Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Todos los profetas de Dios nacen como bebés, y el nacimiento de Bahá’u’lláh en 1817 parecía normal y poco notable al principio.
Su padre, Mirza Buzurg, un noble y ministro de la corte del Sha, provenía de una de las familias más antiguas y renombradas de Persia. Pero a medida que Bahá’u’lláh llegaba a la madurez, algo dentro de él se despertó y lo llamó con tal intensidad que dejó de lado la comodidad y la seguridad de su familia y su hogar para buscar otro camino, un sendero espiritual que lo condujo a cuarenta años de encarcelamiento como el fundador de una nueva fe mundial.
Bahá’u’lláh nos brinda su propia descripción de este fenómeno en una carta dirigida al Sha de Persia:
“¡Oh Rey! Yo era un hombre como los demás, dormido en Mi lecho, cuando he aquí que las brisas del Todoglorioso soplaron sobre Mí y Me enseñaron el conocimiento de todo lo que ha sido. No procede esto de Mí, sino de Aquel que es el Todopoderoso y Omnisciente. Él Me ordenó que alzase la voz entre la tierra y el cielo, y por ello Me acaeció lo que ha hecho correr las lágrimas de todo hombre de entendimiento. El saber común entre los hombres no lo he estudiado; ni tampoco he estado en sus escuelas. Pregunta en la ciudad en que residía para que estés seguro de que no soy de los que hablan en falso. Ésta no es sino una hoja que han agitado los vientos de la voluntad de tu Señor, el Todopoderoso, el Más Alabado. ¿Puede estarse quieta cuando soplan vientos tempestuosos? No, ¡por Aquel que es el Señor de todos los Nombres y Atributos!”
“…Lo evanescente es como la nada ante Quien siempre permanece. Su irresistible llamamiento Me ha alcanzado y Me ha hecho recitar Su alabanza entre todo el pueblo. Yo estaba en verdad como muerto cuando se pronunció Su orden. La mano de la voluntad de tu Señor, el Compasivo, el Misericordioso, Me transformó”. – Bahá’u’lláh, El llamamiento al señor de las huestes, p. 63.
Los hombres encarcelados con Bahá’u’lláh fueron los primeros que fueron alcanzados por la chispa de su fe recién encendida. Bahá’u’lláh enseñó a esos hombres, a sus compañeros de prisión, a cantar dos versos, en forma de llamada y respuesta, mientras se sentaban uno frente al otro en la oscuridad:
“Dios es suficiente para mí, ¡Él en verdad es el que Satisface todo!” entonaba una fila.
Mientras la otra respondía: “Que en Él pongan su confianza los que confían…”.
Cuando Bahá’u’lláh entró por primera vez en el Pozo Negro, no se escucharon más que gritos de desesperación y dolor, el traqueteo de las cadenas y el correr de las ratas. Ahora bien, el canto de los hombres que alababan a Dios podía oírse más allá de los límites de la prisión.
Incluso el Sha desde su palacio cercano escuchaba su canto. Un día, en un gesto absurdamente hipócrita, envió una bandeja de cordero asado a Bahá’u’lláh y a los hombres en la mazmorra. Solo podemos imaginar lo tentadora que era para aquellos hombres hambrientos la vista y el olor de la comida. Todos los hombres se volvieron hacia Bahá’u’lláh para ver cuál sería su reacción. Bahá’u’lláh devolvió intacta la bandeja al Sha, y los hombres reanudaron su canto.
Condiciones inimaginablemente duras hicieron del infame Pozo Negro la peor prisión del mundo. Y los guardias iban más allá de la tortura física, estos aplicaban crueles tácticas psicológicas en sus intentos de romper la resolución de los babis. En una ocasión, los guardias eligieron a un babi para ejecutar, se lo llevaron y luego lo devolvieron, afirmando que éste era demasiado delgado para ser ejecutado. Entonces, lo intercambiaron por otro hombre y se lo llevaron para ejecutarlo.
Pero sin importar lo que sucedía, nada podía romper el nuevo espíritu de la prisión. Todos los días, los guardias entraban y gritaban el nombre de un babi. Aquella persona abrazaría a Bahá’u’lláh, y luego seguiría a los guardias hasta el lugar de su ejecución.
Para los seguidores de Bahá’u’lláh, la vida es sagrada porque toda la creación refleja la belleza del Creador, y sin embargo, cuando llega la muerte, se la ve como una puerta de entrada a la reunión con Dios. Como Bahá’u’lláh enseñó:
«He hecho de la muerte una mensajera de alegría para ti. ¿Por qué te afliges? He hecho que la luz resplandezca sobre ti. ¿Por qué te ocultas de ella?» – Bahá’u’lláh, Las Palabras Ocultas, p. 11.
Los prisioneros no temían a la muerte y comprendieron que su nueva fe no podía romperse con ella. Así que la esposa e hijos de Bahá’u’lláh comprendieron el peligro que enfrentaba mientras estaban en prisión. Cada mañana significaba la muerte de un babi más. Cada día que pasaba, se preguntaban si Bahá’u’lláh sobreviviría al siguiente día.
Sin embargo, después de cuatro meses en las atroces y horribles condiciones del Pozo Negro, Bahá’u’lláh y los prisioneros sobrevivientes enfrentarían una nueva amenaza: el exilio.
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