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Una mirada mística a las etapas del amor

John Hatcher | Abr 25, 2021

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John Hatcher | Abr 25, 2021

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Dado que el amor se desarrolla de forma orgánica, toda relación amorosa tiene etapas predecibles que debemos entender si queremos comprender y apreciar plenamente esta pasión inherente e implacable en nuestras vidas.

Sin esta comprensión, estamos destinados a vagar por nuestras vidas en una búsqueda interminable para descubrir el objeto de nuestro anhelo. También caeremos en la falacia post hoc de suponer que responder a cada nueva fuente de distracción excitante -ya sea la sexualidad, la comida, las posesiones, la riqueza, el poder o el prestigio- puede satisfacer nuestro deseo.

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Con el tiempo podremos descubrir que en el corazón de cada una de estas atracciones se encuentra la manifestación o imitación de algún aspecto del amor divino. Pero tenemos una ventaja estratégica en el proceso de llegar a comprender esta fuerza principal en nuestras vidas si sabemos desde el principio que la manifestación del amor en cada relación que encontramos implica etapas sucesivas y predecibles de avance.

Bahá’u’lláh retrata un paradigma sencillo y accesible del progreso del amor en su obra alegórica Los Siete Valles. Como indica el título, Bahá’u’lláh esbozó siete etapas de la relación de amor con Dios, aunque el paradigma es igualmente esclarecedor y válido para explicar las relaciones amorosas humanas.

Comprender las cuatro primeras etapas es lo más útil para nosotros, ya que más allá de la cuarta etapa, el amante atraviesa los reinos más allá de las limitaciones físicas, aludidos por Bahá’u’lláh en términos tan poéticos e inefables que nos resulta difícil hacer mucho más que captar los índices emocionales que él describe como alusión a estas exaltadas categorías de la experiencia espiritual.

La primera etapa del amor, revela Los Siete Valles, es el proceso de búsqueda del amado, una etapa que requiere que el buscador se vuelva receptivo, puro de corazón y, sobre todo, consciente de la naturaleza de lo que se busca. Por ejemplo, si entendemos los atributos del amado en términos humanos ordinarios -si nuestros criterios para el amado consisten únicamente en los signos tradicionales de la belleza exterior- no es muy probable que descubramos la verdadera fuente de nuestro anhelo. En cambio, Bahá’u’lláh escribió en el primero de los siete valles:

El verdadero buscador nada persigue sino el objeto de su búsqueda, y el amante no tiene deseo alguno salvo la unión con su amada; no alcanzará el buscador su meta a menos que todo lo sacrifique. Es decir, tiene que reducir a nada todo lo visto, oído o entendido para poder así entrar en el reino del espíritu, que es la Ciudad de Dios.

Aquí resulta útil la analogía del entrenamiento físico. Si nos esforzamos por alcanzar un estado de salud, haríamos bien en seguir los consejos de un nutricionista en lugar de ingerir los alimentos más atractivos por su sabor o apariencia. Pero a medida que entrenamos y nos hacemos más saludables, descubrimos rápidamente que los alimentos que son perjudiciales para nuestra salud empiezan a perder gradualmente su atractivo. Nos sentimos atraídos por los alimentos que nos aportan la nutrición que nuestro cuerpo necesita. Con el tiempo, empezamos a evitar aquellos alimentos que no son saludables y los percibimos como poco atractivos o incluso como repulsivos.

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Este mismo principio es válido para nuestras relaciones amorosas, en particular para nuestra búsqueda del médico divino. Ya sea que estemos buscando un compañero de vida o un profeta de Dios, nuestra facultad de discernimiento estará explícitamente condicionada por nuestro régimen espiritual diario, así como nuestra búsqueda de acondicionamiento físico se basa en un régimen espiritual saludable. Si nos encontramos en una condición de depravación y seguimos sin pensar nuestra naturaleza apetitiva, lo más probable es que nos atraiga lo que es perjudicial para nuestro desarrollo espiritual, lo que apela a nuestros burdos deseos o bajos instintos.

En este sentido, Cristo exhortó a sus discípulos a estar preparados para descubrir el regreso del siguiente mensajero de Dios empleando una sencilla analogía. Si uno busca una higuera, debe intentar descubrir un árbol que tenga higos. En resumen, uno puede discernir la calidad o el tipo de árbol por el fruto que da. Por supuesto, también está implícito en esta analogía que el buscador necesita saber cómo son los higos.

Del mismo modo, en nuestra búsqueda del médico divino necesitamos saber cuáles son los atributos de un profeta de Dios, en contraposición a los atributos de alguien que afirma falsamente serlo.

Bahá’u’lláh observa que, en esta etapa inicial de búsqueda, el verdadero buscador, además de conocer los signos y cualidades que caracterizan al amado, debe mostrar él mismo paciencia y persistencia: «El corcel de este Valle es la paciencia;» escribió Bahá’u’lláh en Los Siete Valles, «sin ella, en esta jornada el caminante no arribará a ningún lugar ni alcanzará meta alguna».

Expresado en los términos más ordinarios, si se aplican las normas adecuadas para la búsqueda, y el buscador tiene suficiente paciencia y fortaleza, entonces con el tiempo el buscador sano descubrirá a alguien por quien se sienta fuertemente atraído.

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