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Cultura

Un símbolo dramático en la obra de Abdu’l-Bahá

David Langness | Feb 9, 2021

PARTE 3 IN SERIES El papel del drama en la espiritualidad

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David Langness | Feb 9, 2021

PARTE 3 IN SERIES El papel del drama en la espiritualidad

Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.

Ningún líder de ninguna de las principales religiones del mundo había escrito nunca una obra de teatro, hasta que Abdu’l-Bahá, el líder de los bahá’ís del mundo, presentó «El drama del reino» en 1913.

El ensayo anterior de esta serie presentó el guion completo de esa obra, que dictó espontáneamente en casa de un actor y dramaturgo británico hace más de un siglo.

La Fe bahá’í fomenta y promueve las artes. Bahá’u’lláh, su profeta y fundador, reveló poesía, y Abdu’l-Bahá, su hijo y sucesor, puso en práctica las enseñanzas bahá’ís sobre las artes añadiendo el apelativo de dramaturgo a sus muchos títulos. Su singular guion, por tanto, merece nuestra atención, especialmente por el profundo simbolismo que incluye y la historia que cuenta.

La obra, dictada por Abdu’l-Bahá en la clásica forma dramática de tres actos, presenta varios elementos simbólicos notables, incluyendo toda una sección que se centra en el papel del propio simbolismo en la revelación de la verdad espiritual. En este ensayo, vamos a explorar ese símbolo y ver a dónde nos lleva.

Al comienzo de «El Drama del Reino», todos esperan la llegada de una nueva revelación, y cuando oyen la llamada del Prometido en forma de música celestial, responden de dos maneras muy diferentes:

Los que vienen a preguntar se dividen más o menos en los siguientes grupos. Primero los que, habiendo oído hablar de la Venida del Prometido, fruncen el ceño y se encogen de hombros, volviendo a su trabajo, burlándose e incrédulos. El segundo tipo es el de los que escuchan la música, y agudizan sus oídos para captar el significado del Mensaje, y sus ojos para discernir el Misterio.

«Pero esperamos las señales», dicen los que dudan. «¿De qué otra manera lo sabremos? La tierra debe temblar, las montañas deben desgarrarse. El Prometido conquistará el Oriente y el Occidente».

Uno se levanta y le dice a la gente que estos signos no se produjeron exteriormente, ni se producirán de nuevo. Los que miren con los ojos de la Verdad verán que estos presagios son del Espíritu.

Un grupo de actores en el escenario, a quienes Abdu’l-Bahá llamó «los que dudan», espera un cumplimiento físico visible de las profecías del pasado. Esperan que la Tierra entera tiemble, y que el Prometido conquiste literalmente sus países. «Queremos ver el terremoto», claman.

El otro grupo de personas de la obra – «los que escuchan la música», como los describió Abdu’l-Bahá- trata de discernir el significado interno del mensaje y sus misterios. Atraídos por una historia más espiritual y simbólica, esas almas perceptivas comprenden los significados más profundos de las antiguas profecías, que el Prometido conquistaría los corazones humanos más que la tierra y sus edificios. Haciendo referencia a este grupo más sintonizado, Abdu’l-Bahá escribió que «Los ciegos reciben la vista, los sordos el oído, y los que estaban muertos se levantan y caminan, todavía envueltos en las vestiduras de la muerte».

Por supuesto, él no está hablando aquí de personas muertas literales que emergen de sus ataúdes y caminan – como los zombis o los «no muertos» que literalmente se levanten de sus tumbas, como algunos fundamentalistas imaginan que podría suceder milagrosamente algún día. En cambio, como escribió en una tabla incluida en «Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá», ese lenguaje simbólico sobre los muertos que se levantan transmite un significado mucho más universal:

Difundid por doquier los preceptos y consejos del Señor amoroso, para que este mundo se transforme en otro mundo, esta sombría tierra se inunde de luz, y resucite y viva el cuerpo muerto de la humanidad; para que toda alma pida la inmortalidad, mediante los santos hálitos de Dios.

De hecho, toda la obra de Abdu’l-Bahá hace lo que los mejores y más finos dramas siempre intentan hacer: revelar la existencia de un mundo más significativo y duradero más allá de este mundo meramente temporal y físico.

Ese terremoto prometido, entonces, no ocurre en el suelo, sino en el suelo de todo el ser. Abdu’l-Bahá explicó, dentro del texto de la obra, que «El terremoto es la ola de la vida espiritual, que se mueve a través de todos los seres vivos y hace temblar a la creación».

Este tema, que se repite a lo largo de las enseñanzas bahá’ís, se refiere a la llegada de un nuevo mensajero divino, como explica esta oración de las «Oraciones y Meditaciones» de Bahá’u’lláh:

Tú llegaste, oh mi Dios, en las nubes de Tu Espíritu y Tu expresión y, ¡he aquí!, la creación entera se sacudió y estremeció, y se hicieron palpitar los miembros de aquellos que repudiaron Tus testimonios, ¡oh Tú en cuyo puño está el señorío de todas las cosas!

Tú eres Aquel, oh mi Dios, Quien ha emplazado a todos los hombres a volverse en la dirección de Tu misericordia, y los ha convocado al horizonte de Tu gracia y Tus dones

En «El Drama del Reino», Abdu’l-Bahá incorpora este tema del simbolismo espiritual en cada línea. Con su obra, nos pide a todos que busquemos los significados más profundos de la vida, que vayamos más allá de la superficie, que tratemos de comprender las alusiones, los símbolos y los misterios de la revelación, y que miremos en las profundidades de nuestra propia alma para descubrir la verdad.

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