Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Me contaron la historia de un taxista al que todo el mundo consideraba un viajero experimentado, un ciudadano del mundo que había visitado casi todos los lugares conocidos.
Sus pasajeros, ocasionales o habituales, lo consideraban un conversador entusiasta, que les preguntaba sobre sus ciudades o destinos y les ofrecía información y puntos de vista a partir de sus propios recuerdos, o eso creían.
Resultó que este hombre nunca había viajado más de unas pocas horas en coche desde la ciudad donde vivía y trabajaba. Al menos, su cuerpo nunca lo había hecho. Gracias a años de interés activo por los demás y a la lectura y otros estudios, sabía mucho sobre lugares que nunca había visto. Tenía una mente que integraba historia, cultura, arquitectura, arte, política y mucho más.
Cuando le preguntaban si quería visitar físicamente otros lugares, respondía que no sentía la necesidad de hacerlo; para él, las visitas dentro de su mente eran suficientes.
Escuchamos historias similares sobre personas en prisiones o campos de prisioneros de guerra que se sobrepusieron a sus circunstancias y adquirieron nuevas habilidades y educación. He leído sobre prisioneros de guerra que se enseñaban unos a otros a tocar instrumentos musicales, aunque no tuvieran literalmente ninguno. Utilizaban su imaginación y simulaban tocar. Después, al salir del campo de prisioneros, muchos perfeccionaron sus habilidades.
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Antes de que parezca que intento quebrar a las agencias de viajes y a las aerolíneas, quiero confirmar que viajar físicamente es algo maravilloso. Pero eso no niega ni anula el valor de ser un oyente sincero, de buscar oportunidades para aprender y enriquecerse cada día, de plasmar las ideas en la realidad y de alimentar una imaginación vívida.
En su libro Contestación a unas preguntas, Abdu’l-Bahá hablaba de viajar de esta manera mística:
…el espíritu y la mente del hombre viajan por todos los países y regiones e incluso surcan el espacio infinito de los cielos, abarcan todo cuanto existe, y realizan descubrimientos en las exaltadas esferas y las distancias infinitas.
En otro lugar identificó la imaginación como una de nuestras cinco facultades internas, siendo las otras la facultad común (el vínculo entre las facultades externas e internas), junto con el pensamiento, la comprensión y la memoria.
Considerando el potencial de la imaginación, me pregunto qué más puedo imaginar y hacer realidad. ¿Y si imaginara ser más productiva y útil para mis amigos? ¿Y si los miembros de una familia imaginaran un hogar más feliz? ¿Y si la mayoría de una comunidad imaginara un medio ambiente más limpio?
No estoy proponiendo que nos dediquemos a pensar mágicamente, pero sí sugiero que si un número suficiente de personas compartiera una visión, podría acercar esa visión a la realidad. La unidad de visión nos capacita para lograr grandes resultados. Mediante el compromiso y el esfuerzo podemos dar los pasos prácticos. La confianza en los demás, la comunicación clara y honesta y la paciencia, que son la base para construir la unidad, constituyen los cimientos de un progreso duradero.
Nada de esto es fácil, pero puede suceder. Si ese taxista puede dar la vuelta al mundo sin salir de su ciudad natal, y si los prisioneros de guerra pueden aprender a tocar la guitarra sin una, entonces seguro que podemos mejorar nosotros mismos, nuestras familias, nuestros barrios y nuestras comunidades. Todo empieza imaginando lo que queremos experimentar en la realidad, y entonces podemos pasar activamente del espacio interior a espacios más exteriores.
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