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Espiritualidad

Si somos seres espirituales, ¿por qué vivimos en un mundo físico?

John Hatcher | Dic 26, 2020

PARTE 1 IN SERIES Desvelando el Huri del amor

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John Hatcher | Dic 26, 2020

PARTE 1 IN SERIES Desvelando el Huri del amor

Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.

Durante mi medio siglo como profesor universitario y académico CON publicaciones, dediqué mucho tiempo a una pregunta obvia pero desconcertante: si suponemos que existe un Creador omnipotente, ¿por qué decidió dar una dimensión física a su creación?

O, dicho en términos más personales, si la creación de los seres humanos se encuentra en el centro del propósito de la realidad física -como suponen la mayoría de las religiones- entonces ¿por qué decidió el Creador que nos beneficiaría despertar en un entorno en el que pensamos que somos seres físicos, cuando en realidad no lo somos; donde pensamos que somos dueños de cosas, cuando en realidad no lo somos; y donde parece que nos tememos constantemente a la muerte, cuando nuestro yo consciente junto con todos nuestros poderes humanos esenciales perdurarán para siempre como propiedades de nuestra alma eterna?

Mi primer intento de llegar al corazón de esta pregunta, un libro titulado «La naturaleza metafórica de la realidad física», trató la premisa de que la realidad física es una expresión poética o metafórica de virtudes abstractas y, como tal, proporciona una metodología fundamental para que los seres humanos se introduzcan en una realidad espiritual más elevada, más noble y más permanente.

En este trabajo, apliqué los términos y técnicas de los estudios literarios, que describen cómo funciona la metáfora, para demostrar que los procesos analógicos proporcionan un medio útil para que la mente humana se introduzca, adquiera y comprenda las realidades efímeras o metafísicas, haciendo posible que nos acerquemos a toda la parte física de nuestras vidas como un dispositivo de enseñanza dramática.

Mi nuevo libro de estudio sobre este tema, «El propósito de la realidad física: El Reino de los Nombres», trata de la forma en que la realidad física y nuestra experiencia en ella puede ser correctamente descrita como un aula donde nos preparamos para la continuación del desarrollo personal después de la disociación de nuestro ser – nuestra alma con todo su complemento de poderes y facultades – de nuestro cuerpo físico.

Este libro concluye observando que uno de los dispositivos realmente útiles que esta clase nos ofrece como preparación para esa transición -podríamos pensar en ella como un taller o una sesión de «liberación»- es el envejecimiento, una experiencia ingeniosamente ideada en la que observamos gradualmente cómo nuestra piel se arruga, sentimos que nuestras articulaciones se tambalean, que nuestros órganos fallan y que toda la construcción física orgánica se vuelve cada vez más disfuncional hasta que muere, se descompone y, según Walt Whitman, se convierte en «hojas de hierba» o, en mi caso, en un poco de garranchuelo.

La siguiente etapa de mi estudio de la realidad física como manifestación de una expresión coherente y lógicamente estructurada de un plan divino para la educación humana fue «El Arco de la Ascensión: El propósito de la realidad física II». La tesis central de este libro -que el desarrollo espiritual individual en el contexto del aula de clases física está inextricablemente ligado a nuestra realidad como seres inherentemente sociales- me llevó a la conclusión de que toda virtud individual es en gran medida teórica hasta que se practica y desarrolla en el contexto de las relaciones humanas.

Por ejemplo, un ermitaño que habita en una cueva de la montaña puede considerarse extremadamente místico y espiritual, completamente amable y desinteresado, pero ni él ni nosotros podemos estar seguros de que haya adquirido tales virtudes a menos y hasta que salga de su reclusión para ayudar a alguien, no una vez, sino las suficientes veces como para que sus virtudes teóricas se habitúen y, por lo tanto, se conviertan en atributos integrales de su carácter.

La tesis de la serie de ensayos que están leyendo ahora proviene de las ideas desarrolladas en mi tercer ataque a esta cuestión infinitamente fascinante, titulada «Conexiones cercanas: El puente entre la realidad espiritual y la física». Como el título implica, este largo y complejo discurso analiza cómo la brecha entre los aspectos metafísicos y físicos de la realidad se conectan constante y bidireccional tanto a nivel cósmico como individual. Dicho de manera axiomática, este trabajo compara la teoría de que un ser metafísico esencialmente desconocido -el Creador- dirige la realidad física, con la teoría paralela de que un ser metafísico esencialmente conocible -el alma humana- opera el cuerpo. humano.

