Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La educación espiritual, el proceso de desarrollar virtudes, esas cualidades espirituales potenciales que Dios ha incorporado dentro de nosotros, significa aprender a ser un buen ser humano.
La educación social requiere el mismo desarrollo, porque las habilidades requeridas para formar y mantener relaciones interpersonales sanas se basan en estas mismas virtudes del carácter.
Debemos elevar el nivel de nuestras expectativas continuamente, y no enseñar a nuestros hijos a hacer las paces con mediocridad al demostrar nuestra aceptación de ello. Debemos enseñar con el ejemplo, esforzándonos por la excelencia en todo lo que hacemos. Esto no significa que intentemos superar a los demás, sino que actualicemos nuestro propio potencial y nos superemos a nosotros mismos:
¡Oh Tú, bondadoso Señor! Estos niños encantadores son obra de los dedos de Tu poder y los signos maravillosos de Tu grandeza. ¡Oh, Dios! Protege a estos niños, ayúdales bondadosamente a cultivarse y capacítales para prestar servicios al mundo de la humanidad. ¡Oh, Dios! Estos niños son perlas, haz que se nutran dentro de la concha de Tu amorosa bondad. Abdu’l-Bahá, Oraciones Bahá’ís, pág. 36.
La educación práctica implica no solo el cultivo de habilidades mentales y espirituales, sino también incluye la experiencia práctica o manual. Esto nos permite dar forma a los pensamientos e ideas que nos llegan como inspiración. Estas habilidades manuales son vitales para nuestra educación en general porque a través de ellas aprendemos a construir y no destruir, a apreciar y no estropear lo que es bello en el mundo.
Para que la belleza sea valorada, a veces debe ser moldeada a mano y no solo observada pasivamente. Es un hecho comprendido desde hace mucho tiempo que es menos probable que devaluemos, desfiguremos o vandalicemos lo que nosotros hemos diseñado, construido o decorado. La apreciación a veces requiere de la participación personal. El atractivo de un jardín aumenta cuando hemos aportado a su plantación y mantenimiento; el arte y la música adquieren un significado especial si hemos desarrollado las habilidades para producirlas o interpretarlas nosotros mismos. El siguiente extracto de las enseñanzas bahá’ís explica la importancia de aplicar lo que sabemos a la realidad:
La magnanimidad y pureza de intención, con ser loables de por sí, no han de bastar si carecen del respaldo de medidas que sean hacederas y de métodos atinados. – Abdu’l-Bahá, La administración bahá’í, pág. 89.
Estos componentes mentales, físicos y espirituales prácticos de la educación son todos esenciales para el desarrollo del carácter de los niños. Los padres deben elogiar y mantener esas partes beneficiosas del carácter emergente de sus hijos, identificar y corregir aquellas que no lo son, y aprender a notar la diferencia. Es importante comenzar a dar forma al proceso de desarrollo del carácter desde el principio, porque cuanto más demoremos el proceso, más difícil se vuelve. Los bahá’ís no aceptan la doctrina del pecado original; en cambio, las enseñanzas bahá’ís dicen que cada niño nace en un estado de pureza, inocencia y nobleza sobre la cual se puede construir:
El hombre es hijo de Dios, muy noble, elevado y amado por Dios, su Creador. Por tanto, debe esforzarse siempre para que las gracias y virtudes divinas otorgadas puedan prevalecer y regirle. En este momento el suelo de los corazones humanos parece tierra negra, pero en lo profundo de la sustancia de este suelo oscuro están latentes miles de flores fragantes. Debemos esforzarnos para cultivar y despertar estas potencialidades, descubrir el tesoro secreto en esta mina, en este depósito de Dios; poner de manifiesto estos poderes resplandecientes ocultos desde mucho en los corazones humanos. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 300.
Sin embargo, sin cuidado ni orientación, esta nobleza, pureza e inocencia inherentes pronto pueden ser reemplazadas por actitudes y comportamientos ingobernables que se arraigan y se vuelven cada vez más difíciles de erradicar con el paso del tiempo. Para evitar ese resultado, las enseñanzas bahá’ís recomiendan la educación como «la base indispensable de toda excelencia humana».
La educación e instrucción de los niños es una de las acciones más meritorias del género humano y atrae la gracia y el favor del Todomisericordioso, pues la educación es la base indispensable para toda virtud humana y le permite al hombre abrirse camino hacia las alturas de perdurable gloria. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 98.
Orar con nuestros hijos es una parte integral de la crianza espiritual. Incluso desde los primeros días del niño en el útero, necesitamos hablar de Dios en presencia de nuestros hijos, para que luego en la vida les sea natural el creer en Dios y volverse hacia Él en busca de orientación.
Nunca es demasiado temprano para que un niño establezca una relación con Dios, memorice oraciones y adquiera el hábito de repetirlas todos los días. Al principio, los niños necesitan la ayuda de sus padres para leer o recitar oraciones, pero si esto se hace de manera regular y constante, pronto aprenden a orar por su cuenta sin que otros se lo indiquen.
A medida que los niños crecen y maduran, pueden continuar profundizando esta relación con Dios a través de la oración. Incluso cuando son adultos, los padres no dejan de orar por su crecimiento y bienestar. El mejor regalo que podemos dar a nuestros hijos es criarlos con la fuerza espiritual para que un día críen una familia propia que adore a Dios y que esté enfocada espiritualmente. Esta oración bahá’í por los niños le pide a Dios exactamente ese tipo de educación:
¡Glorificado eres tú, oh Señor mi Dios! Te doy gracias porque me has dado la existencia en Tus días y me has infundido Tu amor y Tu conocimiento. Te imploro por Tu Nombre, mediante el cual las bellas perlas de Tu sabiduría y Tus palabras fueron sacadas del tesoro de los corazones de aquellos siervos Tuyos que se encuentran próximos a Ti, y por medio del cual el Sol de Tu Nombre, el Compasivo, ha derramado su refulgencia sobre todos los que están en Tu cielo y en Tu tierra, que me proveas, por Tu gracia y Tu generosidad, con Tus maravillosas y ocultas dádivas.
Estos son los primeros días de mi vida, oh mi Dios, que Tú has vinculado a Tus propios días. Ya que me has conferido tan gran honor, no me prives de las cosas que has ordenado para Tus elegidos. ¡Oh mi Dios! No soy más que una pequeña semilla que Tú has sembrado en el suelo de Tu amor y has hecho brotar por la mano de Tu bondad. Por tanto, esta semilla anhela, en su más íntimo ser, las aguas de Tu merced y de la fuente viva de Tu gracia. Haz descender sobre ella, desde el cielo de Tu amorosa bondad, aquello que le permita florecer bajo Tu sombra y en los confines de Tu corte. Tú eres quien riega los corazones de todos los que Te han reconocido, con Tu caudalosa corriente y con la fuente de Tus aguas vivas. ¡Alabado sea Dios, Señor de los mundos! – Bahá’u’lláh, Oraciones y meditaciones, pág. 80.
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