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Las personas, como los árboles, necesitan luz

David Langness | Ago 3, 2024

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David Langness | Ago 3, 2024

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¿ Te has dado cuenta de que las personas y los árboles crecen a un ritmo y de una forma parecidos? Al igual que los árboles, los seres humanos tomamos decisiones en cada momento de nuestras vidas que influyen en nuestra dirección final.

Cada uno de nosotros construye unos cimientos sólidos en la infancia, se nutre de la Tierra, inhala y exhala, y busca la luz en lo alto.

Cuando nos enfrentamos a los obstáculos de la vida, podemos crear brotes de nuevo crecimiento que sorteen esos obstáculos y acaben ramificándose en nuevas direcciones, igual que un árbol. Tanto los árboles como las personas dirigen sus esfuerzos hacia el crecimiento y el desarrollo, convirtiéndose en organismos maduros a través de las lecciones que aprenden a medida que la vida avanza minuto a minuto.

De hecho, las enseñanzas bahá’ís comparan metafóricamente la propia religión con los árboles, como escribió Abdu’l-Bahá:

… la religión de Dios es una sola, y es la educadora de la humanidad, mas necesita ser renovada. Cuando plantas un árbol, su altura aumenta día tras día. Produce fl ores, hojas y sabrosos frutos. Pero después de un largo tiempo, se vuelve viejo y ya no produce ningún fruto. Entonces el Cultivador de la Verdad recoge la semilla de ese mismo árbol y la siembra en un suelo virgen; y de pronto aparece el primer árbol, tal como era antes.

«El árbol del ser» constituye otra bella metáfora en los escritos bahá’ís:

Esforzaos al máximo para adquirir perfecciones interiores y exteriores, pues el fruto del árbol humano siempre ha sido y siempre será la perfección interior y exterior. No es deseable que un hombre se quede sin conocimientos o habilidades, porque entonces no es más que un árbol estéril. Entonces, en la medida en que la capacidad y la habilidad lo permitan, debéis necesariamente adornar el árbol del ser con frutos tales como el conocimiento, la sabiduría, la percepción espiritual y el habla elocuente. [Traducción Provisional de Oriana Vento]

Así que, mientras desmontaba metódicamente el viejo roble muerto de mi propiedad, reflexioné sobre su desarrollo.

Me di cuenta de que cada rama y ramita crecía en una dirección ligeramente distinta a las de arriba y abajo, emanando de su rama individual y maximizando la luz solar que cada hoja del árbol podía recibir potencialmente. Incluso antes de que existieran esas hojas, el árbol comprendió de antemano que su destino implicaba volverse hacia la luz.

Me parece que esto indica un tipo notable de inteligencia: el árbol sabe en última instancia lo que necesita para prosperar, y cada nueva rama maximiza ese potencial.

Cuando observamos la copa de un árbol, vemos sobre todo el verde, porque las ramas y los troncos humildes, aunque constituyen la estructura de soporte del árbol, se ocultan voluntariamente entre las hojas que miran hacia fuera, permitiendo que el árbol siga creciendo. Esto me recordó el consejo de Bahá’u’lláh sobre la humildad:

… incumbe que los signos de la humildad brillen en los rostros de las gentes de la verdad, que sus semblantes irradien la luz de la santidad, que caminen sobre la tierra como si estuvieran en presencia de Dios y se distingan por sus actos de todos los habitantes de la tierra.

A medida que separaba y recortaba aquellas ramas de roble, sus ramas se revelaban ante mí. Pude ver cómo el árbol había invertido su energía en crecer, en expandirse, en buscar la luz. Y lo que es más importante, pude ver la inteligencia que manifestaba el árbol: que había prosperado en su crecimiento, dirigido por su ADN y por los rayos del sol, pasó de ser un simple brote a convertirse en un poderoso roble.

De forma similar, podemos maximizar nuestro propio crecimiento personal evaluando cada decisión que tomamos con un único criterio: ¿nos ayuda a dirigirnos hacia la luz? En un discurso que ofreció en Maine en 1912, Abdu’l-Bahá nos dio este consejo espiritual:

Todos los Profetas se han esforzado para hacer que el amor se manifieste en los corazones de los hombres. Jesucristo trató de crear este amor en los corazones. Sufrió toda clase de dificultades y ordalías, para que el corazón humano se convirtiera en el manantial del amor. Por tanto, debemos esforzarnos con toda nuestra alma y corazón para que este amor pueda tomar posesión de nosotros, de manera que toda la humanidad – sea del Este o de Oeste– pueda conectarse a través del vínculo de este sentimiento divino. Pues nosotros somos como las olas de un solo mar; hemos sido creados mediante la misma generosidad y somos recipientes del mismo Centro. Las luces de la tierra son todas aceptables, pero el centro de la refulgencia es el sol, y debemos dirigir nuestra mirada hacia él. Dios es el Centro Supremo. Cuanto más nos volvamos hacia este Centro de Luz, mayor será nuestra capacidad. – La promulgación de la paz universal, p. 40.

Todos los seres humanos podemos decidir volvernos hacia la luz, pensé, lo que significa que todos podemos aprender algo de los árboles.

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