Como Abdu’l-Bahá señaló tan claramente en una charla que dio en París, Dios emplea a sus mensajeros como intermediarios entre Él mismo y la realidad física, así como nosotros empleamos nuestros cerebros como intermediarios entre nuestro «yo esencial» y nuestros cuerpos:

Como el animal, el ser humano posee las facultades de los sentidos, está sometido al calor, al frío, al hambre, a la sed, etc.; pero a diferencia del animal, la persona posee un alma racional, la inteligencia humana.

Esta inteligencia humana es la intermediaria entre su cuerpo y su espíritu.

Cuando el individuo permite que el espíritu, a través de su alma, ilumine su entendimiento, entonces abarca toda la Creación; pues al ser la culminación de todo lo anterior y, por consiguiente, superior a todas

las anteriores evoluciones, el ser humano contiene dentro de sí mismo la totalidad del mundo inferior. Iluminado por el espíritu, a través de la mediación del alma, la inteligencia radiante del ser humano.

Si esta tesis es correcta, incluso en este momento mientras lee este ensayo, usted y yo estamos conversando alma a alma por medio de una serie de intermediarios.

La expresión escrita de las ideas emanó de mi mente consciente a través del intermediario de mi cerebro. Luego se publicó aquí en BahaiTeachings.org, y en este momento está siendo traducida por sus sentidos en conceptos abstractos a través de la capacidad de su cerebro, que luego transforma el complejo de símbolos que constituyen el lenguaje humano en significado.

Su mente consciente considera entonces estas ideas, y las rechaza como indignas de ser retenidas o las almacena en el depósito de su memoria y las convicciones de su ser interior.

Por lo tanto, para decirlo en términos que la física contemporánea podría encontrar atractivos: ¿cómo podemos defender la tesis de que los seres esencialmente metafísicos -y por lo tanto, para la mayoría de los científicos contemporáneos, seres inexistentes- se consideran capaces de operar maquinaria pesada sin hacer daño a nadie?

En «Conexiones cercanas» discuto cuestiones críticas relacionadas con la evolución, la física de partículas, la astrofísica, la historia, la cosmología, la antropología, la medicina, la fisiología, la psiquiatría, y todo tipo de otros campos directamente afectados por las afirmaciones de que la realidad metafísica existe y, lo que es más importante, que hay una interacción estratégica y sistemática entre los aspectos metafísicos y físicos de la realidad. Lo más importante en este estudio es la consideración de que estas relaciones están en el centro de cualquier comprensión sobre cómo funciona la realidad en todos los niveles de la existencia.

Mi objetivo general en «Conexiones cercanas» es demostrar una visión integradora de la realidad proporcionada y corroborada por textos bahá’ís autorizados. Pero como no puedo discutir en una sola serie de ensayos todo el apoyo de una tesis elaborada a lo largo de diez años, varios libros y cientos de páginas de investigación, he decidido centrarme aquí en uno de los temas fundamentales de ese estudio: la relación entre el axioma religioso de que el propósito humano es amar a Dios, y la decisión del Creador de hacer que el método por el que podemos alcanzar esta relación de amor sea sutil, indirecta, inicialmente física, poética y, en consecuencia, en gran medida oculta y escondida del conocimiento intuitivo.

En otras palabras, ¿cómo amamos a Dios cuando no podemos conocer la realidad esencial de Dios?

Esto representa un desafío sumamente difícil, a menos que, por supuesto, seamos sacados primero de la cueva de la ignorancia por  mentores, y nos pongamos en el camino del progreso voluntario y autosostenido, un proceso que traduce bien el verbo latino educare (llevar a cabo) en el afín español «educar».

Junto con esta idea hay otro concepto igualmente enigmático: el amor. Puesto que, según las enseñanzas bahá’ís, el propósito humano es aprender a conocer y adorar a Dios, o a amar y expresar ese amor en la acción, entonces es crucial que entendamos cómo funcionan ambos procesos, ya que ni el aprendizaje ni el amor pueden ser coaccionados, ni siquiera por Dios, porque ambos requieren que empleemos nuestro libre albedrío, y nuestra voluntad no puede ser libre si es coaccionada.

Así que por favor siga en esta serie de ensayos mientras exploramos lo que recomiendan las enseñanzas bahá’ís cuando nos piden que encendamos el fuego del amor divino en nuestros corazones y almas.

Esta serie de ensayos es una adaptación del discurso de John Hatcher en la Conferencia de la Asociación de Estudios Bahá’ís de 2005 titulada «El Huri del Amor», que comprendió la 23ª Conferencia en Memoria de Hasan M. Balyuzi.

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