Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En toda mi casa tengo recuerdos de viajes y eventos especiales. Muchas otras personas también los tienen.
Me encanta mirar estos objetos y recordar la experiencia o el lugar asociado a ellos, aunque admito que los detalles de cada piedra, hueso o concha marina tienden a perderse con el tiempo.
Algunos objetos no se prestan a ser expuestos en una estantería o en una pared, así que los guardo en otra parte, no en el olvido ni en la falta de aprecio, pero sí en un lugar no tan visible.
Esta mañana, mientras buscaba otra cosa, vi por casualidad uno de esos objetos: una toalla de mano pulcramente doblada, limpia y ligeramente deshilachada. Me detuve, recordando cómo la habíamos recibido mi marido John y yo: un regalo inesperado en Malasia de un hombre cuyo pueblo habíamos visitado durante un proyecto de servicio. Cuando nos fuimos en lancha, nos la entregó tímidamente como regalo de despedida. Podría parecer que una toalla (que no era nueva) es un regalo extraño, pero incluso en ese momento sabíamos que ese hombre tenía pocas posesiones. Al ver esa toalla esta mañana, envié pensamientos felices a ese hombre amable que nos honró con su generosidad hace muchos años.
Luego me vinieron recuerdos de otros actos de generosidad. Un ejemplo destacado ocurrió en Albania a principios de la década de 1990, poco después de la caída del comunismo en ese país. Estábamos de nuevo en un proyecto de servicio, y los viajes eran difíciles debido a que las infraestructuras del país estaban destrozadas. Sin embargo, cada día, mientras visitábamos aldeas y ciudades (a menudo llegábamos a pie o incluso en burro), personas que nunca habíamos conocido hasta entonces nos ofrecían una cálida hospitalidad. Junto con el alojamiento, había comida y agua, esta última especialmente valiosa. La calidez y la generosidad de estas personas, que habían sufrido tanto, era a veces abrumadora.
Los albaneses no eran bahá’ís, pero el recuerdo de su amor me ayuda a imaginar un mundo en el que los extraños sean considerados amigos, en el que nadie tolere que otros pasen hambre y en el que todos sean bienvenidos en todas partes. Esas maravillosas cualidades de generosidad y hospitalidad nos permiten vislumbrar un futuro más amable.
Abdu’l-Bahá nos dio estas alentadoras palabras de guía sobre esa generosidad y gentileza hacia los extraños:
Cuando os encontréis con un extranjero, habladle como a un amigo; si está solo, ayudadle, servidle complacidos; si está triste, consoladle; si es pobre, socorredle; si está oprimido, liberadle; si está en la miseria, confortadle; si así lo hacéis, demostraréis, no solo con palabras, sino con hechos y con la verdad, que consideráis que todos los seres humanos son vuestros hermanos.
También tengo en mi casa varias estanterías de álbumes de fotos y láminas. Aunque no los miro a menudo, aprecio los recuerdos que relatan: acontecimientos familiares, bellas escenas de la naturaleza, lugares significativos visitados. La mayoría de la gente no fotografía los momentos tristes, problemáticos y desconcertantes. ¿Qué aspecto tendrían esas fotografías? Así que las fotos provocan sonrisas y a veces lágrimas de nostalgia.
Conozco a personas que llegaron a Norteamérica como refugiados y lo único que llevaban al huir de sus hogares eran álbumes de fotos.
Ya sea que este tipo de artículos estén en la pared, en un estante o en un armario, pueden desencadenan recuerdos. Me siento conectada a las personas que compartieron sus momentos tan generosamente conmigo. Por muy preciosos que sean estos objetos, aunque los pierda no perderé la gratitud que siento hacia esas personas.
Para agradecerles, me siento inspirada a ser generosa y hospitalaria con los demás, como ellos lo fueron conmigo.
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