Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Muchas personas con creencias espirituales creen entender por qué estamos en este planeta y qué ocurre después de morir: creen que el cuerpo libera el alma, que emprende el vuelo hacia su existencia espiritual eterna.
Lo que le ocurra a nuestra alma en el más allá depende de lo que hagamos aquí, según muchas escrituras sagradas, como la Biblia, el Corán, el Bhagavad Gita y los escritos bahá’ís.
Estos libros sagrados nos dicen que todos tenemos que superar muchos obstáculos en este mundo, todo lo cual nos beneficiará en el otro. ¿Cuál es el principal obstáculo que identifican estas profundas enseñanzas espirituales?
Sencillamente, nos piden que no nos dejemos poseer por las vanidades del mundo físico, que practiquemos el desprendimiento y el desapego en nuestras vidas.
¿Qué es el desapego? A menudo se define como estar desvinculado y ser insensible, no tener ninguna implicación emocional. ¿Cómo podríamos vivir sin implicarnos en actividades cotidianas como estudiar, trabajar, enseñar o comer? Sin entusiasmo, es difícil tener éxito en cualquier tarea que emprendamos. Si Dios creó este planeta para nuestro beneficio y nos puso aquí para vivir una parte de nuestra existencia, ¿por qué nos pediría que nos desprendiéramos de este mundo? A primera vista, esto suena confuso y contradictorio.
Las enseñanzas bahá’ís nos ofrecen una respuesta. Abdu’l-Bahá definió con precisión el desapego y el desprendimiento al decir:
El desprendimiento no consiste en prender fuego a la propia casa, ni en arruinarse, ni en tirar por la ventana nuestra fortuna, ni siquiera en regalar todas nuestras posesiones. El desprendimiento consiste en no dejar que nos posean nuestras posesiones. [Traducción Provisional de Oriana Vento].
Aquí nos advierte, sutilmente, de que este mundo está lleno de distracciones, y de que nuestro desarrollo espiritual es tan importante que no sólo afectará a nuestras vidas aquí, sino también en el más allá.
Como en cualquier empresa importante, para alcanzar un objetivo preciado, la mente debe mantener un enfoque claro. Esto es especialmente cierto en el caso de nuestras aspiraciones espirituales. Si no mantenemos el objetivo en mente, asuntos menos importantes y, en última instancia, triviales, pueden descarrilar fácilmente nuestras vidas.
Para entender mejor estas distracciones, consideremos un ejemplo hipotético: Scott O’Neil sacaba notas excelentes en el instituto Pearson. Era muy popular entre sus compañeros, por lo que fue elegido presidente del Consejo Estudiantil durante dos años consecutivos y más tarde fue admitido con una beca en la Escuela de Ingeniería de Princeton. Los corazones de sus padres rebosaban de orgullo. Scott abandonó su hogar en la Wisconsin rural, seguro de que haría que sus seres queridos y sus admiradores se sintieran aún más orgullosos. Se instaló en la vida universitaria e hizo rápidamente varios amigos. Scott no tardó en reconocer que tenía algo nuevo en su vida: una libertad que nunca antes había sentido. Sin padres que le vigilaran y supervisaran, podía estudiar cuando quisiera y hacer lo que le apeteciera. De hecho, Scott estudiaba muy poco y pasaba la mayor parte del tiempo con su nueva novia y saliendo por el bar local (lo que provocaba muchas resacas). Scott también empezó a experimentar con las drogas. Siempre se decía a sí mismo: «Puedo cambiar cuando quiera». Empezó a incumplir los plazos de entrega de las tareas, lo que justificaba diciéndose a sí mismo: «Sé que puedo ponerme al día». Pero no pudo. De hecho, terminó el curso escolar con una media vergonzosa, muy por debajo de sus capacidades. Perdió su beca y se vio obligado a volver a casa para trabajar en la carnicería de su tío.
Esta historia es ficción, pero en la vida real ocurren historias similares todos los días.
Nuestro amigo Scott sólo necesitaba un poco de desprendimiento, que a menudo se malinterpreta. No significa que no te importe nada, que no te responsabilices de nada o que ignores las necesidades y sentimientos de los demás.
