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Cómo enseñar a los niños a encontrar el propósito de sus vidas

Oriana Vento | Nov 20, 2022

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Oriana Vento | Nov 20, 2022

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Me gusta el olor de la lluvia en un día de primavera. La lluvia es tan esencial para la vida del hombre. Sin ella nada podría crecer. No crecería la hermosa vegetación que adorna nuestro mundo, los árboles no darían frutos y nada florecería.

Hace algunos días, estaba dando una clase bahá’í para niños en la que enseñamos sobre la importancia del amor, la paciencia, la obediencia, entre otras virtudes. En cada clase, debemos hacer que los niños aprendan de memoria una cita que les ayude a interiorizar la virtud que aprendieron en ese día.

Vosotros sois los árboles de Mi jardín; debéis dar frutos excelentes y maravillosos” – Bahá’u’lláh, Las Palabras Ocultas, p. 58.

Escuchar a los niños repetir estas citas siempre es algo hermoso. Cada clase te deja algo especial y esta no fue la excepción. “Ahhh, así como las manzanas, mangos, bananas…” dijo uno de los niños y, sin que tenga tiempo de responder, otro dijo: “así como los árboles dan manzanas y mangos… nosotros debemos dar frutos de cosas buenas”. Esto me hizo sonreír. Me alegró ver lo claro y lógico que era para este niño el comprender cuales son los verdaderos frutos de nuestras vidas.

Más allá de la creencia popular, aquello que determina si tenemos una vida fructífera no son nuestros logros materiales, sino los espirituales. Nuestras buenas acciones y cualidades espirituales son los verdaderos frutos de nuestra vida. Algo que fue tan fácil de comprender para aquel niño de ocho años.

Mientras crecemos, sin embargo, esta claridad se va desvaneciendo. Las cosas ya no parecen ser tan sencillas. Ser honesto es considerado algo ingenuo en una sociedad competitiva como la nuestra. La paciencia es algo a lo que tal vez no estamos tan acostumbrados debido a la rapidez con la que se mueve nuestro entorno. El respeto depende de cuánta afinidad de pensamientos e ideología tengamos con los demás. La tolerancia solo es importante si se aplica conmigo y mi grupo.  Esta subjetividad de los valores se ve muy impregnada en el carácter mismo de nuestra sociedad.

Me puse a pensar entonces, si todos nosotros somos como árboles que deben dar frutos, ¿qué factores podrían causar que no demos los frutos esperados?

En primer lugar, el terreno donde está plantado nuestro árbol es un factor que influye en la capacidad del árbol de dar frutos. Esto me hace pensar cómo continuamente estamos muy afectados e influenciados por nuestro entorno, sea este nocivo o positivo. Las fuerzas negativas generalmente ejercen mucha más presión sobre nosotros; sin embargo, esto no lo determina por completo, siendo que muchas personas habiendo crecido en ambientes nocivos pueden crecer para marcar la diferencia.

En segundo lugar, los nutrientes que recibe nuestro árbol son importantes para que este crezca. Entonces, comencé a pensar cómo esto podría asemejarse con nuestra educación, aquellos vitales nutrientes para nuestras vidas. Si crecemos con una educación integral, no solo una que haga crecer nuestro intelecto, sino también una educación en valores y principios; entonces estaremos más preparados para dar frutos.

Otro factor es el clima: los fuertes cambios en la temperatura, una fuerte helada inesperada, por ejemplo, desafiará la capacidad del árbol de dar frutos. El hombre durante su vida enfrenta un sinnúmero de dificultades y pruebas que desafían nuestra capacidad de ser mejores personas cada día. Pienso en cómo una fuerte adversidad puede desafiar nuestra paciencia, nuestra confianza en Dios, nuestra capacidad de perdonar o mostrar amor. Si es que superamos esta adversidad, entonces nos convertimos en personas más fuertes y sabias frente a las dificultades. El hombre siempre ha tenido y siempre tendrá la capacidad de superar los desafíos que se presenten sean cuales sean y ser de beneficio para la humanidad.

Finalmente, la lluvia. Esta resuena en mi cabeza como las bendiciones que recibimos de Dios, como la lluvia que cae sobre nosotros, nos refresca y nos hace crecer. Independientemente de dónde hayamos nacido, cuál sea nuestro color de piel o situación económica, la lluvia cae sobre todos sin distinción. Esta nos brinda aquella oportunidad de crecer y ser mejores.

Recae sobre cada uno de nosotros, entonces, ayudar a nuestra sociedad a dar frutos espirituales. Esto comienza por trabajar en nosotros mismos, asegurándonos que estamos mostrando cualidades como el amor, la amabilidad, la tolerancia, el respeto, la justicia, la empatía con cada persona que se cruce en nuestro camino, pero también significa ayudar y educar a los arbolitos más pequeños para que de esta forma aprendan a dar frutos y sean de beneficio para nuestra sociedad.

Las enseñanzas bahá’ís dicen:

“Potencialmente, todo niño es la luz del mundo y, al mismo tiempo, su oscuridad; por consiguiente, la cuestión de la educación debe ser considerada como de importancia primordial. Desde su infancia, el niño debe ser amamantado en el pecho del amor de Dios y criado en el abrazo de Su conocimiento, para que irradie luz, crezca en espiritualidad, se llene de sabiduría y erudición y adquiera las características de la hueste angelical”- Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá, p. 178.

En las clases bahá’ís para niños enseñamos a los niños a reflexionar sobre esto desde una edad temprana, a que en sus sensibles mentes y corazones espirituales crezcan conceptos y principios tan básicos para renovar la sociedad y crear un mundo en que la justicia sea la norma, la unidad el estandarte y el amor el núcleo. Los niños son aquel tesoro que aun no hemos sabido apreciar completamente, en ellos reside la promesa del futuro y si prestamos un poco de atención veremos el gran potencial que tienen de mostrar empatía y justicia.

“Los niños son el tesoro más precioso que puede poseer una comunidad, pues en ellos reside la promesa y garantía del futuro. Portan la semilla del carácter de la sociedad futura, semilla que en gran parte deriva su molde de lo que los adultos que constituyen la comunidad hacen o dejan de hacer con respecto a ellos. Son un fideicomiso que ninguna comunidad puede descuidar con impunidad. Un amor omnímodo hacia los niños, la forma de tratarlos, la calidad de la atención que se les dispense, el espíritu de la conducta adulta hacia ellos – todos estos se cuentan entre los aspectos vitales que reclama esa actitud. El amor exige disciplina, el valor de acostumbrar a los niños a las dificultades, a no dar rienda suelta a sus caprichos, a no dejarlos enteramente a su albur. Debe mantenerse una atmósfera en la que los niños sientan que pertenecen a una comunidad y comparten su propósito”. – La Casa Universal de Justicia, A los bahá’ís del mundo, 21 de abril de 2000.

Mientras llueve tan intensamente fuera de casa, ese olor que tanto me gusta se sigue esparciendo. La lluvia cae sobre todos brindando vida sobre cada ser viviente. Ya seas un árbol de mango o de manzana, la lluvia caerá y te brindará la oportunidad de crecer y cumplir con tu propósito de dar frutos en esta tierra.

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