Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Como nos han recordado a todos las recientes campañas, es difícil escapar o no verse afectado por el conflicto constante y los efectos polarizadores de un sistema político partidista.
A menudo pensamos que la naturaleza contradictoria de la política partidista es parte esencial de la democracia, pero no es así. Curiosamente, los padres fundadores de Estados Unidos evitaron a propósito toda mención a los partidos políticos en la constitución del país, temiendo la división de las facciones partidistas que habían desgarrado Inglaterra.
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En palabras de George Washington:
El dominio alterno de una facción sobre otra, agudizado por el espíritu de venganza, natural a la disensión partidaria, que en diferentes épocas y países ha perpetrado las más horrendas atrocidades, es en sí mismo un despotismo espantoso.
John Adams y Alexander Hamilton eran de la misma opinión, refiriéndose a los partidos políticos como «el gran mal político» y «la enfermedad más letal», respectivamente.
Por supuesto, defender activamente la justicia implica a menudo puntos de vista opuestos. «Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor», dijo Desmond Tutu.
Trabajar por la paz y la justicia en el mundo no significa neutralidad. Por el contrario, significa ver todas las cosas con nuestros propios ojos y actuar para encontrar soluciones justas que respeten todas las perspectivas sin adoptar una mentalidad de «nosotros contra ellos».
Podemos luchar contra la injusticia sin luchar unos contra otros.
Las enseñanzas bahá’ís señalan que tales injusticias suelen provenir de nuestros prejuicios, incluidos los políticos. En un discurso que ofreció en Sacramento, California, en 1912, Abdu’l-Bahá dijo:
… en tanto el prejuicio (sea éste religioso, racial, nacionalista, político o sectario) continúe existiendo entre los hombres, la paz universal no será una realidad en el mundo. Desde la más temprana historia del hombre hasta el presente, todas las guerras y el derramamiento de sangre que han tenido lugar fueron causados por parcialidades, sean éstas religiosas, raciales, políticas o sectarias. Por tanto, es evidente que mientras continúen estos prejuicios, el mundo de la humanidad no alcanzará la paz y la tranquilidad.
La Casa Universal de Justicia, el órgano de gobierno internacional de la Fe bahá’í elegido democráticamente, utilizó una frase interesante en una carta de mayo de 2024 sobre la situación actual del mundo. En ella pedía a los jóvenes bahá’ís del mundo que fueran «practicantes de la paz».
Ustedes se cuentan entre los más activos y sinceros bienhechores de la humanidad. Pero, ya sea con hechos o con palabras, el mérito de cada una de sus contribuciones al bienestar social reside, en primer lugar, en su decidido compromiso por descubrir ese precioso punto de unidad en el que se superponen perspectivas contrastadas y en torno al cual pueden unirse pueblos enfrentados. – [Traducción provisional]
No es fácil. Las estructuras políticas antagónicas fomentan la polarización y el cinismo. Tanto las redes sociales como los medios de comunicación tradicionales instigan a menudo la indignación y sacan provecho de ello. El ciclo constante de partidos en el poder y fuera del poder puede generar alienación, discordia y extremismo. ¿Cuántas veces nos hemos quejado de la absoluta falta de eficacia gubernamental y de planificación a largo plazo cuando los inevitables vaivenes del poder político de un lado a otro echan al traste constantemente las políticas anteriores?
No tiene por qué ser así.
Por ejemplo, el Gobierno de Nunavut, de estilo consensuado, y también el de los Territorios del Noroeste, que existen actualmente en el norte de Canadá, se asemejan más a la toma de decisiones tradicional de los inuit. En estos sistemas de gobierno indígena no hay partidos, ni plataformas partidistas, ni oposición oficial. Los elegidos consultan juntos para encontrar políticas y soluciones que la mayoría pueda apoyar. La unanimidad no es necesaria, pero a menudo se consigue. Los MLA (Miembros de la Asamblea Legislativa) son elegidos como miembros independientes y, a su vez, eligen al Presidente, al Primer Ministro y a los ministros. Los ministros expresan libremente sus opiniones durante las deliberaciones, pero una vez alcanzada una decisión, todos los ministros la apoyan públicamente. La separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, así como otros protocolos, fomentan la rendición de cuentas y previenen la corrupción.
