Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La hermana de mi padre tiene una inclinación por cultivar distintas cosas. En cada casa en la que ha vivido, ha cultivado un jardín de rosas en su entrada.
Ella dedica tiempo al cuidado sus rosas, y no estas pasan desapercibidas. Hasta el día de hoy, no puedo pensar en rosas sin pensar en ella.
Las rosas son una de las flores más fácilmente reconocibles, incluso en su diversidad. Hay al menos 100 especies diferentes de rosas y miles de híbridos. Esta antigua flor simboliza varias cosas, desde el amor hasta la guerra, desde diferentes lugares hasta una variedad de emociones. Sus variados colores tienen diferentes connotaciones: las rosas amarillas simbolizan la amistad, las rosas de color melocotón representan admiración o aprecio y, las más famosas, las rosas rojas transmiten un sentido de amor romántico.
El primer rastro de la rosa se remonta a un fósil de hace 35 millones de años, y la flor se usó en Iraq en el año 2000 a.C con fines ornamentales y para producir agua de rosas y perfumes. Las rosas se pueden encontrar en todo el mundo y se han utilizado a lo largo de la historia para muestras de belleza, con fines medicinales y por su aroma encantador.
Las rosas se mencionan más que cualquier otra flor en las escrituras bahá’ís. La forma en que Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe Bahá’í, describe las rosas, es como si fueran una fuente de inspiración divina. El uso frecuente de la rosa como metáfora nos anima a considerar lo que las rosas tienen para ofrecer, belleza, fragancia y energía pura, e interiorizarlo.
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Una forma de poder explorar su fuerza espiritual es emular su proceso de crecimiento, mientras profundizamos y construimos comunidad. Aun cuando las rosas tienen la capacidad de crecer salvaje, se puede lograr tener un jardín de rosas saludable y hermoso siempre y cuando le dediquemos un cuidado inmenso. Un jardín lleno de rosas encarna las enseñanzas bahá’ís sobre la unidad, la unidad en la diversidad y el amor de Dios.
Abdu’l-Bahá, el hijo de Bahá’u’lláh, escribió en «La Promulgación de la Paz Universal»: «Asociaos unos con otros, pensad unos en otros y sed cómo un jardín de rosas. Quienquiera que entre en un rosedal verá diferentes rosas, blancas, rosadas, amarillas, rojas, todas creciendo juntas y llenas de adornos Cada una de ellas acentúa la belleza de las otras. Si fueran todas del mismo color, el jardín sería monótono a la vista. Si fueran todas blancas, amarillas o rojas, el jardín carecería de variedad y atractivo; pero cuando los colores son variados, blanco, rosado, amarillo, rojo, habrá la más grande belleza. Por tanto, espero que seáis como un jardín de rosas. Aunque de diferentes colores, no obstante – ¡alabado sea Dios! – recibís los rayos del mismo sol.»
En «Las Tablas del Plan Divino», escribió: «Si los corazones obtienen el calor del Amor de Dios – ese país y continente se convertirá en un Jardín Divino y un Huerto Señorial, y estás almas, como árboles fructíferos, obtendrán la mayor frescura y delicadeza.»
Así como las enseñanzas bahá’ís usan un jardín de rosas para describir una comunidad ideal y amorosa, también lo comparan con el corazón humano. Se nos anima a aferrarnos firmemente a la «rosa de amor» dentro de este jardín que es nuestro corazón. Este amor no se refiere al amor romántico, sino al tipo de amor espiritual que caracteriza las relaciones que están imbuidas de cualidades virtuosas. En «Las Palabras Ocultas», Bahá’u’lláh dijo: «¡Oh Amigo! En el jardín de tu corazón, no plantes sino la rosa del amor y no liberes el ruiseñor del afecto y del deseo. Aférrate a compañía de los justos y elude la asociación con los impíos.»
