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Espiritualidad

Tres maneras de salvaguardar el alma

Peter Gyulay | Ago 21, 2020

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Peter Gyulay | Ago 21, 2020

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Cuando pensamos en seguridad, solemos pensar en la necesidad de proteger nuestros cuerpos físicos de daños, como la protección de nuestros hogares, nuestros hábitos de higiene y intentar prevenir accidentes. Todo esto es importante, pero no protegerá nuestras almas, nuestro verdadero ser.

Por lo tanto, la seguridad esencial implica formas de proteger esta parte más profunda de nosotros mismos. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, mencionó tres importantes formas de lograrlo: «La esencia de la verdadera seguridad es guardar silencio, mirar el fin de las cosas y renunciar al mundo».

Veamos cada uno de estos puntos.

Guardar silencio

No hay nada inherentemente malo en hablar. Es una de nuestras características distintivas como seres humanos. A través del habla, podemos comunicarnos con otras personas para hacer acuerdos, lograr cosas y expresar nuestros pensamientos y sentimientos. Todo esto es valioso. El problema viene cuando nuestras palabras se vuelven ociosas y crueles.

Como Bahá’u’lláh explicó: «… [deben] guardar silencio y abstenerse de la conversación ociosa. Pues la lengua es fuego latente, y el exceso de palabras un veneno mortal. El fuego material consume el cuerpo, mientras que el fuego de la lengua devora tanto corazón como alma. La fuerza de aquel dura sólo un tiempo, en tanto que los efectos de éste persisten un siglo«.

Cuando nuestros pensamientos son ociosos, carecen de atención consciente. Cuando hablamos ociosamente, nuestras palabras nos controlan en vez de que nosotros las controlemos a ellas. Decimos cosas sin realmente quererlo. A veces, no hacemos ningún daño: solo charlamos sobre lo que se nos viene a la mente. A menudo, sin embargo, esta charla ociosa puede llevarnos a un territorio peligroso, especialmente cuando empezamos a hablar de los demás.

No hay nada intrínsecamente malo en hablar de otras personas, pero por desgracia, a menudo estas conversaciones se centran en los defectos de las otras personas. Esto es más dañino de lo que podemos imaginar porque los efectos son duraderos. Si alguien daña físicamente a otra persona, dependiendo de la gravedad de la lesión, ésta se curará en cuestión de semanas o a veces meses. Pero si hablamos mal de los demás, el efecto dominó es mucho más devastador. Esto se debe a que, a diferencia del impacto físico, las palabras afectan a nuestras mentes y corazones. La gente que escucha estas palabras negativas sobre los demás las interioriza. Empiezan a pensar negativamente en esa persona, y pueden empezar a maltratarla, aunque quizás inconscientemente. La energía negativa de las palabras puede incluso hacer que empiecen a tener pensamientos y sentimientos negativos sobre la vida misma.

Estos pensamientos y sentimientos empiezan a infiltrarse en su percepción de sí mismos y en las palabras que dicen a los demás también. Y así la negatividad se reproduce y perpetúa en todo el mundo.

Esto es claramente mucho peor que la charla ociosa, pero los dos están conectados. Cuando hablamos ociosamente, podemos perder la percepción. Podemos decir cosas que no queremos decir y también cosas que sabemos que no deberíamos decir, y las opiniones de los demás nos influyen más fácilmente. Por lo tanto, la charla ociosa fácilmente y sin problemas conduce al chisme y a la difamación.

Guardar silencio no significa tomar un voto de silencio. Para mí, significa que residimos en el silencio, en la calma interior y la conciencia. Y desde esta quietud, hablamos cuando es el momento adecuado, cuando tenemos algo significativo, considerado y atento que decir.

Necesitamos hacer todo lo posible para hablar con amor, sin embargo, como no somos perfectos, no es sencillo. Requiere mantener el control de nuestras palabras y vigilarlas para que los comentarios hirientes no salgan al mundo. Al ser conscientes y controlar nuestras palabras, protegemos el aspecto más preciado de todos nosotros: el alma.

Mirar el fin de las cosas

Esto significa pensar en las posibles consecuencias de nuestras acciones. Más específicamente, significa que antes de actuar, pensemos en estas posibles consecuencias. Por ejemplo, si alguien ha dejado de beber alcohol, puede que no sea la decisión más sabia aceptar una invitación de sus amigos para ir a un bar una noche. Podría ser más sabio reunirse con ellos en un café.

