Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Un amigo me contó una vez un hecho inquietante pero cierto: dentro de unos cientos de años -un mero parpadeo en el lapso del tiempo cósmico- no quedará nadie que te haya conocido en la Tierra. Es un pensamiento aleccionador, pensé.
¿Por qué? Bueno, es difícil pensar que nos hemos ido sin dejar rastro, sin dejar ningún legado, recuerdo o significado.
En cambio, la mayoría de nosotros pensamos que somos eternos porque a nuestra conciencia le cuesta aceptar el concepto de la no existencia. Haz la prueba. Verás lo problemático que es imaginar una realidad que excluye tu existencia porque, al fin y al cabo, cada uno vemos la realidad a través de nuestros propios ojos.
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Todo el mundo tiene tendencia a pensar que es eterno, ¿y adivina qué? Tienen razón. Las enseñanzas bahá’ís confirman esa percepción. En un discurso sobre la realidad de la vida eterna que dio en París en 1911, Abdu’l-Baha explicó:
¿Cesa de existir el ser humano cuando abandona su cuerpo? ¡Si su vida finaliza, entonces, toda su anterior evolución ha sido en vano, todo ha sido para nada! ¿Puede alguien imaginar que la Creación no tiene mayor propósito que éste? El alma es eterna, inmortal…
La misma existencia de la inteligencia del ser humano prueba su inmortalidad; además, la oscuridad justifica la presencia de la luz, pues sin luz no habría sombras. La pobreza demuestra la existencia de la riqueza pues, sin riqueza, ¿cómo podríamos medir la pobreza? La ignorancia prueba que el conocimiento existe, pues sin conocimiento, ¿cómo podría existir la ig – norancia? Por consiguiente, la idea de la mortalidad presupone la existencia de la inmortalidad, pues si no existiese la Vida Eterna, ¡no sería posible medir la vida de este mundo!
Por supuesto, todos queremos ser recordados. A todos nos gustaría dejar algún tipo de legado en este mundo.
Muchos definen ese legado como su progenie: hijos y nietos que puedan transmitir nuestros valores, nuestras percepciones, nuestra singularidad y nuestras historias. Otros imaginan que crear una empresa o una organización gubernamental puede añadir valor duradero a una sociedad e inmortalidad a un nombre. Algunos ven su legado como la creación o la dotación de una contribución duradera: arte, arquitectura o alguna actividad benéfica o filantrópica.
He aquí la pregunta: si quieres crear un legado, hacer algo bueno por la humanidad mucho después de que te hayas ido físicamente de este mundo, ¿qué sería lo más eficaz, duradero e impactante que podrías dejar?
Alfred Nobel, científico e industrial sueco, inventor multimillonario de la dinamita y la pólvora sin humo y fundador del Premio Nobel, dejó tras de sí una instructiva historia sobre su propio legado, resumida aquí por Wikipedia:
En 1888, la muerte del hermano [de Alfred Nobel], Ludvig, supuestamente provocó que varios periódicos publicaran obituarios de Alfred por error. Un periódico francés lo condenó por su invención de explosivos militares –en muchas versiones de la historia se cita la dinamita, aunque ésta se utilizaba principalmente para aplicaciones civiles– y se dice que esto provocó su decisión de dejar un mejor legado tras su muerte. La esquela decía: Le marchand de la mort est mort («El mercader de la muerte ha muerto»), y proseguía: «El Dr. Alfred Nobel, que se hizo rico encontrando formas de matar a más personas más rápido que nunca, murió ayer». Nobel leyó la necrológica y le horrorizó la idea de que se le recordara de esa manera. Su decisión de donar póstumamente la mayor parte de su fortuna para fundar el Premio Nobel se atribuye a su deseo de dejar un legado mejor.
Esta historia puede ser apócrifa, pero encierra una gran verdad. Cuando la muerte se acerca, como debe ocurrirnos a todos, nos preguntamos cuál ha sido realmente nuestra contribución al mundo, y eso nos hace reflexionar sobre cómo seremos recordados.