Los bahá’ís reconocen que muchas de las características mencionadas son iguales o compatibles con el sistema espiritual de gobierno revelado por Bahá’u’lláh. Ese orden administrativo se ha extendido ahora por todo el mundo, con organismos locales, regionales, nacionales e internacionales elegidos que funcionan hoy como un todo armonioso, guiando a diversas comunidades bahá’ís formadas por personas de todas las clases, culturas y colores.
Ese sistema bahá’í tiene muchas ventajas, entre ellas la consulta sincera y honesta, las elecciones democráticas no partidistas con sufragio universal y la toma de decisiones unificada. En conjunto, estas características esencialmente espirituales proporcionan una sólida protección contra el extremismo, que aparece con demasiada frecuencia en los sistemas adversarios de todo el mundo. Reflejan y fomentan las relaciones pacíficas, proporcionando un modelo de gobierno que cura nuestros males sociales en lugar de crear más de ellos. Propician el tipo de liderazgo altruista y desinteresado que hace prosperar a las comunidades: colaborativo, moderado y preocupado por el bienestar de todos.
¿Cómo llegar a ese punto? Hasta ahora, los intentos de reformar los sistemas políticos democráticos han consistido, como mucho, en retocar los bordes sin solucionar los defectos estructurales que causan su desunión y beligerancia inherentes. Desde los sistemas en los que el ganador se lo lleva todo hasta los diversos tipos de representación proporcional, casi todos se basan en la política partidista y el deseo de poder.
¿Qué ocurre con los sistemas que evitan totalmente los partidos? Además de los sistemas mayoritariamente indígenas del norte de Canadá mencionados anteriormente, la comunidad bahá’í sigue gobernando con eficacia, y lo hace a escala mundial. Desde sus inicios, las comunidades bahá’ís se han basado en un sistema de gobierno consultivo y consensuado que ha intentado tener en cuenta a todas las partes, cultivar la unidad y fomentar la capacidad dentro de la comunidad.
En lugar de clérigos profesionales, los órganos de gobierno bahá’ís, compuestos por nueve miembros de la comunidad, son elegidos por votación secreta sobre la base de su carácter y capacidad, sin candidaturas ni campañas, y en el entendimiento de que servirán a toda la comunidad lo mejor que puedan. Los procesos de gobierno y toma de decisiones de las comunidades bahá’ís se basan en las normas y técnicas de una forma de consulta que busca el consenso y que está ampliamente descrita en los escritos bahá’ís. Están diseñados para incluir todas las voces, especialmente las de las mujeres, las minorías y los jóvenes.
Nuestro mundo necesita este tipo de sistema de gobierno unificador, pacífico y deliberativo.
En todo el planeta, los experimentos democráticos empiezan a acercarnos a este modelo. Las Asambleas de Ciudadanos representan una innovación pionera en la que se pide a grupos, elegidos para reflejar demográficamente a la población en general, que deliberen sobre cuestiones concretas y propongan soluciones que todos puedan apoyar. Irlanda, por ejemplo, utilizó una Asamblea de Ciudadanos para proponer con éxito una legislación sobre el aborto con la que todos pudieran convivir. En Taiwán, el Ministro de Asuntos Digitales fomenta la democracia participativa mediante un sistema de toma de decisiones en línea. Los participantes en las plataformas vTaiwan de Taiwán pueden discrepar entre sí, pero deben basarse en las ideas de los demás enmarcando sus contribuciones como propuestas positivas y no como refutaciones o ataques.
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Estas nuevas formas de gobernanza han demostrado al mundo que existen métodos eficaces para crear consenso público y que pueden funcionar bien.
Necesitamos que cambien los corazones y las estructuras políticas para alejarnos de una cultura de división, desunión e indignación. Contribuir al discurso social en este ámbito puede fomentar cambios fundamentales en los procesos de toma de decisiones, sembrando no sólo nuevas ideas, sino nuevas formas de ser. Podemos ser «practicantes de la paz», ayudando a que la gente pase de los campos de confrontación a los grupos que se reúnen para respetarse, escucharse, consultarse y llegar a un acuerdo.
Esta es la política de la paz.
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