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Cómo la xenofobia impide la paz mundial

Patricia Wilcox | May 31, 2018

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Patricia Wilcox | May 31, 2018

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Basta con ver unos cuantos documentales sobre animales salvajes para reconocer un instinto de supervivencia bastante básico y fascinante – la capacidad de distinguir rápidamente entre amigos y enemigos.

Para un animal, un amigo generalmente significa “mi especie” o “mi familia”. Y un enemigo significa “otra especie” u “otra familia”. Esta capacidad de distinguir rápida y fácilmente entre grupos opuestos también modeló en el hombre primitivo un instinto de supervivencia fundamental, muy parecido al que todavía conservan animales, insectos y otras especies en la actualidad.

La raza humana ha tenido éxito en parte debido a nuestra capacidad para distinguir rápidamente entre amigos y enemigos. En las etapas primitivas de nuestro desarrollo, esto requirió la rápida identificación de las diferencias negativas – de otras especies, otras tribus y otros grupos familiares.

Desde entonces, la humanidad ha experimentado un avance único como forma de vida superior: la civilización. Aunque todavía se pueden observar algunos rastros de nuestra respuesta de supervivencia primitiva en las reacciones exageradas e inapropiadas hacia las diferencias y la otredad; hoy en día, nosotros reflejamos mayores niveles de desarrollo en las expresiones civilizadas de mutualidad, reciprocidad, colaboración y perdón. Las enseñanzas bahá’is alaban estos instintos más espirituales y elevados:

Purificad los ojos para que no consideréis a ningún hombre como diferente a vosotros mismos. No veáis extraños; más bien, ved a todos los hombres como amigos, pues difícilmente se origina amor y unidad cuando fijáis la mirada en la otredad. Y en esta nueva y maravillosa época, las Sagradas Escrituras dicen que debemos estar unidos con todas las gentes; que no debemos ver crueldad, ni injusticia, ni malevolencia, ni hostilidad, ni odio, sino más bien dirigir nuestra mirada hacia el cielo de la antigua gloria. Puesto que cada una de las criaturas es un signo de Dios … por tanto, no son extraños, sino familiares; no son ajenos, sino amigos, y deben ser tratados como tales- ‘Abdu’l-Bahá, Selección de los Escritos de ‘Abdu’l-Bahá, p. 41.

Los efectos de la globalización – del comercio internacional, los viajes internacionales, etc.– implican que ahora nos enfrentamos a una exposición sin precedentes a la “otredad”. En la actualidad, muchos humanos todavía expresan instintos animales primitivos en grados irracionales de temor; en la aversión, el desprecio e incluso el odio hacia los extranjeros, las personas con distintas costumbres, culturas y vestimentas; o hacia los extraños que son considerados diferentes de nosotros debido a su cultura, apariencia, color de piel, tipo de cabello e inclinación política. Algunos ejemplos modernos de otredad pueden incluso estar dirigidos hacia las características de género. Las enseñanzas bahá’ís nos alertan sobre tal xenofobia y segregación “pues difícilmente se origina amor y unidad cuando fijáis la mirada en la otredad”.

La xenofobia se define como el odio, miedo, desconfianza o desprecio irrazonable hacia los extranjeros o cualquier cosa considerada extranjera, diferente, extraña, o hacia culturas o políticas distintas. Se expresa tanto de manera personal como colectiva. Las naciones manifiestan su reacción al incremento de la globalización por medio de expresiones de nacionalismo extremo, patriotismo celoso y agresivo o desfiles de entusiasmo ciego por la gloria militar.

En los grupos sociales, la xenofobia se manifiesta a manera de devoción parcializada a posturas particulares o a causas como la del chauvinismo religioso. Más recientemente, además, esta ha encontrado su expresión en actitudes de exclusividad: exclusividad en ropa, diseños, música, bailes, etc. En cuanto a los géneros, esta se manifiesta a través de la denigración, menosprecio, y condescendencia hacia cualquier sexo basándose en la creencia de que un género es inferior al otro y que, por lo tanto, no merece recibir el mismo trato o beneficios.

Paralelamente a estas respuestas, vemos un gran proceso de adelanto global. Dicho proceso se manifestó en un inicio en el establecimiento de fronteras nacionales de común acuerdo, evolucionó en la arena política con la Liga de las Naciones y actualmente se manifiesta a través de las Naciones Unidas.

En este proceso, hemos presenciado un incremento de los grupos colectivos unificados: la Mancomunidad de Naciones y otras asociaciones representadas por acrónimos como la OTAN, UNESCO, ASEAN, TPP, etc. No obstante, mientras que por un lado la historia humana reciente ha presenciado un incremento en la unidad y la cooperación, por el otro, existe un proceso continuo de desplazamiento forzado de personas debido a las guerras, a las fuerzas políticas y económicas, entre otras.

Entonces, ¿hacia dónde debemos volvernos para encontrar soluciones efectivas? El derecho no puede impedir el tribalismo o el prejuicio, así como tampoco puede hacerlo el individualismo. Debemos promover el buen juicio y la compasión, no la xenofobia. Sin embargo, mucho daño ya ha sido hecho. Nuestro desafío a futuro será el cómo reconocer, educar, sanar y reparar para poder iniciar procesos de restitución y reconciliación.

Desde una perspectiva bahá’í, la solución primordial al sufrimiento de las naciones que actualmente padecen de niveles extremos y persistentes de violencia y opresión – la solución a toda la guerra – yace, en última instancia, en el reconocimiento de la unidad de la humanidad.

Tal reconocimiento – de que la tierra no es siria, yemení o americana; de que no es judía, cristiana o musulmana – concibe a la tierra como nuestra patria común. Como un solo país. Un cambio tan grandioso en los asuntos humanos será impulsado en gran medida por un factor predominante:

La cuestión más trascendental de este día es la paz y el arbitraje internacional, y la paz universal es imposible sin el sufragio universal. Las mujeres educan a los niños. La madre soporta las penas y ansiedades de la crianza de los niños, sufre la prueba del alumbramiento y la educación. Por tanto, es muy difícil para las madres enviar al campo de batalla a aquellos sobre quienes han prodigado tanto amor y cuidado. Considerad a un hijo criado e instruido durante veinte años por una madre dedicada. ¡Cuántas noches de insomnio y cuántos días sin descanso y de ansiedad han pasado! Tras haberlo conducido a través de peligros y dificultades hasta la edad de la madurez, ¡cuán agonizante sería entonces el sacrificarle en el campo de batalla! Por tanto, las madres no aprobarán la guerra ni estarán satisfechas con ella. Cuando las mujeres participen en forma plena y en un pie de igualdad en los asuntos del mundo, entren con confianza y capacidad en los grandes campos de las leyes y la política, las guerras cesarán, porque la mujer será su obstáculo e impedimento. Esto es cierto e indudable – ‘Abdu’l-Bahá, La promulgación de la paz universal, p. 150.

Ahora es el momento de actuar. Es momento de educar y apoyar a todas las niñas y mujeres para que jueguen su papel único en este proceso, de ayudarles a que tengan acceso por igual a la educación y otros beneficios para que puedan participar de manera plena e igualitaria en los asuntos del mundo y para que puedan ingresar con confianza y de forma competente en la gran arena del derecho y la política. Estas medidas son fundamentales para poder solucionar la cuestión más trascendental de este día: aquella de la paz universal.

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