Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En realidad, nadie quiere morir, y nunca es fácil decidir no hacer nada para prolongar nuestra existencia física. Sin embargo, cuando el dolor y el sufrimiento innecesarios se entrometen al final de la vida, podemos tomar uno de dos caminos posibles.
Podemos simplemente derrumbarnos, y amargarnos y enfadarnos con todo el mundo, en particular con el Creador, gritando «¡¿Por qué yo?!».
O alternativamente, podemos aceptar el hecho inevitable de la muerte inminente e inclinarnos ante esa inevitabilidad. Tarde o temprano, todos llegaremos a ella. Podemos esforzarnos al máximo para atar todos nuestros cabos sueltos, aceptar el destino que le llega a todo el mundo y estar en paz con nosotros mismos y con el Creador.
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Pero incluso cuando hacemos las paces con el inminente final de nuestro ser físico, la pregunta «¿Por qué yo?» a veces asoma su fea cabeza y destruye nuestra paz interior.
He tenido ansiedad flotante desde mi infancia, y ha tenido un gran impacto negativo en mi vida, especialmente en lo que respecta a mi propia paz interior. Afortunadamente, gracias a mi formación profesional como terapeuta, siempre he podido determinar las razones de esa experiencia en cada momento. Con un poco de respiración profunda, oración y meditación, puedo recuperar la calma.
Sin embargo, durante estos últimos meses mis episodios de ansiedad se han vuelto cada vez más frecuentes y graves, hasta el punto de que sentía calor y frío junto con temblores internos y debilidad. En un momento dado, incluso tuve dificultades para utilizar un tenedor. Unas cuantas veces pensé que tal vez debería pedirle a mi oncólogo que me recetara un ansiolítico, pero no quiero consumir ninguna sustancia que altere mi mente mientras pueda salir de estos episodios con el pensamiento racional y, por supuesto, repitiendo las relajantes y tranquilizadoras oraciones bahá’ís, como esta breve pero poderosa oración del Báb: “¿Hay quien nos libre de las dificultades salvo Dios? Di: ¡Bendito sea Dios! ¡Él es Dios! ¡Todos son Sus siervos y todos se atienen a Su mandato!”.
En el pasado, esta práctica siempre me ha funcionado.
Sin embargo, hace poco me encontré con otro problema que aumentó mi ansiedad: me sentía indecisa acerca de interrumpir mis tratamientos contra el cáncer y me preocupaba que no continuarlos equivaliera a un suicidio, ya que cometer suicidio no está de acuerdo con las enseñanzas de la Fe bahá’í.
Desde entonces, mi oncólogo me ha asegurado que no me estaría suicidando, sino que estaría dejando ir a un cuerpo que ya no puede resistir su muerte natural. Durante este proceso, mi oncólogo se ha convertido en un muy buen amigo al que quiero, confío y respeto mucho. Mi queridísima amiga Anne y yo, tras consultarlo con mi oncólogo, llegamos a la conclusión de que, puesto que todos los medicamentos disponibles, ya sea en forma de pastillas o de infusión, tienen graves efectos secundarios, debía suspender cualquier tipo de tratamiento y dejar que mi cuerpo y el cáncer siguieran su curso normal.
Desde entonces, mi ansiedad ha disminuido considerablemente y me siento muy aliviada.
La aprensión que aún tengo no se refiere en absoluto a la muerte, sino al miedo al dolor, dependiendo de dónde pueda hacer metástasis el cáncer. Como ya he mencionado, normalmente puedo calmar mi dolor físico mediante el pensamiento racional y la autohipnosis, que bloquea o reduce la percepción del dolor hasta un grado satisfactorio.
Pero desde que me diagnosticaron cáncer, he observado a las personas con dolor oncológico difícil de tolerar y no me gusta. La perspectiva de ese tipo de dolor me asusta. Creo que puedo tener una «gallinitis». ¡Ha!
Sin embargo, mi oncólogo y yo hemos acordado que si empieza el dolor y no puedo tolerarlo, ella podrá aplicar cualquier medicamento que tenga en su arsenal. En ese momento, probablemente ya no me importará si mi mente está alterada o no, y espero poder pasar despreocupadamente al otro mundo.
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Así que en este momento estoy en paz, sin dolor por el cáncer, con un mínimo de ansiedad y una perspectiva feliz y esperanzadora. Reflexionando sobre este hermoso pasaje de los escritos de Abdu’l-Bahá: «Debe concederse suprema importancia no a esta primera creación, sino más bien a la vida futura«, estoy esperando pacientemente a que el Creador Omnisciente y Misericordioso decida cuándo expirará mi visado en el planeta Tierra y me expida un pasaporte nuevo y permanente al Reino espiritual eterno más allá de este plano material de existencia.
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