Ver cómo mi tía cuida tiernamente de su jardín de rosas me ha regalado una hermosa metáfora de cómo debería cultivar mis relaciones con los demás y desarrollar mis cualidades espirituales enteramente por amor. Esta metáfora me permite explorar las intenciones detrás de las decisiones que tomo diariamente: Comienzo a pensar en lo que hago en términos de si ayuda o perjudica el crecimiento del jardín dentro de mi corazón.
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Bahá’u’lláh escribió: «En el Rosedal de esplendor inmutable ha brotado una Flor, comparada con la cual toda flor no es sino una espina, y ante el brillo de cuya gloria palidece y se marchita la esencia misma de la belleza. Levantaos, por tanto, y, con todo el entusiasmo de vuestros corazones, con todo el anhelo de vuestras almas, el pleno fervor de vuestra voluntad y los esfuerzos concentrados de todo vuestro ser, luchad por alcanzar el paraíso de Su presencia, y esforzaos por aspirar la fragancias de la Flore incorruptible, respirar los suaves aromas de la santidad y obtener una porción de este perfume de la gloria celestial.»
Que una persona comparada con una rosa, como todos en las escrituras Bahá’ís, es increíblemente grandioso, dado el peso espiritual de esta flor.
Esto me hace recordar una oportunidad en la que ‘Abdu’l-Bahá conmovedoramente se refirió directamente a una persona como una rosa. Cuando ‘Abdu’l-Bahá visitó Nueva York, en 1912, caminando cerca de Bowery Mission con algunos de sus compañeros, algunos de los EE. UU. y otros de países extranjeros, este grupo de personas se destacó de todos los demás en el vecindario. Los transeúntes en las calles los miraban y algunos niños comenzaron a burlarse de ‘Abdu’l-Bahá y los Bahá’ís que lo acompañaban.
Uno de ellos, una mujer llamada Mrs. Kinney, fue una de las anfitrionas de ‘Abdu’l-Bahá durante su viaje a los Estados Unidos Se detuvo para explicar a los niños que ‘Abdu’l-Bahá era un hombre santo que había sufrido mucho para compartir su mensaje con la gente del mundo. Luego invitó a los niños a visitar su casa donde se alojaba ‘Abdu’l-Bahá para que pudieran conocerlo.
Para su sorpresa, en la hora y fecha especificadas, los niños se presentaron en su casa, donde ‘Abdu’l-Bahá les dio la bienvenida a todos con una sonrisa. El último niño que cruzó la puerta de la Sra. Kinney fue un niño negro. Cuando ‘Abdu’l-Bahá vio a este niño, su rostro se iluminó y dijo en voz alta «¡He aquí una rosa negra!” No hace falta decir que estas pocas palabras tuvieron un efecto profundo. En «Portales a la Libertad», Howard Colby Ives describió:
«Los otros muchachos lo miraron con una expresión nueva. Yo creo que se le habría llamado negro… en muchas formas, pero que nunca antes le dijeron que era una rosa negra. Este incidente dio a la reunión un significado especial El ambiente parecía estar impregnado de vibraciones sutiles que todos sentíamos. Los muchachos, sin perder su naturalidad y sencillez, se mostraron más serios y atentos con ’Abdu’l-Bahá, y observé que insistentemente de reojo miraban a su compañero negro con ojos pensativos. A los pocos amigos que se hallaban en la habitación, la escena les hizo vislumbrar un nuevo mundo en el cual todo ser sería reconocido y tratado como hijo de Dios. Me puse a pensar en lo que sucedería en Nueva York si estos muchachos guardaran un recuerdo tan vívido de esa experiencia que en el curso de sus vidas, cuando quiera que encontraran a representantes de las diversas razas que existen en esa gran ciudad, los consideraran y trataran como a “flores de diferentes colores en el Jardín de Dios.”
A lo largo de su vida, ‘Abdu’l-Bahá continuamente eligió ser un ejemplo de cómo podemos celebrar la diversidad. Desde sus escritos sobre los jardines de rosas hasta la emoción que mostró al ver a un niño que era diferente al resto, creo que nos animaba a vernos como rosas de amor.
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