó mucho espacio para la interpretación de acuerdo a las necesidades de la época, y está en la naturaleza de las profecías que se vuelven claras sólo una vez cumplidas.
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