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Redacta tu testamento – y dispersa tu riqueza ampliamente

David Langness | Ago 13, 2024

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David Langness | Ago 13, 2024

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En la «gran transferencia de riqueza» que se está produciendo actualmente entre los estadounidenses mayores y sus herederos, estamos siendo testigos de la mayor herencia jamás entregada por una generación a la siguiente: 72 billones de dólares.

Pero debido a la enorme disparidad entre los pueblos más ricos y los más pobres del mundo, esta transferencia sin precedentes probablemente aumentará la desigualdad económica, ampliará la brecha de riqueza y empeorará las tensiones sociales que provoca.

Para los bahá’ís, ése es el resultado equivocado. Por el contrario, como señalan claramente las enseñanzas bahá’ís, la ley de Dios en estos días exige que no exista ni riqueza excesiva ni pobreza excesiva. En su libro Contestaciones a unas preguntas, Abdu’l-Bahá dijo:

… la causa radical de esas dificultades estriba en la ley de la naturaleza que rige la civilización actual, ya que da como resultado que un puñado de gente acumule inmensas fortunas que exceden en mucho sus necesidades, en tanto que la gran mayoría permanece en la indigencia, el desamparo y la indefensión. – Contestaciones a una preguntas, p. 172.

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Por desgracia, en nuestra economía global moderna, el viejo dicho «los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres» parece describir con exactitud la realidad actual.

En realidad, muchos economistas destacados han empezado a prestar mucha más atención últimamente a las estructuras subyacentes bajo este tópico, concluyendo que la acumulación continua de capital por parte de los muy ricos –especialmente cuando se transfiere de una generación a la siguiente– tiende a crear una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres. Thomas Piketty, el conocido economista francés, autor y codirector del Laboratorio Mundial de Desigualdad, describió ese fenómeno en su libro «El capital en el siglo XXI»:

Cuando la tasa de rendimiento del capital supera significativamente la tasa de crecimiento de la economía (como ocurrió durante gran parte de la historia hasta el siglo XIX y como probablemente vuelva a ocurrir en el siglo XXI), se deduce lógicamente que la riqueza heredada crece más rápido que la producción y la renta.

En otras palabras, cuando concentramos la riqueza heredada en manos de una pequeña clase económica superior de personas –lo que ha ocurrido definitivamente en el mundo actual de los superricos– y los rendimientos de las inversiones y los intereses de esa gran acumulación de capital siguen siendo elevados, la riqueza se autoperpetúa, construyendo dinastías que benefician a unos pocos a expensas de la mayoría.

Así que los ricos se hacen más ricos –mucho más ricos– y acabamos con una sociedad dominada por el poder económico y político de quienes heredan una enorme riqueza y la utilizan para influir en el curso de la historia y perpetuar su dominio económico.

¿Qué hay de malo en ello? Si eres rico, lo más probable es que hayas heredado gran parte de tu capital, y el mero hecho de tener toda esa riqueza heredada desincentiva el trabajo productivo. Pero lo que es más importante, concentrar la riqueza en manos de unos pocos, según las enseñanzas bahá’ís, puede producir un monopolio de la riqueza controlado por un número limitado de personas, lo que luego crea una desigualdad fundamental en la sociedad. Abdu’l-Bahá, en Contestaciones a unas preguntas, describió esta condición como » contraria a la justicia, a la humanidad y a la equidad».

…puedes observar a una sola persona que ha amasado una fortuna, se ha adueñado de un país entero, ha obtenido una inmensa riqueza y se ha asegurado una corriente incesante de ganancias y beneficios y, por otro lado, a cientos de miles de almas indefensas, débiles, imposibilitadas, y que no tienen ni siquiera un mendrugo de pan. Observa cómo, en consecuencia, la paz y la felicidad general se han vuelto tan exiguas, y el bienestar de la humanidad ha mermado hasta tal punto que las vidas de una inmensa multitud de personas han resultado infructuosas. Pues toda la riqueza, el poder, el comercio y la industria están concentrados en manos de unos cuantos individuos, mientras que otros laboran bajo el peso de interminables fatigas y dificultades, están privados de ventajas y beneficios, y permanecen desprovistos de comodidad y paz. Por lo tanto, deben promulgarse leyes y reglamentos que moderen las fortunas excesivas de esos pocos y satisfagan las necesidades básicas de la miríada de millones de pobres, de modo que se logre cierto grado de moderación. .- Ibidem.

Por ello, en lugar de seleccionar a unos pocos parientes cercanos como herederos y cargarles con una enorme riqueza y las duras pruebas que inevitablemente supone, la política bahá’í recomienda una distribución más amplia y voluntaria entre muchos.

Por ejemplo, cuando una persona muere sin dejar testamento, la ley bahá’í dice que el valor de los bienes restantes debe dividirse en ciertas proporciones entre siete clases de herederos: hijos, esposa o esposo, padre, madre, hermanos, hermanas y maestros. En ausencia de una o más de estas clases, la parte que les correspondería va al tesoro público, para ser gastada en los pobres, los huérfanos y las viudas, o en obras públicas útiles.

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Este modelo único de herencia cumple varios objetivos importantes: da oportunidades a quienes nunca antes las habían tenido, ayuda a distribuir justa y equitativamente y a disminuir los grandes patrimonios y las concentraciones de riqueza hereditaria, y también sugiere destinar una parte de la herencia total a un depósito general de fondos para los necesitados. De este modo, las enseñanzas bahá’ís sobre la herencia recomiendan un camino hacia una sociedad futura mucho más equilibrada y equitativa en la que la riqueza se comparta, no se acapare.

Cuando se encontró por primera vez con la terrible pobreza de la Inglaterra eduardiana industrializada a principios del siglo XX, Abdu’l-Bahá esbozó la visión bahá’í de un futuro más equitativo, tal y como se recoge en la revista bahá’í Star of the West:

Llegará un momento, en un futuro próximo, en que la humanidad será mucho más sensible que en la actualidad, de modo que el hombre de grandes riquezas no podrá disfrutar de su lujo, frente a la deplorable pobreza que le rodea. Se verá obligado, por su propia felicidad, a gastar su riqueza para procurar mejores condiciones para la comunidad en la que vive. [Traducción Provisional de Oriana Vento].

Esto ya ha empezado a suceder en todo el mundo. Así pues, si tienes la suerte de poseer bienes que piensas legar tras tu fallecimiento, recuerda este consejo de las enseñanzas bahá’ís cuando redactes tu testamento:

¡Por Dios! ¿Cómo puede uno ver a sus semejantes hambrientos, indigentes y desposeídos y, con todo, vivir en paz y cómodamente en una espléndida mansión? ¿Cómo se puede ver a otros en la mayor necesidad y, a pesar de ello, gozar de la fortuna propia? Por eso, en todas las religiones divinas se ha decretado que los pudientes aporten anualmente una parte de su riqueza para el sustento de los pobres y la ayuda a los necesitados. Este es uno de los fundamentos de la religión de Dios y es un mandamiento que todos deben seguir. Y, puesto que, a este respecto, uno no está forzado desde afuera ni obligado por el gobierno, sino que ayuda a los pobres movido por el corazón y con espíritu alegre y radiante, semejante acción es altamente loable, aceptable y grata.

Este es el significado de las buenas acciones mencionadas en los escritos y libros sagrados. – Ibidem, p. 174.

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