En sus escritos, Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, planteó la pregunta sobre la necesidad de inmortalizar los nombres de las personas y luego la respondió:
¿Os aprovecharía en lo más mínimo si, tal como ingenuamente imagináis, vuestros nombres hubieran de perdurar? ¡No, por el Señor de todos los mundos! … Si vuestros nombres desaparecieran de toda mente mortal, y con todo Dios estuviera complacido con vosotros, realmente os contaríais entre los tesoros de Su nombre, el Más Oculto.
Abdu’l-Bahá, hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, amplió este consejo en sus escritos:
Los moradores de este mundo efímero, altos y bajos por igual, pasan sus días y sus noches en pos de los asuntos mundanos sólo para sufrir, al final, una pérdida manifiesta. Alabado sea Dios porque has probado un fruto del Árbol de la Vida y has descubierto un destello de las bondades del Señor de los signos manifiestos. Has bebido una copa del vino del cielo, y has dejado un legado perdurable en este mundo transitorio, a pesar de que quienes han renunciado al mundo no buscan ni nombre ni fama, y no persiguen ni ambición ni deseo. No muestran ninguna consideración por este mundo y no buscan otra cosa que la complacencia de Dios. No pisan otro camino que el Suyo, y no hablan de otra cosa que no sea Su alabanza. No obstante, las bendiciones de este mundo también están destinadas a los amados de Dios, mientras que el destino de los negligentes no es más que la pérdida y la ruina, tanto en este mundo como en el venidero. – [Traducción provisional de Oriana Vento: «A Tablet of ‘Abdu’l‑Bahá]
Irónicamente, la mejor manera de dejar un legado en este mundo es renunciando a él, afirman las enseñanzas bahá’ís.
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Aquellos que se desprenden de los atractivos temporales de la fama y la fortuna, que se desvanecen con rapidez, y dedican sus vidas a las búsquedas más espirituales –el crecimiento de nuestra conciencia humana interior, el servicio desinteresado a los demás, la promoción de la paz, la justicia y la bondad– serán recordados, honrados y venerados durante mucho tiempo, prometen las enseñanzas bahá’ís. Piense en ello. La revelación de Bahá’u’lláh confirma que puedes construir un legado más profundo actuando, no en beneficio propio, sino desprendiéndote de las preocupaciones mundanas y dedicando tus esfuerzos a toda la humanidad:
Cuidad de no aferraros a lo que poseéis ni ufanaros de vuestra fama y renombre. Lo que os conviene es desprenderos completamente de todo cuanto hay en los cielos y en la tierra.
No se trata de una tarea engorrosa, de una labor tediosa impuesta por un Creador estricto, sino que el desapego nos proporciona una gran alegría, no sólo en este mundo, sino también en el venidero. Abdu’l-Bahá lo dijo claramente en una de sus tablas:
Ahora es el momento de la alegría y el gozo, de adquirir las características del Todomisericordioso. Este mundo transitorio pasa como una sombra fugaz, y los días de la vida se aceleran. Cuando finalmente nos apresuremos a pasar de este mundo al otro, debemos hacerlo con una vela en la mano, un brillo en el semblante y un espíritu en el corazón. Observa cómo el exterior es el signo del interior. Todas las tumbas y sepulcros, incluso los de los monarcas más célebres del mundo, son oscuros y sombríos, mientras que los santos lugares de descanso de los elegidos del Todomisericordioso son radiantes y luminosos. Esforcémonos, pues, con el corazón y el alma, y alcemos nuestras voces en un coro jubiloso, para que seamos aceptados en el Umbral de la Unidad; seamos vivificados por los fragantes hálitos de la santidad; nos desprendamos de todo lo que es del mundo; nos convirtamos en siervos devotos en el umbral de Aquel que es el Perdurable, el que Subsiste por Sí Mismo; nos convirtamos en receptores de Su infinita generosidad, y alcancemos la vida eterna. – [Traducción provisional de Oriana Vento: ‘A Tablet of ‘Abdu’l‑Bahá’]
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