Para mirar el fin de las cosas, tenemos que ser muy honestos con nosotros mismos. Tenemos que analizar con seriedad la situación y nuestra condición interior y medir cuán capaces nos sentimos de seguir ese camino. «Acabo de dejar de beber. No quiero volver a ello, pero si me encuentro con mis amigos en el bar, puede que quiera tomar una copa o dos. Podría quedarme atrapado en el momento y olvidarme de mis propios objetivos. No creo que esté listo para enfrentar ese desafío ahora».

Todos nos enfrentamos a decisiones importantes en la vida, momentos en los que tenemos que elegir entre caminar por el camino del alma o por el del impostor. Estas decisiones pueden parecer bastante inofensivas a primera vista, pero cuando miramos un poco más profundo y contemplamos los pasos que hay que dar, podemos darnos cuenta de que un camino no va a permitir que nuestra alma brille, así que es mejor elegir otra ruta.

Esto es especialmente importante cuando nuestras acciones tienen un impacto directo en otras personas. Por ejemplo, cada onza de CO2 que lanzamos a la atmósfera equivale a un aumento del nivel del mar que se tragará tierras de cultivo y, por ende, el sustento de gente en lugares como Bangladesh. Cada individuo debe ahora considerar cuidadosamente su huella de carbono y cómo esta tiene un peso sobre los demás. Para quienes ocupan puestos de poder, esta responsabilidad es aún más pesada ya que las repercusiones son mayores.

Renunciar al mundo

Cuando pensamos en la renuncia, a menudo nos imaginamos a una persona que se une a una orden monástica. Regala todo su dinero y sus posesiones, se deshace de su vestimenta convencional, y se retira a un monasterio aislado para vivir una vida de oración y meditación. Esta es una interpretación muy literal de la renuncia, pero lo que quería decir Bahá’u’lláh es que debemos renunciar a todo excepto a Dios.

Bahá’u’lláh animó a la gente a vivir una vida plena en el mundo e incluso animó a los monjes de su tiempo a dejar sus monasterios y formar una familia. Lo que Bahá’u’lláh quiso decir con la renuncia es que debemos dejar de lado nuestro apego a las cosas del mundo. Esto se expresa en la siguiente cita de sus escritos: «Vuelve tu rostro hacia el mío y renuncia a todo salvo a Mí; pues Mi soberanía perdura y Mi dominio no perece. Si buscaras a otro fuera de Mí, es más, si explorases eternamente el universo, tu búsqueda sería en vano«.

Desprenderse físicamente del mundo podría parecer lo más obvio si estamos tratando de renunciar a nuestro apego a las cosas. Después de todo, si alguien no puede dejar de preocuparse por su nuevo Mercedes, ¿no sería mejor simplemente vivir sin él? ¿No estarían más tranquilos?

Puede ser. Pero después de deshacerse de él, podrían seguir pensando en el coche, incluso lamentando su decisión de renunciar a él. Incluso si nos deshacemos de todo, siempre habrá algunas cosas de las que no podremos prescindir. Todos necesitamos comer y dormir, así que inevitablemente, necesitaremos algunos objetos físicos para estos fines. Pero incluso estos simples objetos pueden ser una fuente de apego. Las cosas en sí mismas no son el problema; el problema es nuestro apego a ellas.

Pero, ¿qué tiene de malo estar apegado a las cosas? ¿Cómo daña esto al alma? Cuando estamos obsesionados con las cosas del mundo, nos olvidamos de Dios y de nuestro verdadero propósito en la vida: servirle a Él al servir a los demás. En cambio, nos obsesionamos con encontrar fama, riqueza o placer. Pero estos objetivos son volubles y fugaces. Incluso si logramos estas cosas, la recompensa será efímera. Llegaremos a un momento en el que tener más dinero no nos hará más felices, cuando nuestra fama sea más una maldición que una bendición, cuando ninguna cantidad de pastel de chocolate pueda llenar el abismo de nuestra alma. Pero el verdadero peligro reside en no saberlo nunca, en perseguir perpetuamente la felicidad en el mundo material, cuando esta solo se puede alcanzar en el mundo espiritual.

Las bendiciones de Dios están en toda la creación, y quiere que las disfrutemos. Quiere que disfrutemos del tiempo con nuestros seres queridos, saborear comida sana, ver la belleza de la naturaleza. Y podemos hacerlo sin aferrarnos a estas cosas. Podemos ver toda la bondad del mundo como puertas a lo divino.

Al final, el alma es la cosa más preciosa que tenemos. Todo lo demás se marchitará y se desvanecerá, por lo que debemos hacer todo lo posible para protegerla.

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