Según Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, este mundo y todo lo que hay en él está hecho para que lo disfrutemos. Al mismo tiempo, nuestras almas han recibido la sagrada responsabilidad de acercarse a su Creador desarrollando cualidades espirituales. El «mundo» del que debemos desprendernos consiste en aquellas cosas que nos hacen olvidar el verdadero propósito de la vida. Al fin y al cabo, nadie vive eternamente en este plano de existencia. Tarde o temprano, todos nos vemos obligados a abandonarlo, y una vez que entremos en el siguiente reino, seremos plenamente conscientes de nuestra condición espiritual y de lo que hemos conseguido con nuestra vida aquí. Puede ser un pensamiento aterrador. Como hemos visto antes, necesitamos alcanzar un equilibrio recorriendo el camino físico con la vista puesta en el cielo, como dijo Abdu’l-Bahá en un discurso que dio en París en 1911:
Nuestros mayores esfuerzos deben estar dirigidos hacia el desprendimiento de las cosas del mundo; debemos luchar por ser más espirituales, más luminosos, por seguir el consejo de las Enseñanzas Divinas, por servir a la causa de la unidad y de la verdadera igualdad, por ser generosos, por reflejar el amor del Altísimo sobre todos los seres humanos, para que la luz del Espíritu se manifieste en todos nuestros actos, con el fin de que toda la humanidad se una, que el turbulento mar del mundo se calme, y que las rugientes olas desaparezcan de la superficie del océano de la vida, y esté por siempre tranquilo y apacible.
¿Cómo sabemos cuándo nuestro equilibrio interior se ha inclinado demasiado hacia las cosas de este mundo? Creo que las emociones son un buen barómetro, como revela esta historia muy real.
Darío I fue un rey muy respetado de la antigua Persia. A diferencia de sus predecesores, su popularidad creció gracias a sus cualidades espirituales. Creó una sociedad basada en la justicia, la bondad y la generosidad. A Darío le fascinaba el estilo de vida de los derviches, y tal vez incluso lo envidiaba en secreto. Los derviches eran conocidos por renunciar al mundo material y vagar por el campo, pasando cada momento de vigilia en devoción y alabanza a Dios. Las posesiones de un derviche solían incluir sólo su ropa y una cesta en la que llevar unas pocas pertenencias pequeñas que a menudo le regalaban los bienhechores. Darío se sintió tan atraído por este sencillo estilo de vida espiritual que invitó a un conocido derviche a su palacio.
Cuando el derviche llegó, el rey se sentó a sus pies y le pidió que le hablara sobre el desapego. El derviche quedó encantado por el interés del rey. Permaneció en el palacio de Darío durante unos días y, siempre que el rey tenía tiempo, el derviche le enseñaba las virtudes de una vida desapegada. Al tercer día, tras considerar detenidamente todo lo que había aprendido, el rey decidió abandonar el palacio, su familia y todas las comodidades que conocía para poder unirse al derviche.
Al día siguiente, vestido con el atuendo de un pobre, el rey dejó atrás sus posesiones mundanas y caminó en compañía del derviche. Al anochecer ya habían viajado mucho. Cuando llegó el momento de retirarse a dormir, el derviche se dio cuenta de que había dejado su cesta en palacio. Muy turbado, dijo: «Te lo ruego, tenemos que volver a buscar mi cesta». El rey respondió: «Podemos arreglárnoslas sin la cesta. Algún alma generosa nos dará una». El derviche parecía muy decidido y exclamó: «¡No puedo seguir sin la cesta!».
Sorprendido por la actitud y el comportamiento del derviche, el rey exclamó: «Yo, un rey, he abandonado mi palacio, mi riqueza y mi poder. Tú, que predicas las virtudes del desapego, has sido puesto a prueba por esta virtud y has fracasado porque estás apegado a este mundo: a una pequeña cesta».
Sobre este tema, Abdu’l-Bahá escribió:
Todas las calamidades y aflicciones han sido creadas para el hombre a fin de que desdeñe este mundo mortal, un mundo al que está muy apegado. Cuando experimenta pruebas y dificultades severas, entonces su naturaleza retrocederá y anhelará el reino eterno –un reino que está santificado de todas las aflicciones y calamidades. Tal es el caso del hombre sabio. Él jamás beberá de una copa que al final le resulte desagradable, sino que, por el contrario, buscará la copa de agua pura y límpida. [Traducción Provisional de Oriana Vento].
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